Marta María Gabaldón, investigadora española en México, guía a un grupo de personas a 440 metros del Templo Mayor, donde fue fundada la Gran Tenochtitlán. Los “exploradores” tienen ante sus ojos los restos del Calmécac, la escuela para los hijos de los nobles mexicas. En este paseo, la doctora en antropología repasa cómo y qué se aprendía en el México antiguo y colonial.
Por Paola Morales
Ciudad de México, 6 de julio (RT).- Marta María Gabaldón, investigadora española en México, es pequeña, menuda. Es ella quien guía a un grupo de personas por la «calle del saber», un espacio en el corazón de Ciudad de México, a 440 metros del Templo Mayor, donde se supone fue fundada la Gran Tenochtitlán.
En unos minutos, los «exploradores» tendrán ante sus ojos los restos del Calmécac, la escuela para los hijos de los nobles mexicas de México-Tenochtitlán, hallados en lo que hoy es el Centro Cultural de España en la calle de Donceles #97. Después se dirigirán a la calle de Seminario #8, donde se ubicó la que es considerada la primera universidad de la Nueva España.
En este paseo científico, la doctora en antropología social hará un repaso de cómo y qué se aprendía en el México antiguo y colonial, pero también cómo, a su llegada, los españoles modificaron algunos espacios mexicas, en una ciudad construida en buena parte sobre vestigios prehispánicos.
EL SISTEMA EDUCATIVO MEXICA
El grupo de ‘descubridores’ de la ciudad se ubica en el predio de Donceles 97; en este lugar, excavaciones permitieron detectar los vestigios arquitectónicos del Calmécac, la escuela de la nobleza mexica, cuya edificación se sitúa entre los años 1486 y 1502.
Esta institución educativa era reservada para los hijos de los nobles o ‘pipiltin’, donde se formaban para ocupar los cargos dirigentes de la sociedad, y que, en particular, estaba protegida por el dios Quetzalcóatl, una de las principales deidades de la cultura mesoamericana.
El Calmécac era una de las escuelas oficiales, patrocinadas por el Estado y regulada por normas muy estrictas, explica la especialista en etnohistoria por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social a su pequeña audiencia: «era una educación formal obligatoria para todos los hijos descendientes de nobles en distinto grado”.
El ciclo de la educación entre los mexicas estaba basado en el linaje, pero también en la predestinación que se asentaba cuando los niños y niñas nacían. «La sociedad mexica era altamente normada, casi cada paso que se daba en la vida venía regido no solo por el estrato social, también por el momento en que se nacía, por los designios», suelta la académica de pie frente a la ancestral construcción.
Los ‘augurios’ destinaban, así, a la nobleza mexica al Gobierno, sacerdocio o la guerra, las actividades por excelencia de esta élite. Con la suerte ya echada, a los tres años los niños comenzaban a ser llevados a los templos del ‘calpulli’, el espacio territorial comunal, para recibir un primer acercamiento informal a lo que se dedicaría el resto de su vida.
Eran los 15 años la edad que marcaba el ingreso de los jóvenes al Calmécac y lo que hasta hoy se conoce de la vida al interior proviene de las crónicas de los frailes enviados a la Nueva España para «evangelizar» a los nativos.
«Cada calmécac estaba encomendado o bajo la protección de un dios, con base en las fuentes coloniales, pero también se puede saber debido a la iconografía», apunta Marta. En el caso del vestigio visitado, estaba asociado a Ehécatl-Quetzalcóatl, el dios del viento, y corresponde al reinado de los dos últimos gobernantes mexicas, Moctezuma II y su predecesor Ahuízotl, alrededor de 1486-1519.
Según las crónicas, los calmécac eran instituciones donde los muchachos «sufrían, recibían la educación en forma de cantos; la imagen que se tiene de ellos es que eran estudiantes muy sacrificados, que hacían penitencias, ayunos y auto sacrificios con espinas de maguey, ese es la visión que transmitieron los frailes», recuerda la guía.
Bernardino de Sahagún, considerado el misionero franciscano que mejor documentó la historia del México antes de la llegada de los españoles, entre 1519 y 1521, escribió:
«En el lugar de la enseñanza, el calmécac, la gente es corregida, es enseñada, era el lugar de vida casta, de la reverencia, del conocimiento, de la sabiduría, de la bondad, de la virtud, el lugar sin suciedad, sin polvo, nada reprensible hay en la vida de los ‘tlamacazqui’ (sacerdotes)”.
