El escritor español Fernando J. Múñez habla con SinEmbargo sobre su novela La cocinera de Castamar (Planeta), la cual ha sido adaptada en una exitosa serie televisiva que ha llegado a México a través de Netflix.
Ciudad de México, 7 de agosto (SinEmbargo).– La cocinera de Castamar (Planeta), la primera obra del escritor español Fernando J. Múñez, ha sido adaptada con éxito en una serie televisiva que llegó a México vía Netflix llegando a posicionarse en el Top 10 de lo más visto, y al mismo tiempo ha dado pauta para que los espectadores se asomen a conocer a detalles las intrigas amores, envidias, secretos y mentiras de esta novela desarrollada en la España del siglo XVIII.
“La gente que ha visto primero la serie y luego ha llegado a la novela… Bueno, es inevitable que la novela te aporte una riqueza situacional en muchos sentidos mayor que la serie, porque los criterios son diferentes […] Son cosas diferentes, porque al final las novelas tienden a darte mucho más información, muchos más datos, mucho más entorno y te permiten profundizar mucho más porque el lenguaje literario está en los personajes. Puedes saber qué piensa o siente un personaje en un momento determinado y eso es difícil que pase en la serie porque son actores los que interpretan”, comentó Fernando en entrevista con SinEmbargo.
La historia se desarrolla en los años posteriores a la Guerra de Sucesión entre los Habsburgo y los Borbones, la cual dejó familias venidas a menos, y tiene en el centro a dos personajes: Clara Belmonte, una joven caída en desgracia que a pesar de haber recibido buena educación se ve obligada a buscar trabajo y gracias a su prodigiosa cocina logra acceder al ducado de Castamar. Por otra parte está Don Diego, un duque que vive encerrado en su mundo a causa de la muerte de su esposa y cuya cotidianidad dará un vuelco precisamente ante la presencia y la cocina de Clara.
“Aquí lo que ocurre es que hay un lenguaje que une y traspasa todas esas fronteras: la cocina. Sale de los hornillos de Clara hacia el duque. En esa cocina, de repente, hay un lenguaje secreto que comunica los dos mundos, porque hay un código secreto que el duque empieza a entender que hay en la cocina de su criada. Lo que antes veía en una criada, simplemente una persona que trabajaba para él, que lo cuidaba, de repente empieza a ver a una persona. Ya no es una persona que trabaja para él, es una persona. Y después de ver a la persona se da cuenta de que es una persona muy culta o más que él, que tiene un intelecto tan poderoso como el suyo y ya no está viendo sólo la persona”, detalla, en ese sentido, el autor.
Fernando J. Múñez señala que si bien el argumento del amor imposible es una cuestión ampliamente abordada en la literatura, “hay algunas cosas que hacen que esta relación sea diferente”.
“Efectivamente (el amor imposible) es el buque insignia con en el que arranca la novela, pero es un buque insignia que nos lleva a una novela río, y es una novela río donde los protagonistas —en la novela, no en la serie— son el hilo conductor hasta el final, pero van, digamos, emergiendo otras historias casi al mismo nivel que ellas. Empieza a ser una polifonía de historias no solo de amor, sino que se están tocando otros temas de calado muy importantes como el racismo, el clasismo”, precisa.
En cuanto al buen recibimiento que ha tenido su historia en la televisión comparte que esto lo marea a la par que lo califica como locura. “A la gente le ha gustado y esto es lo importante. A partir de aquí, no sé si habrá una segunda temporada, pero viendo el éxito me extrañaría que no la hubiera. Creo que en algún momento Netflix o alguien dirá que tienen que hacer algo con todos estos decorados creados. Pero no lo sé, no estoy al tanto todavía. Si la hay, se me comunicará en algún momento, supongo”.
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—Uno de los aspectos que destacan en La cocinera de Castamar es la manera en la que se los tejen amores, venganzas, traiciones, intrigas, mentiras y secretos. En ese sentido, ¿cómo fue que ideaste la trama y cómo fue el proceso creativo?
