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Alma Delia Murillo

07/05/2016 - 12:03 am

Fetiches

Le escocía el corazón y no había nada que hacer.

Pared De Por Medio Yo Escuchaba Las Llamadas Telefónicas Y Las Filípicas Que Le Tiraba Al Novio Del Momento Foto Alberto Alcocer Bcocom
Pared De Por Medio Yo Escuchaba Las Llamadas Telefónicas Y Las Filípicas Que Le Tiraba Al Novio Del Momento Foto Alberto Alcocer B3cocom

Le escocía el corazón y no había nada que hacer.

Una urgencia impostergable de procurar peleas épicas con la pareja en turno le activaba algún comando interior y le llenaba todos los deseos.

Pared de por medio, yo escuchaba las llamadas telefónicas y las filípicas que le tiraba al novio del momento.

Tengo que decir que era muy graciosa, y que yo, indiscreta e insolente, procuraba el mayor silencio cerrando mi puerta para que nadie entrara y así seguir con atención el desarrollo de la pelea.
Escúchame bien, Mario— le era indispensable repetir el nombre del fulano como si con ello el reclamo se volviera salmodia— si lo que quieres es hacerme concesiones, estamos jodidos, a mí confróntame, cabrón, no quiero consideraciones ni que me hagas el favor de ninguna maldita cosa, ¿me oyes? ¡¿me oyes?!
Silencio.

Y luego ella con alguna sentencia cortante antes de concluir: por mí, muérete.

Después el sonido del auricular chocando contra la base del teléfono.

A veces comíamos juntas y entonces me enteraba de los motivos que, francamente, eran para desternillarse de risa. Pero había días en que la pelea era tal, que hecha una tromba entraba a mi oficina para contármelo todo ahí mismo, furiosa y electrizada. Nunca comprendí cómo es que lograba regresar al equilibrio y mantenerse funcional el resto de la jornada. Porque lo hacía: lo mismo atendía reuniones que entregaba reportes a tiempo o, con cara de póquer, recibía proveedores toda la tarde.

Cada semana se repetía el ciclo más o menos de la misma manera. Un día de pleito y dos de tregua, pero al cuarto día me llegaban los detalles de un nuevo intercambio feroz al teléfono.
Los jueves salíamos a tomar una copa de vino o una botella completa, entonces despotricábamos de la oficina, del horario, del cerebro cerril del director de recursos humanos y de todo lo que se nos pusiera delante.

Uno de esos jueves se animó a mostrarme la marca de una mordida animal que había recibido entre el hombro y el cuello. Me impresionó la degradación del color púrpura por la sangre molida y la simetría de las marcas de los dientes, el hombre debía tener una dentadura perfecta.

Asombrada, abrí los ojos y la boca. Mi rostro era el cliché de la sorpresa.

Es que me prenden las peleas, dijo.

Y yo, que llevo un grillo dogmático escondido tras el lóbulo de la oreja dictándome obviedades y frases rígidas, le pregunté: ¿eres adicta a las reconciliaciones?

No, para nada, me dan hueva. Eso me dijo y mi cara pasó del cliché de la sorpresa al de la idiota que no está entendiendo nada.

¿Entonces, eres adicta a las peleas?

No, querida, no.

(Yo con rostro de sorpresa, de idiota y de subnormal, todo al mismo tiempo).

Tengo un fetiche con las venas hinchadas, me vuelven loca; una carótida inflamada, una arteria saltona en la ingle o una vena gorda en el brazo y, no sabes, soy toda humedad. Es más, me excita que me saquen sangre, yo siempre estoy dispuesta a ser donante sólo para ver cómo la liga abulta mis venas bajo la piel.

Mi cara seguía siendo el desfiguro de antes pero ahora con una importante dosis de morbo.

Me gusta pelear para provocar eso, sólo así disfruto el sexo.

Aquella noche brindamos por la mordida de su cuello y a partir de entonces evité enterarme de sus combates telefónicos. Para mí había adquirido un nuevo sentido, era como escuchar a la pareja que en la habitación contigua hace rechinar la cama.

Y es que yo nunca tuve la capacidad de ella para recuperar la concentración y regresar a trabajar como si nada, con las arterias a tope.

Twitter: @AlmaDeliaMC

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