El escritor Emilio Gordillo, autor de la novela Croma, nos regala esta texto acerca del cantautor chileno Javier Barría y su nuevo disco, lanzado recientemente y dispuesto en internet para escucharse de manera gratuita. Los acompañamos a conocer al músico en los ojos del literato.
Por Emilio Gordillo, escritor
Ciudad de México, 7 de agosto (SinEmbargo).– No sé ustedes, pero yo creo con fervor en los fantasmas. Son sus visitas las que nos permiten ser quienes somos, y también cambiar.
¿Qué sucede con los lugares y las personas que están a punto de desaparecer por completo? De eso trata este disco de Javier Barría. La fantasmal Estación Pirque, una construcción que se llevó el siglo XX santiaguino con su fascinación por los edificios higiénicos y ubicada alguna vez justo donde hoy está la plaza Baquedano.
Estación Pirque es el disco más maduro de Barría. Se ha aferrado a eso que tantas veces se le criticó: cierta oscuridad y nostalgia, cierto carácter críptico y un poco triste. ¿Alguien se imagina si a Spinetta le hubieran dicho ese argumento? Y como es un disco fantasmal, Barría eligió una estrategia de la que ha hablado en una entrevista, una estrategia fantasmal: “la falta radical de algo logra una sonoridad particular”. Gran parte del carácter de Estación Pirque se debe a este ejercicio de condensación musical. Las percusiones han sido reemplazadas por bajos, guitarras, pianos o sintetizadores, los efectos de hiss emergen en más de una canción y se confunden con el sonido de la lluvia y generan un efecto introspectivo poderoso que domina todo el disco. Con esta propuesta Barría le cambia el ritmo a la abundancia alegre y un poco histérica de la escena musical chilena con sus bailes y temáticas críticas clasemedieras, donde salir del trabajo un viernes es lo mejor que nos puede suceder, o el esfuerzo intelectual y emocional más intenso al que podemos aspirar. Nada más lejos de esta obra, que no usa lo instantáneo y desechable sino más bien todo lo contrario: trabaja con lo olvidado que, a pesar de su anacronismo, se niega a desaparecer obstinadamente.
Ya no se llama es una carta de presentación. La voz «anegrada» de Barría y una pronunciación que le debe mucho Wonder o Simone. La voz del fantasma, segura y al frente, cobijada entre las notas de un contrabajo jazzero nombrando una casa desaparecida: Donde antes había una casa / Ahora se alzan voces sin techo ni piedra / Y una torre se construye, diluye. Se van los edificios, se quedan los fantasmas. Existe la voz, dice Charly García, al que se le deben varios arreglos que son guiños de este disco.
Estación Pirque es la aparición de aquel edificio desaparecido que emerge gracias a la voz. La construcción y la vida que la rodeaba es reemplazada por papeles: Ser origami en vez de habitar el barullo. Papeles sin palabras. Sonidos de rieles oxidados que reavivan la vida ya ida de los andenes de la estación.
Los mejores fantasmas son corales. Nos recuerdan diferentes versiones del pasado. Y los mejores amores a veces son tríos, como Celoso, que se construye sobre aquella premisa que es también el disco: nunca hubo tantos músicos invitados en otro disco de Javier Barría.
Instante no significa instantáneo. Un instante sin fin / revienta en la nada. Esta canción misteriosa en acordes menores que ceden brevemente a mayores habla de instantes que son uno solo, cada uno único en su valor. Secuencias de acordes que enrarecen todo. Imágenes fantasmales que abren una suerte de misterio. Se inclina en la vieja sala / Frente al óleo donde el mar, en un instante sin fin / revienta en la nada.
Campo minado es un himno. Una poética o declaración de principios creativos. Armado sobre un arreglo de sintetizadores exquisito. Tan posmoderno como nostálgico. Sintetizadores que recuerdan al Charly de La hija de la lágrima. Sueñas con puntos de restauración / Y todas tus palabras se han secado al sol / Despiertas en un campo quemado / Caes en cuenta de tu finitud / Y te sacas los ojos para no mirar.
La melodía del coro tiene la estructura melódica de los himnos y es una respuesta a esa lucidez madura. Voy a crecer / Me voy a ramificar / Crear mi fortaleza por fuera de la canción.