—Una de las cosas que me pasa cuando escribo es que, primero, soy un escritor de brújula. O sea, yo no genero ningún mapa previo, no hago una escaleta, no escribo absolutamente nada. Lo que suelo tener normalmente es una idea tanto de los personajes como de la historia general que quiero contar.
Pero una vez que me pongo a escribir, lo que sí hago es una investigación exhaustiva para tener el entorno, el periodo histórico. El espacio-tiempo lo tengo que tener bien controlado, pero una vez que tengo eso lo que me interesa es la ficción que yo voy a contar en este tiempo, y entonces a partir de ahí yo lo que hago es empezar a escribir.
Son los propios personajes los que al final, de una u otra forma, me van a conducir. Digamos que los creo, pero son ellos los que lo gobiernan, son el viento que empuja al barco. Yo dirijo el timón del barco como el capitán, pero luego son ellos, un poco, los que me llevan.
Y en ese sentido, yo quería contar, por aterrizar un poco la idea, la venganza de Don Enrique, pero no tenía en claro, a lo mejor cuando empecé a escribir qué estaba detrás de esta venganza. O quería contar la vida de Clara o el pasado de Clara, cómo había sido ese mundo de algodón como una niña de bien que ha sido educada, que le han enseñado a tocar el piano o a leer latín.
Todo eso lo tenía claro, pero no sabía cómo se iba a transformar esa Clara a medida que iba pasando el tiempo. Sabía que iba a pasar las durezas de la vida, pero no sabía cuáles. Eso al final, una vez que empiezo a escribir van surgiendo todas esas ideas, son las que van tejiéndose.
Escribir de esta forma hace que la novela tenga algo muy orgánico, que tenga algo como muy de impronta. Tiene otros peligros, tiene los peligros de que puedes escribir cosas innecesarias, puedes caer constantemente en repeticiones. Tiene muchas otras trampas que tienes que conocer o por lo menos tratar de evitar en la medida de lo posible. Te pueden salir mil 500 páginas, o mil 200 de golpe, como me pasó al principio, y tuve que ir quitando, quitando, quitando, hasta que se ha quedado lo que ves que ya es bastante.
—Por otra parte, la trama de tu novela yace en el romance entre los dos protagonistas Clara y Diego, una historia de amor imposible, principalmente porque pertenecen a clases sociales distintas. Este es un planteamiento ampliamente abordado en la Literatura, ¿a qué crees que se deba esto?
En realidad, si tú te lees la novela, digamos que hay planteamientos clásicos, sin duda. Yo tengo un bagaje que está muy atado a la novela del siglo XIX, a Clarín (Leopoldo Alas), cuando habla de La Regenta, por ejemplo, a la polifonía de historias, en muchos sentidos. Entonces, hay muchos presupuestos que son clásicos, y a mí me parece bien.
Pero hay algunas cosas que hacen que esta relación sea diferente. La primera es que efectivamente es el buque insignia con en el que arranca la novela, pero es un buque insignia que nos lleva a una novela río, y es una novela río donde los protagonistas —en la novela, no en la serie— son el hilo conductor hasta el final, pero van, digamos, emergiendo otras historias casi al mismo nivel que ellas. Empieza a ser una polifonía de historias no solo de amor, sino que se están tocando otros temas de calado muy importantes como el racismo, el clasismo.
Es decir, bajo esa estructura puramente clásica a priori se van a tocar otros temas que a lo mejor son mucho más actuales de lo que pasaría en el siglo XVIII, tienen muchas referencias. Eso en primer lugar.
En segundo lugar, efectivamente a mí me interesa darle un rigor histórico a esto y en una estructura de clases puramente como del siglo XVIII, donde no había cambio social. Era muy difícil que siendo un labriego terminaras siendo el duque de Castamar. O que fueras una señorita de bien como Clara. Era más fácil caer en la desgracia por lo que le pasa que en una condición. Sí ocurría, pero el cambio era más fácil de arriba a abajo que al revés. Había analfabetismo y la gente era muy inculta en general en España. La cultura estaba muy reducida, tener una biblioteca era carísimo.
