Una poderosa y nueva novela americana, destinada a deconstruir el imaginario de un lugar central para la cultura de Occidente, mediante una historia que transcurre a mediados de los 70, protagonizada por personajes mimetizados con alimañas mutantes y lobos solitarios, en ese sitio donde siempre hace frío, donde a menudo nieva.
Barcelona, España, 8 de abril (SinEmbargo).– Anota este nombre: Garth Risk Hallberg. No olvides este título: Ciudad en llamas. Poco falta para que llegue al mercado mexicano la poderosa novela de este joven autor prácticamente desconocido y que sin embargo ha logrado conquistar en poco tiempo el interés del lector y de la crítica en el ambiente literario anglosajón.
William Hamilton-Sweeney y su hermana Regan, herederos de una de las mayores fortunas de la ciudad, no se han visto desde hace más de una década. William rompió con su familia durante su adolescencia, y ahora, tras dejar el grupo de música punk que fundó, vive en el barrio de Hell’s Kitchen con su novio Mercer, un joven profesor procedente de Georgia que sueña con escribir la Gran Novela Americana.
Regan sigue en el seno de la élite y, en pleno proceso de separación de su marido, Keith, se enfrenta a un escándalo familiar. Por otro lado, Charlie y Samantha, dos adolescentes de los suburbios, sucumben a los encantos del lado más radical y underground del Bajo Manhattan mientras la música de una joven Patti Smith resuena por sus calles.
Un tiroteo en Central Park durante la Nochevieja de 1976 será el detonante que emplazará a los personajes de esta extraordinaria novela sobre el tablero de una ciudad que, al verano siguiente, colapsará durante el famoso apagón de 1977.
La sinopsis distribuida por Penguin Random House, la editorial encargada de poner en nuestras librerías este nuevo fenómeno de la literatura contemporánea, dice mucho y a la vez poco. Se trata de una novela de 1000 páginas, cuyo entramado, tejido con precisión y ritmo exhaustivos, propone un recorrido por un vasto universo de criaturas desoladas, que buscan su redención en medio de la oscuridad, las alimañas, la nieve y el frío.
El paisaje de Nueva York a mediados de los setenta le valió al desconocido Garth Risk Hallberg un contrato por dos millones de dólares a cargo de la editorial Knopf y acceder a los primeros puestos de venta en el mercado anglosajón, lo que sin duda resulta algo más que una buena fortuna para el escritor nacido en Louisiana en 1976.
De Ciudad en llamas, la célebre crítico estadounidense Michiko Kakutani, ha dicho que se trata de “una increíble e impresionante máquina de realidad virtual”.
Ciudad en llamas ha sido seleccionado además como uno de los mejores libros del año por The New York Times, The Washington Post, National Public’s Radio y Barnes & Noble. Crítica, lectores y prensa lo comparan con Donna Tartt, Charles Dickens, Tom Wolfe, Jonathan Franzen, Thomas Pynchon y Michael Chabon y coinciden al señalarlo como una obra maestra, uno de los libros más importantes que se han escrito en los últimos años.
Garth Risk Hallberg nació en Louisiana y creció en Carolina del Norte. Ha colaborado con sus escritos en Prairie Schooner, The New York Times, Best New American Voices 2008 y The Million. En 2007 publicó la nouvelle A Field Guide to the North American Family. Ciudad en llamas es su primera novela y ya ha sido traducida a 17 idiomas. Actualmente vive en Nueva York con su mujer y sus hijos.
SinEmbargo lo ha entrevistado en forma exclusiva en Barcelona, España, donde se encuentra en gira de promoción. Estar frente a esta nueva estrella de la literatura mundial, equivale a tomar contacto con un joven simpático, sencillo y profundo conocedor y admirador de la literatura latinoamericana para quien nombres como el de Roberto Bolaño, Gabriel García Márquez y Álvaro Enrigue, entre otros, constituyen voces cotidianas en su cerebro curioso y dispuesto.
Más allá de la gozosa primicia de poder hablar con un autor que seguramente marcará récords de interés cuando su novela llegue a nuestras librerías, lo interesante ha sido –como siempre será- hablar de libros, lectores y autores con alguien que ama los libros, a los lectores y a los autores.
Aquí, la entrevista.
–Todas son alimañas en la Nueva York de mediados de los 70, incluidas las personas.
–Bueno, más que alimañas, las veo como bestias fabulosas. Creo que cuando hay tanta gente viviendo junta, amontonada, hay parte de la amabilidad y de la educación que desaparecen merced a la fricción. Pero eso a la vez indica que la vida interior de la gente puede vivir un poco más cerca de la superficie, al menos mucho más cerca que en la ciudad donde crecí [Carolina del Norte].
–Estas alimañas tal vez han creado una nueva especie humana.
–Tal vez sí o tal vez siempre ha sido así. Ahora leo la nueva novela de Javier Marías (Así empieza lo malo) y él está obsesionado con William Shakespeare y es realmente muy interesante porque sus personajes siempre en la superficie están vinculados, atados por códigos de honor y eso es algo extraño para un neoyorquino. Sin embargo, esas pasiones shakespearianas viven en todos los seres humanos, son prácticamente universales.
