Alma Delia Murillo
07/04/2012 - 12:02 am
La ciudad de la euforia
A veces se me olvida tener miedo mientras camino por alguna calle solitaria. ¿Cómo podría sentir miedo estando enamorada? La pared más destruida, las fachadas más viejas, las avenidas más melancólicas se transforman en un útero cálido y protector cuando el torrente sanguíneo transporta oxígeno enamorado. He tenido novios y amantes que vivían en Santa […]
A veces se me olvida tener miedo mientras camino por alguna calle solitaria. ¿Cómo podría sentir miedo estando enamorada?
La pared más destruida, las fachadas más viejas, las avenidas más melancólicas se transforman en un útero cálido y protector cuando el torrente sanguíneo transporta oxígeno enamorado.
He tenido novios y amantes que vivían en Santa María la Ribera, Polanco, Azcapotzalco, Reforma, Aragón, Juárez, Roma, Condesa y Coyoacán: conozco esta ciudad del mejor modo posible. Ése en el que se camina con ligereza y con cara de idiota, respirando la ansiedad que provoca saber que a la vuelta de una esquina nos esperan unos ojos que lo son todo.
Novios o amantes con presupuesto para invitarme unas papas de carrito bañadas en salsa picante y una reservación en la mejor mesa de las islas de la Biblioteca Central de la UNAM. Otros con presupuesto que va desde quesadillas de mercado o caldo de gallina hasta cocina de autor, cocina fusión, cantinas deslactosadas light y cantinas de a de veras: no importa. El espíritu se agita igual, las manos sudan lo mismo, las ganas revientan en la piel con la misma intensidad.
He andado con el corazón roto en Santa María la Ribera, Polanco, Azcapotzalco, Reforma, Aragón, Juárez, Roma, Condesa y Coyoacán: conozco esta ciudad del peor modo posible. Ése en el que el aire lastima cada fibra del cuerpo y las ganas de llorar arden en el rostro y se desbordan con cada paso, con cada semáforo que se vuelve ausencia. Ése en el que hay que mirar para otro lado, para otra dimensión si se pudiera, mirar para otro mundo porque en éste no hay imagen que no duela. He atravesado estas calles de la mano de la muerte más aguda: la muerte amorosa. La de cuando ya no somos, cuando ya no pronunciamos aquel nombre que iluminaba los muros e incendiaba los parques.
Y me he puesto a mirar hacia un sentido y otro de la acera y me ha dado por pensar que, tal vez, mientras yo camino enamorada, el hombre que va del otro lado lleva el corazón en pedazos. O al revés.
Me ha dado por pensar que, ni únicos ni irrepetibles, tal vez sólo vivimos la emoción que dicta el lado de la acera por la que andamos.
Y me detengo un momento y él se detiene también. Y somos hijos del azar. Nuestras miradas se cruzan.
Y somos uno: me ha dejado su dolor en el pecho y he tenido que dar la vuelta, desandar a prisa mis pasos, más a prisa, corriendo. Y no he podido contener las lágrimas y necesito salir de ahí, estar a salvo, llegar a casa, dejar esa calle que ahora me duele como si nunca, como si siempre.
Me voy, una vez más, a morir de desamor en mi cama.
Y cuando me levante correré por la ciudad con la esperanza de encontrar a alguien lleno de pasión, enfebrecido, flechado sin remedio. Y voy a mirarle, a meterme en sus ojos, a beberme su alma. Y encomendaré a esta diosa de asfalto los amores y tristezas que en su vientre voy dejando.
@AlmitaDelia
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