Alma Delia Murillo
07/06/2014 - 12:02 am
No me ayudes, compadre
Hay un círculo del infierno llamado Superación Personal que está justo antes de otro llamado Autoayuda, justito antes de caer en el peor de los horrores que se ha puesto de moda y se llama Coach de Vida. Los tres son variaciones de un mismo mensaje: es usted tan pendejo, anda usted tan disminuido de […]
Hay un círculo del infierno llamado Superación Personal que está justo antes de otro llamado Autoayuda, justito antes de caer en el peor de los horrores que se ha puesto de moda y se llama Coach de Vida.
Los tres son variaciones de un mismo mensaje: es usted tan pendejo, anda usted tan disminuido de sus capacidades elementales, que le tenemos que decir cómo ayudarse a sí mismo, cómo administrarse. Orientarle sobre qué pensar, qué comer, qué temer y qué desear. La única cosa que usted puede y debe desear es la felicidad.
Ese es el punto de partida de estas nobles enseñanzas. Vaya statement de la estrechez mental, ofensiva declaración de lo que debe ser el espíritu humano.
Masacre a la inteligencia, masacre a la complejidad del alma. Negocio altamente rentable, eso sí. Porque el miedo y el dolor han demostrado ser portafolios de inversión inmejorables una y otra vez, basta con mirar a esa exitosa empresa internacional llamada Iglesia Católica.
La felicidad es una idea políticamente correcta, una búsqueda adecuada que la sociedad aprueba y que, al plantearla como meta y hasta inventarle su día mundial en el calendario de celebraciones, la convierte en una aspiración ridícula, infantil e incluso opresora del espíritu.
La felicidad es un concepto tan manoseado, magullado y aspiracional que no hace más que achatar el infinito -y por ello estremecedoramente hermoso- registro de emociones de los seres humanos.
El gozo de la vida es otra cosa, el gozo de estar vivos puede aparecer y encendernos incluso en medio del dolor o del fracaso. Huy qué miedo: dolor y fracaso.
En una de esas pronto se convierten en palabras políticamente incorrectas y las desaparecen del diccionario. Por si acaso las voy a repetir: dolor y fracaso.
No sé ustedes pero yo no quiero que nadie me guíe hacia el éxito, no me imagino cómo un desconocido con sonrisa de triunfador y mirada de bondad divina – al que tendría que pagarle $500 o $600 por una hora de su tiempo para conversar en un café-, podría decirme qué hacer con mi vida, con mis heridas, con mis duelos, mis frustraciones, cómo asumir mis limitaciones y pararme todos los días sobre ese pantanoso y frágil equilibrio que es la existencia.
No.
Tampoco quiero que alguien me diga que debo sentirme feliz todas las mañanas porque tengo delante de mí la posibilidad de volver a cruzar la calle pero esta vez mirando el cielo y no el asfalto, el semáforo en verde y no en rojo, a la viejecita dulce y no al cabrón que me echó el automóvil encima… joder, para esas metáforas baratas prefiero volver a leer las Fábulas de Esopo y elegir si me identifico con la zorra vengativa o la garza engreída, o me convierto en la cigarra parrandera o en la estresada hormiguita trabajadora pero con fondo de ahorro para el retiro.
O hago mi propia mezcla y me la paso bomba: zorra y parrandera. Ya, me pongo seria.
Para decirlo finamente, muy mi pedo. Y el de cada uno de ustedes.
La mejor manera de manifestar respeto por lo sagrado del espíritu humano es dejándolo que sea.
Todas estas doctrinas aleccionadoras de la productividad y la buena onda nacen del prejuicio más dañino de todos, el que juzga que sólo hay una manera correcta de vivir la vida. Que no chinguen, era más humanista y progresista mi abuela con su “allá tú” y “cada quien con su cada cual”.
Ahí donde hay un gurú, siempre habrá manipulación. Una vez más los remito a las estadísticas de la historia para comprobarlo. Son incontables los casos donde han sido desmantelados los ominosos negocios de maestros de la vida, yoguis afamados, chamanes milagrosos y guías espirituales del éxito o del método infalible para hacer dinero.
Pero ¿por qué sigue funcionando?
Lo atribuyo a dos factores: nos da hueva pensar. Todos los conceptos prefabricados, masticados, peladitos y en la boca sirven para eso; para no tomarnos la fatiga de pensar. Y es que pensar es incómodo. Y la incomodidad es un estado muy pinche feo, extenuante, perturbador.
Y el segundo: en el fondo de nuestros corazones, lo único que estamos buscando es que nos quieran. Y para que nos quieran hay que ser simpáticos, sonrientes, prósperos y tolerantes, decretar positivamente …
Así que no, ni Life Coach ni Ted Talk o las pláticas de Ted que empezaron siendo interesantes, y ahora son una gran base de datos de pensamientos dogmáticos. Con perdón de todos los fanseses que sé que son millones. Ya pueden arrojarme tomates pero yo lo abrazaré humildemente, haré salsa cátsup para regalarla o venderla y con ello lo habré transformado en una experiencia positiva. Ya pues, estate seria, Alma Delia.
Estoy segura de que fracasos, necedades, malos humores y jetas incluidas; podemos estar ciertos de que la vida es fascinante. Y que, a pesar de todo ello, siempre habrá alguien que nos ame. Alguien con sus propios fracasos, malos humores y jetas incluidas.
Que nadie nos diga qué rumbo seguir ni nos ayude ni nos aleccione porque el territorio de los errores es sagrado, personal e intransferible.
Y como dice el clásico: alégrense, todo está perdido.
@AlmaDeliaMC
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