Ciudad de México, 7 de mayo (SinEmbargo).- Aún puedo recordar el librero de formica café que mis padres tenían en la sala de uno de los departamentos que habitamos cuando era pequeño y en el cual descansaban varios de los libros que se convertirían en esenciales para poder entenderme como el lector que soy hoy.
Debo confesar, también, que fue gracias a mi madre que aprendí a leer y a gozar tanto la literatura. El primer día de clases en la primaria me senté en una de las bancas del fondo del salón, sin saber que ese era el lugar designado por la maestra de primer año (una mujer de carácter fuerte) para sentar a los alumnos más retrasados.
Ocuparía ese lugar durante dos semanas más gracias a que no desconocía por completo las letras del abecedario y por lo tanto estaba año atrasado con respecto al resto de mis compañeros. Mi madre se dio a la tarea de subsanar ese retraso y compró todos los juegos y libros necesarios para que yo aprendiera a leer. Algo que podría considerar como el mayor regalo que me hayan dado en la vida. Dos semanas después y con mucho orgullo para mi madre ocupé una de las sillas de adelante, pues había alcanzado a mis compañeros de clase.
Novela de aventuras del escritor italiano, en el que los famosos piratas llamados “Los tigres malayos” pelean en los mares y en los ríos de Indonesia. Esta es una novela que me llevó hacia regiones completamente desconocidas para mí, pero que me parecían absolutamente sorprendentes. Los rebeldes, los piratas, los inadaptados sociales, me siguen pareciendo personajes fascinantes. Batallas marinas, selvas, animales peligrosos, reducciones de cabeza, todo se sucedía a una velocidad inusitada, mostrándome un mundo fascinante y desconocido que me helaba la sangre y me llenaba de emoción.
En el librero de mis padres descansaban varios libros de una colección de tapa dura de color morado que mi madre había ido comprando poco a poco. Dostoiesvki estaba ahí, tranquilo, esperando que mis manos lo tomaran y así mostrarme un mundo decadente, cruel, mentiroso, en donde las leyes de los hombre se habían impuesto a ese Dios que Nietzche había expulsado pero que se negaba a abandonar el mundo. Uno de mis autores favoritos, al que leí muy joven, pero al que considero esencial para entender mi visión sobre el mundo y la humanidad. Un libro que subrayé ya en esas primeras lecturas juveniles, sorprendido por la profundidad con la que su autor indagaba en el alma humana. Un autor al que regreso siempre que puedo.
Este pequeño libro (que nos dejó leer el maestro de español de la secundaria que fue uno de los hombres que más influyó en mi gusto por la literatura) fue un golpe monstruoso para mi forma de entender las posibilidades de la literatura. Un libro que funciona como la metáfora del malestar ante la modernidad, un libro que indaga en el sentimiento del absurdo que es estar vivo. Kafka es sin duda uno de esos autores que se marcan con fuego en tu memoria. Oscuro e inquietante, solo un autor como Kafka podría definir a todo un siglo y a toda la sociedad occidental, que sin duda merece el apelativo de “Kafkiana”.
Antes de leer Cien años de soledad, la novela cumbre de García Márquez ya había gozado con la prosa del premio nobel, en libros como La mala hora o Los funerales de la Mamá Grande. Sin embargo fue esta pequeña novela la que me atrapo, la que me sedujo por completo. La leí en un día y medio, sin parar, sin dormir, hipnotizado con la historia que nos contaba un asesinato, que todos conocíamos desde la primera página, desde el primer párrafo del libro. Quede fascinado por la estructura formal del libro que nos cuenta esta historia de muerte y pasión en un pequeño pueblo colombiano.
La disciplina militar, el dolor, la hipocresía de una clase dotada de un poder enorme, fueron parte del deslumbramiento que me provocó la obra del escritor peruano. También me llamó la atención el ascetismo de su prosa, su parquedad, su cercanía con el lenguaje popular, que retrataba tan bien en los diálogos de esta novela, que me acercó por primera vez a esta obra vastísima del Premio Nobel peruano, del que leería posteriormente otro libros. Siempre he preferido sus primeras obras, pues encuentro en él una claridad en sus intenciones literarias que ya no encuentro en sus escritos de madurez.