Bajo esa perspectiva, efectivamente, son dos mundos completamente separados. Pero yo utilizo un lenguaje para comunicarlos y no es el lenguaje protocolarizado. Siempre dejo de lado la serie en este sentido; hablo sólo del libro. Ese lenguaje protocolarizado del señor que te ordena o chasquea los dedos para que le sirvan la mesa es un lenguaje que existía, pero no comunicaba a las clases realmente. No hacía que un mundo conviviera con el otro. Estaban muy pegados, pero estaban separados realmente por un muro invisible gigantesco.
Aquí lo que ocurre es que hay un lenguaje que une y traspasa todas esas fronteras: la cocina. Sale de los hornillos de Clara hacia el duque. En esa cocina, de repente, hay un lenguaje secreto que comunica los dos mundos, porque hay un código secreto que el duque empieza a entender que hay en la cocina de su criada. Lo que antes veía en una criada, simplemente una persona que trabajaba para él, que lo cuidaba, de repente empieza a ver a una persona. Ya no es una persona que trabaja para él, es una persona. Y después de ver a la persona se da cuenta de que es una persona muy culta o más que él, que tiene un intelecto tan poderoso como el suyo y ya no está viendo sólo la persona. Está viendo su mundo y se comunican.
Esa primera rotura viene a través de la cocina, del lenguaje culinario. Luego ya se dan otro tipo de lenguajes como el epistolar. En la serie esto no sale, pero en la novela hay un lenguaje epistolar que se da de arriba a abajo y es secreto. No se puede conocer esto. Pero encuentra de repente que la criada que cocina para él es una mujer que puede mantener una conversación con un hombre. Para la época, me estalla las neuronas. Esto lo cambia todo.
Sin duda que es un planteamiento clásico. Y debe ser así. Pero luego hay algunas cosas históricas que, cuando te acercas a ellas, pudieron cambiar esto o podían haberlo cambiado como el lenguaje de la cocina. Él de repente se pregunta qué ha cambiado, que estaba comiendo de una manera y de repente hay un día que prueba esto… Y es que nos pasa hoy en día. Si tú te sientas en un sitio y te dan algo a comer que es exquisito, te mueven cosas, sientes que vibran las cosas cuando detectas todos esos aromas, esos gustos y esas delicias en tu paladar. Te cambia todo. Quién ha cocinado esto, cómo ha hecho esto, es lo primero que te viene a la cabeza, y es lo primero que le viene al duque.
—Por otra parte, ¿crees que el amor imposible debido a cuestiones de clase es un tema aún vigente en nuestra sociedad?
–No sé cómo sería ahí en México, pero tengo mis dudas sobre si el Príncipe Felipe aquí en España en vez de haberse casado con la princesa se hubiera casado con una mujer etiope negra. Qué pasaría. No lo sé. Lo mismo se aceptaba perfectamente tanto por los súbditos españoles o ahí tienes la monarquía inglesa que uno de los príncipes está casado con una actriz. Esto ya se ha dado, ¿pero lo recibimos bien? Ya no sólo cómo lo recibiría la Casa Real que el Príncipe hubiera aparecido con una princesa de Arabia Saudita con un burka. Dices tú, ‘Dios’. A lo mejor esto ya no lo recibes tan bien.
Cuánto tenemos todavía de esos parámetros mentales metidos. Hay muchas cosas que todavía siguen pasando en el mundo actual. Todavía hay gente que rechaza a gente por el color de su piel, porque vienen de un determinado sitio o porque han nacido en Cataluña, en España, en Inglaterra, en México o en Estados Unidos. Basta que digas que vienes de Colombia para que alguien diga ‘este tío es un narcotraficante’. O que diga ‘es un musulmán, es un terrorista’. No, pero están ahí todavía esas ideas flotando. Funcionan de otra forma respecto del XVIII, pero están ahí flotando. Al final, el ser humano mantiene estas ideas y si no tienes un mínimo pensamiento crítico sobre ellas, arraigan fácilmente. Tienen mucho poder. Y, al final, son muy perniciosas, van en contra del progreso de las sociedades. Terminan siendo perjudiciales para todos.