–De todos modos, nunca hubiera pensado en Shakespeare luego de leer Ciudad en llamas, más bien pensaría en una película como Magnolia o en una historia de zombies…
–Sí, todas esas cosas podrían ser ciertas. Lo que yo quería era contrastar este panorama apocalíptico y distópico de la Nueva York de mediados de los 70 con cosas privadas, domésticas, secretas y pequeñas como la desintegración de un matrimonio, la pelea entre amantes, la emoción de una amistad, el descubrimiento del arte con mayúsculas. Usar en la narración estas cosas, para que cada una de ellas elimine a la otra y así poder llegar a cierta percepción de sentimientos que terminan siendo universales, reconocibles para cualquier ser humano, viva donde viva.
–Es verdad que transcurre a mediados de los 70, pero Ciudad en llamas parece escrita después de la crisis del 2008. Es una novela donde no parece existir el pasado…
–Bueno, yo no quería escribir una novela histórica a pesar de que transcurre en un tiempo pasado. Porque no sé lo que significa ese género en otras tradiciones literarias, pero en la literatura en inglés la novela histórica transcurre como una especie de “drama customizado” movido por lo que Henry James llamaba “la mano muerta del pasado”. Todo esto no nos importa, porque nada de esto nos puede alcanzar. Cuando tuve la idea del libro, pensé que en cierto modo esa crisis de mediados de los 70 era un espejo donde podíamos ver con más claridad nuestra propia crisis. Al principio para mí era la crisis del 2001, que surgió luego de un periodo en apariencia muy ordenado, organizado. Sin embargo, cuando me senté a escribir el libro, efectivamente encontré mucho paralelismo entre aquella crisis de mediados de los 70 y la nuestra del 2008.
–El tema del dinero es puesto en cuestionamiento muy hondamente en Ciudad en llamas.
–El dinero es una ideología como cualquier otra, tan perniciosa como cualquier otra. En los Estados Unidos no hay 1000 años de historia, por tanto la ideología del dinero no ha reemplazado a una religión o creencia previas y quizás por eso se ha constituido en una religión en sí misma. Pero eso no lo explica todo. Hay otras ideologías en el libro y tampoco satisfacen a ninguno de los personajes, algo que puede verse claramente en Keith (una de las criaturas de la novela).
–El origen del dinero en Nueva York en particular y en los Estados Unidos en general se dio al nivel de los inmigrantes, analfabetos y bandidos…
–Bueno, se dio en medio de una gran tensión entre los inmigrantes y los mercaderes, sin dejar de destacar que había muchas familias patricias que veían oportunidad de ganar mucho dinero y aquellos inmigrantes que apenas empezaban a ganar dinero pasaban a ser clase media…de todos modos me interesa más cuestionar el papel de cualquier ideología en la vida de un individuo. Ganar dinero, buscar una perfección religiosa, el sueño de la inmortalidad artística que obsesiona a William, por qué la gente necesita esas ideas y por qué todas estas ideas siempre son insuficientes.
–Bueno, hay quienes tienen el sueño de escribir la gran novela americana, no sólo Mercer, tu personaje.
–(risas) No sé si lee en la traducción, pero claro que veo ese tema con un alto grado de ironía, lo que no me impide tener empatía con el sueño de Mercer; de hecho, tengo empatía con casi todos los personajes de mi novela. Todos mis personajes están intentando cazar algo que en última instancia no satisfará.
–También Jonathan Franzen ve con ironía ese sueño y en Pureza, su reciente novela, también hay un personaje que quiere escribir la nueva novela americana
–Sí, es verdad, lo recuerdo. Todos los escritores que han significado algo para mí han soñado con hacer una obra que siga siendo leída dentro de 30 años. No hay que avergonzarse de ese sueño, aunque no alcance para vivir. No puedo hablar en nombre de Jonathan Franzen, pero no pienso en términos nacionales, tan limitados. Si fuera por eso, para mí Cien años de soledad o Rayuela son las grandes novelas americanas de las últimas décadas y creo que nadie le hubiera preguntado a Gabriel García Márquez o a Julio Cortázar por qué querrían abarcarlo todo con sus brazos literarios. Creo que hay algo en la constitución del que crea la ficción que permite alcanzar lo inalcanzable. Definitivamente, el genio de Jorge Luis Borges es conseguir que sus infinidades entren en un espacio de cinco páginas. Obviamente, yo no soy ese tipo de escritor (risas)
–Para mí la gran novela americana es Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño y si algo me hizo acordar a Bolaño en Ciudad en llamas, fue la preocupación, la descripción, del mal…
–Sí, una novela que también se sitúa a mediados de los 70, donde predice gran parte de lo que vivimos ahora, con una ambición literaria muy grande por parte de personajes escritores que Bolaño –un autor importante para mí– miraba con mucha ironía. Bolaño es el que hace explotar por el aire toda esa teoría de la gran novela americana y resitúa a la novela en un estatus superador de todas las fronteras. Me preguntas sobre el mal, es algo muy interesante para mí; al respecto diría que hay una gran escuela novelística en la actualidad que avanza hacia una precisión autobiográfica cada vez mayor, una fijación en cuanto a la realidad muy marcada; luego hay otra corriente que revaloriza como nunca el valor de la ficción en la literatura y la cuestión del mal queda en una especie de limbo muy extraño. Para un escritor que intenta hacer un autorretrato con toques de ficción como es mi caso ese mal de alguna manera desaparece y se convierte en algo puramente psicológico. Si me fijo en autores muy imaginativos como Roberto Bolaño y Cormack McCarthy, veo una imagen del mal que asusta mucho, es un mal metafísico e incluso biológico. No sé dónde encajo yo en todo esto, no tengo la profundidad metafísica de McCarthy, pero sí he pensado mucho en lo que sucedería a un personaje que intentara vivir la ideología total de la ilustración, como si no hubiera nada más en la vida. De ahí viene el personaje de Hermano Diabólico. Para mí todavía es un personaje misterioso, pero sé que anhela ver el mundo simplemente como un conjunto de herramientas a través del cual llevar a cabo sus propios planes, como si nadie más tuviera sueños y deseos, lo cual me parece un tipo de mal que de una manera un tanto extraña se acerca mucho a nuestra realidad contemporánea. Cuando leo el periódico todas las mañanas encuentro atisbos de ese personaje.