Humor negro corrosivo y una visión, un acercamiento hacia la juventud mexicana de los ’60 que no conocía, una acercamiento hacia los intereses y preocupaciones de la juventud, fue lo que encontré en la obra del malogrado escritor mexicano Parménides García Saldaña, perteneciente a esa generación bautizada (con maldad) como de “la Onda”. Fiestas, escuela, música, cine, intentos desesperados por conocer el sexo, son algunas de las cosas que el escrito retrata en este libro de cuentos que nos deja ver la dificultad de ser joven en medio de una sociedad sumamente conservadora. Sin duda, el descubrimiento de García Saldaña me permitió ver con nuevos ojos a la literatura mexicana, conocer ese otro lado tan criticado por algunos.
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La poesía reunida del fallecido poeta tabasqueño José Carlos Becerra fue un golpe, un descubrimiento a un universo pleno de imágenes coloridas, recuerdos de un paraíso terrenal perdido, pero que llevaban en su seno las sensaciones de soledad, desasosiego; un universo en construcción cercano al edén pero también al infierno de la incomprensión, fueron los elementos que me acercaron y me enamoraron de la obra poética de este poeta fallecido de manera trágica en un accidente de auto en Italia. Una obra que sin duda marcaría el camino de mis gustos poéticos.
Novela experimental del escritor veracruzano Juan Vicente Melo, en la que el personaje principal hace un recorrido nocturno por una ciudad fantasmal, una ciudad que se parece a la Ciudad de México que vive tiempos convulsos, extraños. Una novela inquietante, que nos habla a través de un lenguaje de una visión fragmentaria de un cambio que está a punto de suceder, pero que nunca conoceremos, pues lo que vemos es la deconstrucción de la personalidad del protagonista de la novela, en donde la búsqueda, la repetición, los juegos de espejos y de personalidades simultáneas y contrapuestas, generan un universo caótico y armónico al mismo tiempo, en clave de fuga musical. Una novela impresionante y complicada, que merecería un rescate editorial que trajera a manos de los lectores jóvenes la obra de este escritor mexicano.
Impactante, hermosa, inquietante, la novela de Rulfo, que según tengo entendido se iba a llamar en un primer momento, “Los murmullos”, es una novela que reconstruye la personalidad mítica de nuestro país. Todo está en Pedro Páramo: los fantasmas, las crisis políticas y sociales, la paternidad abandonada, el amor infantil no correspondido, el cacicazgo político y económico que tanto mal le sigue haciendo a nuestro país, el paternalismo. Una obra maravillosa, esencial, crucial. Una obra en donde se cruzan los fantasmas del pasado y las angustias del moderno contemporáneo. Una obra quelleva al lector hacia los mundos oscuros de los vivos para dejarnos ver que todos somos fantasmas.
La obra del recientemente fallecido Premio Nobel húngaro es sin duda una de las obras más importantes del siglo XXI. Una obra dura, cruda, en donde el narrador nos cuenta cómo llega, después de ser trasladado por los nazis, al campo de exterminio de Auschwitz, y como en medio del desasosiego, el caos, el desorden de esa llegada, algunos presos le recomiendan en su mal alemán (lengua en la que se intentaban comunicarse los presos) que le diga a los carceleros que tiene 14 años, cuando solo tiene 13. Esa mentira, dice el autor en una entrevista posterior, tal vez le haya salvado la vida, pues no fue llevado de inmediato a las cámaras de gas. Novela en donde podemos ver la frialdad de la maquinaria de exterminio nazi, maquinaria construida por humanos con una frialdad burocrática, por seres humanos que habían perdido por completo su identidad y no eran capaces de ver al otro como su igual. Kertész logró sobrevivir, sin saber bien a ese infierno, para regresar su ciudad natal para encontrarse con que su antigua casa era ocupada por nuevos habitantes que no lo reconocían. Con diecisiete años había sobrevivido al peor genocidio de la historia pero ahora estaba completamente solo en el mundo. Una novela desoladora, hermosa.
Quién es Javier Moro Hernández. Poeta, periodista y promotor cultural. Poesía suya ha aparecido en diversas antologías y en revistas como Tierra Adentro, El Perro, Cinosargo (Chile). Autor del libro de poesía Mareas (Abismos 2013) y de las plaquettes de poesía Los Hipopótamos de Pablo Escobar (de próxima aparición con Deleatur) y Los salvajes de ciudad Aka (en colaboración con Carlos Ramírez, Deleatur-Dos10, 2012). Fue coordinador del Recital de Poesía Chilango-Andaluz y del Gabinete Salvaje, Noches de poesía y Artes. Miembro del colectivo de poesía Los Salvajes de Ciudad Aka. Es colaborador de periódicos como La Jornada de Aguascalientes, El Financiero y de sitios de Internet como Suplemento de Libros, Noiselab y BunkerPop.