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—Tu historia está situada en los años que sucedieron a la Guerra de sucesión española, ¿qué tanto influye este factor histórico en la novela? En ese mismo sentido, ¿cómo fue tu labor de documentación para lograr una descripción tan vívida de la época?
–Creo en el poder transportador de la Literatura. Creo que el cine o cualquier otro elemento puede conseguir llevarnos a otra época, vivirlo, sentirlo. Pero la Literatura tiene algo que para mí es pura magia, y es que cada lector recrea esto. Lo que tú recreas leyendo Castamar no es lo que recrea otra persona. En muchas ocasiones habrá coincidencias, pero en muchas otras seguro que son diferentes.
Todo el imaginario que se crea cada lector es insuperable. No hay ninguna película que pueda hacerlo mejor que lo que se ha creado en su cabeza cada uno de los lectores. Al final yo tengo a mi Clara porque me he leído mi Clara, y tú tienes a tu Clara. Seguramente yo me la imaginaba más alta y tú más pequeña, tú con el pelo largo, yo con el pelo corto, y aquí dice que tiene los ojos marrones, pero yo me los imaginaba más oscuros. Siempre va a haber algo diferente en este imaginario generalizado. Entonces a la hora de construir este mundo el autor lo construye para sí de la misma forma que el lector lo construye para sí mismo.
Yo voy viendo ese mundo y trato de mostrarlo tal cual yo lo entiendo, pero seguramente la construcción que va a hacer un lector va a diferir de lo que yo he creado en muchos sentidos. Creo que construir ese mundo tiene que ver con el rigor histórico, ser lo más riguroso posible en la historia, siempre y cuando entendamos que es un acercamiento. En la historia hay muchas cosas que tienes que interpretar, no sabes cómo ocurrieron ciertos tipos de detalles o que crees que ocurrieron así por los datos que tienes. Mientras más atrás te vayas, esto pasa más.
En mi caso, le doy mucha importancia a las atmósferas, las cuales se consiguen por varias razones. No sólo por la descripción, si es invierno, frío, nieve o el calor de los fogones. Sino porque los espacios están cargados de significado. La cocina no es cualquier cocina; es un universo. Son cuatro paredes, pero en ella hay olores, sabores, emplatados, decoración. Hay una serie de elementos que hace que la cocina vibre. Esa carga de significado además tiene la carga de significado del personaje, porque para Clara la cocina no significa lo mismo que para cualquier otro cocinero. Para Clara significa el refugio, la zona de confort. Significa que lo que está pasando ahí dentro es controlable y que puede estar tranquila ahí dentro. Esa carga de significado per se, la que tiene la cocina, la histórica y la que tiene para el personaje hace que se genere esa atmósfera. Esto forma parte de cómo reconstruyo esos ambientes.
—La serie de Netflix de la La cocinera de Castamar ha hecho su debut hace unos días acá en México, ¿de qué manera te involucraste en la producción y qué tan fiel es al libro?
–Fui coproductor ejecutivo, aparezco así en los créditos. Termina la serie y lo primero que aparece es eso. Cuando fui a hacer los derechos una de las cosas que yo hice fue reunirme con el equipo, principalmente otros directores ejecutivos, la coordinadora de guiones y demás, y traté de exponer aquellas cosas que a mí me interesaban respecto de la serie, de los guiones y también a nivel técnico. Tengo una parte de formación audiovisual importante. Me crié en platos de cine, viendo rodar comerciales y anuncios de publicidad. En el 2012 rodé mi película, etc. Tengo esta parte audiovisual y podía comunicarme posiblemente en un lenguaje que otro autor, simplemente por ser autor nada más, no podría. Lo primero que les dije fue que quería un formato panorámico en 2:40 que tiene ausencia de imagen arriba y abajo. Hablé mucho de la luz, del tipo de decorados que quería y que estuvieran muy bien construidos para que no saltaran. Del vestuario. Han hecho un excelente trabajo en ese sentido.