–¿El mal también está expresado en el narcisismo excesivo que expresan casi todos sus personajes?
–Es un tema que me obsesiona, vuelvo a él una y otra vez. No veo de todos modos ese narcisismo como una categoría estable. Los seres humanos navegan por el narcisismo, no lo expresan totalmente todo el tiempo. Curiosamente, el mundo valora el instinto narcisista, pero los seres humanos son capaces también de un gran altruismo y tienen la capacidad de comprender. La presencia simultánea de estas dos cualidades en un mismo ser me resulta milagrosa en muchos y todos los sentidos de la existencia humana.
–Cuando Mercer habla de “buscar el castigo”, ¿expresa así un cuestionamiento al concepto de víctima?
–Es un tema muy complicado. Pienso en los grados de los sentimientos. Los seres humanos son organismos y las ciudades son ecosistemas. En cualquier ecosistema, cada organismo toma y da, consume y crea, intercambiando los roles de víctima y victimario en forma constante. Es una danza delicada que mantiene la dinámica del ecosistema, que de otro modo dejaría de funcionar y se convertiría en algo brutal. Por eso la evolución del altruismo parece un poco tonta; la belleza de las novelas consiste en que la gente que las escribe tiene posesión natural del instinto extraño que entiende que todo está en movimiento, que todo es una mezcla de luz y oscuridad.
–En esta danza delicada se pone en juego el cuerpo; en tu novela todo el mundo se lastima, pasa mucho el frío, hay una gran fe en el cuerpo, en el físico humano, todo lo podemos aguantar
–Sí, aguanta todo, pero no de un modo fácil. Mi esposa es antropóloga y piensa mucho en torno a cómo el trauma afecta al cuerpo. Esa idea también está en mi mente y lo que me encanta de poder escribir una novela tan larga (algo que no volveré a hacer en mi vida) es que hay ciertos patrones que empiezan a emerger. Son patrones de los cuales, como escritor, no tienes consciencia cuando empiezas a hacer tu libro. Por eso da miedo.
–Mi próxima pregunta iba a ser precisamente si piensas que todos somos hijos de un trauma.
–No lo sé, pero pareciera que todas las personas tarde o temprano vamos a ser definidas por algún trauma. En un momento dado empecé a reflexionar acerca de qué es un trauma y me fascinó la relación entre trauma y la palabra alemana ‘Traum’, que significa sueño y la idea de que el trauma es un mal sueño impuesto y que siempre supone un encuentro fuera del cuerpo, de violación o de fuerza.
–¿Quizás por eso sus personajes viven como si percibieran, olieran, la tragedia en forma permanente?
–No lo sé. El trauma no es un mal sueño tuyo, que puedas controlar, es un mal sueño que compartes con otras personas o hechos. Contar la historia del trauma es liberarse. Creo que la tristeza que tienen todos mis personajes es el hecho que sólo se puede producir esta liberación en momentos de gran crisis, de gran amor y frente a una obra de arte mayúscula.
–Una actividad física y extrema, me imagino, fue escribir una novela tan larga.
–Era como andar sobre una cuerda floja entre el trauma y el sueño.
–Hay una búsqueda moral, como buen escritor estadounidense.
–Creo que sí, pero eso también me convierte en un escritor griego. Qué es el bien, qué es la justicia, cómo deberíamos vivir, me parecen cuestiones milenarias. A lo mejor es que los estadounidenses seguimos siendo tan naives que nos hacemos todo el tiempo las mismas preguntas.
–¿Bernie Sanders, Hillary Clinton o Donald Trump?
–Bernie Sanders.