El Calmécac de Texcoco, considerada la capital cultural del mundo nahua, a 23 kilómetros de la Gran Tenochtitlán –donde una tarde de mayo Marta está sumergida con el grupo de curiosos-, era clasificado como el más importante, sin que hasta ahora se conozca con exactitud dónde se ubicaba. «De Texcoco provenía la alta, alta nobleza, la aristocracia mexica, Nezahualcóyotl, Nezahuapilli, los reyes, poetas, escritores».
LA EDUCACIÓN POPULAR
En la sociedad mexica había poca movilidad social, el hijo de noble iba a ser noble toda su vida, y lo mismo pasaba con los hijos de ‘macehual’, la clase social que estaba por encima de los esclavos, pero debajo de la nobleza.
Para ellos estaban las escuelas del pueblo, los ‘tepochcalli’, donde eran formados para la guerra. «Funcionaban de una manera similar a los calmécac, solo que ahí eran educados para servir a su comunidad y para la guerra, eran mucho más numerosos y no se sabe a ciencia cierta cuántos habría en México-Tenochtitlán», narra la experta.
«En el tepochcalli se enseñaba a los ‘macehuales’ cierta instrucción militar y todo acerca de los rituales mexicas para participar en ellos de manera correcta, su año tenía 13 meses, organizados en 20 días, tenían diversas festividades y una vez al mes había una fiesta mayor en donde participaban todos los barrios”.
La educación en ambos tipos de escuela era supervisada. «Había un programa de educación bien planeado y estructurado, y nobles y ‘macehuales’ debían rendir cuentas a estos inspectores», dice Marta antes de señalar que investigaciones recientes indican que en ambas escuelas lo que se perseguía era «educar a mano de obra».
Los tepochcalli y los calmécac poseían tierras que los estudiantes debían trabajar, por lo que también eran formados en oficios como la agricultura y la astronomía.
A UN PASO DE LA UNIVERSIDAD
Pasar de la educación del México prehispánico a la Colonia toma unos pasos. Marta y su reducido grupo solo deben caminar 900 metros para encontrarse frente a la Real y Pontificia Universidad de México, la primera que se fundó en la nación latinoamericana.
Lo primero que la especialista en etnohistoria atrae la atención es el hecho de que la primera universidad se fundó muy cerca del espacio destinado a la educación en la Gran Tenochtitlán, como una forma en que los españoles le dieron funciones a algunos espacios de Ciudad de México y que puede verse en el llamado Mapa de Uppsala, que da cuenta de la configuración urbana de la zona, inmediatamente después de la Conquista.
Lo segundo que Marta destaca es la ‘disputa’ entre México y Perú por la tenencia de la primera universidad de la región. «Siempre ha habido una disputa sobre cuál es la primera universidad de la Nueva España. En realidad la tiene Perú», reconoce la historiadora con una leve sorna.
La Real y Pontificia Universidad de México fue la universidad del virreinato de la Nueva España, creada por real cédula del emperador Carlos V el 21 de septiembre de 1551 e inaugurada el 25 de enero de 1553. Mientras que la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Perú y aún en funciones como institución pública, fue fundada mediante real cédula el 12 de mayo de 1551.
«A diferencia de lo que hoy entendemos por universidad, se trataba de un cuerpo colegiado, es decir, que la conformaban grupos de estudiantes, doctores, y su apertura era decisión del papa, el monarca o de los dos», explica la experta en una de las esquinas que forman una especie de triángulo entre el Templo Mayor, el Calmécac y la antigua universidad.
Solo hombres podían ingresar a la Real y Pontificia Universidad de México, donde tenían la posibilidad de estudiar en alguna de las cinco facultades: Teología, Derecho Canónico, Derecho Civil, Medicina y Artes, y obtener el grado de bachiller, licenciado o doctor.
Quienes pertenecían a la universidad, abunda la especialista, tenían protección legal y otros derechos, como el de ser juzgados por el tribunal de la corporación, aunque también debían seguir un código conducta. «Eran los frailes dominicos los que regenteaban la universidad y no debemos olvidar que eran los cuidadores de la Santa Inquisición. Era una universidad completamente medieval».
Fue hasta el siglo XVIII que las mujeres tuvieron acceso a la educación.