Me fijé más en la parte técnica que en los guiones, porque al final entendía que cuando yo cediera los derechos tendrían que tener la libertad para crear esa otra historia de Castamar. Digo ‘esa otra’ porque los criterios que se mueven en la serie y los de la novela son diferentes. No puedo hacer una novela que no tenga rigor histórico. La serie puede tener muchas licencias en ese sentido que pueden traspasar los límites y no pasa nada porque no es una novela histórica. Por ejemplo, en el libro si yo pongo que Clara del Monte sale de la cocina y se va a limpiar un cuarto sería un error histórico importante porque ella es una oficial de cocina, no coge un trapo ni se va a limpiar. En todo caso limpia la cocina, pero lo que tiene que hacer es cocinar y ayudar a los ayudantes o al cocinero jefe.
Tengo que mantener ese rigor, pero en la serie es difícil porque no puedes mantener a una protagonista en cuatro paredes siempre en el mismo decorado durante 12 capítulos. Es imposible. Hay que buscar alternativas para que salga de ahí y tenerla en otros decorados y situaciones. Son lenguajes diferentes. Uno está sujeto al papel y por lo tanto se puede escribir que aparece el rey con 200 criados, 250 caballos y una corte de dos mil 500 personas. Pero luego tienes un presupuesto, por lo que tienes que reducirlo a 10 criados, por ejemplo. Hay condicionantes en los dos lenguajes que hace que sean completamente diferentes el uno con el otro.
—¿Cómo has recibido el éxito de la serie? ¿Habrá una segunda temporada?
–Lo he recibido con sorpresa. Creo que el éxito siempre sorprende. Uno lo puede esperar más o menos, pero cuando llega te sorprende porque no sabes muy bien por qué se ha producido. He tratado de relativizarlo mucho porque estas cosas ocurren a veces. No sabes muy bien por qué se lanzó la serie en Netflix y entró en 61 países en el top ten de cada uno y ha sido la tercera más vista del mundo cuando se estrenó. Esto me marea, es una locura. Cuando pasan estas cosas es mejor relativizarlo. A la gente le ha gustado y esto es lo importante. A partir de aquí, no sé si habrá una segunda temporada, pero viendo el éxito me extrañaría que no la hubiera. Creo que en algún momento Netflix o alguien dirá que tienen que hacer algo con todos estos decorados creados. Pero no lo sé, no estoy al tanto todavía. Si la hay, se me comunicará en algún momento, supongo.
–¿Ese éxito lo has visto reflejado en tu libro en ventas?
–La gente que ha visto primero la serie y luego ha llegado a la novela… Bueno, es inevitable que la novela te aporte una riqueza situacional en muchos sentidos mayor que la serie, porque los criterios son diferentes. El criterio de Castamar es el buque insignia de Don Diego y Clara al final termina dando muchas otras historias y la suya es una más. Mientras que en la serie el criterio es Clara del Monte que está en el epicentro de todo lo que ocurre. En la novela está en el epicentro, pero no de esa forma.
Son cosas diferentes, porque al final las novelas tienden a darte mucho más información, muchos más datos, mucho más entorno y te permiten profundizar mucho más porque el lenguaje literario está en los personajes. Puedes saber qué piensa o siente un personaje en un momento determinado y eso es difícil que pase en la serie porque son actores los que interpretan. Qué sienten, qué padecen o qué están pensando a través de su interpretación lo conocemos. Pero son lenguajes tan diferentes que hacen que inevitablemente cuando se acerquen a la novela van a poder conocer los personajes desde dentro y esto es así simplemente, no porque sea mejor o peor, por el lenguaje literario. El lenguaje audiovisual con una voz en off que fuera el pensamiento del personaje durante los 50 minutos sería complicado.