Y al himno le sigue el territorio. Un país, un solo habitante. Un piano, un saxofón que se confunde con la voz de Barría. Espacios de silencio.
Camino cintura refiere a otro sitio fantasmal. El antiguo Camino de cintura que forjó uno de los primeros hitos modernos de Santiago, el viejo límite que va por Avenida Matta. La guitarra jazzera con que abre evoca una forma que decae, se desgasta y se deslava, y antecede a la primera frase que es demoledora: Sucede que iremos perdiendo la belleza. Definitivamente uno de los puntos más altos del disco. El cierre también es fino: Y el hospital donde naciste ya no existe / No tendré tu noche, no tendrás mi día. Con la guitarra jazzera fantasmal y arreglos de flauta traversa que rememoran los mejores tiempos melancólicos de Jobim.
Mi dulce anomalía gira de los acordes entusiastas a la tristeza de los menores. De un extremo al otro y viceversa, genera una euforia triste. Domina un piano expresivo en sus dos variantes emotivas. ¿Qué haces en el cuerpo que dejaste? / ¿No ves que ya no hay mucho que ocultar?, dice la letra y es obvio que Barría ya no está hablando solo de un edificio desaparecido.
Paramaribo es una ascensión mística. Sintetizadores como cortinas de fondo. Dominio proyectivo de la voz. Loop circular. Algo de baguala, esa música que solo se canta con la voz, y como decía Atahualpa que le dijo un jinete: se canta entre las montañas, para que las montañas se dejen cantar a sí mismas a través de la voz humana amplificada. Hacia el final la voz se pierde entre el sonido de fondo, entre los montes. Pura ascensión. Esto es totalmente nuevo en el trabajo de Barría.
Cajitas de agua remite al tercer hito fantasmal de Santiago, ya casi cerrando el disco. Las cajitas de agua depositaban el agua del Mapocho, muy cerca de la desaparecida Estación Pirque. Tampoco existen más. Guitarras en secuencias misteriosas y voz. Aquí se ve lo que hace Barría con toda claridad: convierte esa fantasmagoría en una experiencia musical. El lugar fantasmal se convierte en la sed: El lugar que nos haga falta / En la curva del reloj de arena / Lo tendremos si vale la pena / Y se parece un poquito al cielo. Esa letra se diluye en un enorme loop de coros femeninos.
Cuerpo marcado – la última canción – es la más “Barría” de todo el disco. Construida sobre una imagen como la de los cuerpos que marcó la bomba de Hiroshima en los muros: Recuerda al pasar por su cuerpo entregado / La sombra que dio en la roca dormida / Qué gesto habitó cuando fue aniquilado. Ella no habla ya de los edificios perdidos, sino de quien los rememora, el mismo que abría en Ya no se llama. Un hombre que dice un montón de cosas o no dice nada, como se lee en el guiño del violín a Say no more, de Charly García. En la huella encendida / Por su pecho exhumado / De carbón enquistado / Una luna impaciente / De un eclipse asustado / Por la vía entreabierta / Por la roca dormida / De instrucciones al tiempo / Algún nuevo elemento / De otro cuerpo marcado.
¿Dónde van todas las obsesiones que marcan nuestros cuerpos y nos hacen vivir? Hay que tener cuidado con los fantasmas, porque de tanto verlos nos convertimos en uno. Es en Cuerpo marcado donde Barría se transforma en el que ha deambulado obsesivamente por los restos de un edificio sin huellas: la Estación Pirque. Y la imaginación del fantasma es la reinvención de un lugar de memoria que ya no existe más.
Estación Pirque es un disco fuera de época, como los fantasmas. No es de este tiempo. No sigue los patrones de la eufórica y autorreferente industria chilena actual. No es sombrío, no es precisamente nostálgico u oscuro, tampoco es opaco. La palabra más adecuada para describirlo es “fantasmal”. Y los fantasmas nos permiten comprender quiénes somos, hacia dónde vamos y en qué nos convertiremos, también son brillantes y luminosos, como su aura.
Puedes escuchar el disco completo en BandCamp.