Verónica Rosas ha recorrido miles de kilómetros del país en busca de su hijo Diego, secuestrado hace tres años. La madre ha tenido que salir a rastrear a diversos estados del país, porque uno de los secuestradores –un menor que era su vecino y quien a pesar de que ya confesó el plagio y fue sentenciado sólo a tres años y medio de cárcel–, se niega a dar indicios del paradero de Diego.
“El menor que secuestró a mi hijo, dos veces me ha engañado con que mataron a Diego y nos ha dado puntos donde supuestamente dejaron el cuerpo, pero ya después de hacer la búsqueda se retracta. ¡Nada más se burla! ¡Él desde la cárcel me sigue lastimando y dañando y no hay ningún castigo!”.
Ciudad de México, 7 de febrero (SinEmbargo).- Verónica Rosas Valenzuela lleva siempre colgado un relicario que cae sobre su pecho; en él lleva la fotografía de su hijo Diego y ella abrazados, cerca del corazón donde alberga la esperanza de encontrar al jovencito, quien fue secuestrado y desaparecido el 4 de agosto de 2015 en el municipio de Ecatepec, Estado de México.
Diego Maximiliano Rosas Valenzuela tenía 16 años de edad cuando fue plagiado. Su madre, en medio de la desesperación y el dolor, con muchos esfuerzos y apoyo de conocidos, logró juntar parte del dinero que pedían los captores y pagó el rescate, pero el menor de edad jamás fue liberado, dice la madre de la víctima en entrevista con SinEmbargo.
Hoy, a más de tres años del plagio hay tres hombres detenidos por el crimen contra el jovencito; uno de ellos es un menor de edad que ya fue sentenciado por el plagio. Sin embargo, hasta hoy, Verónica aún desconoce el paradero de su hijo, porque los criminales –pese a estar encarcelados– se niegan a dar indicios del paradero del joven.
EL PLAGIO
Diego Maximiliano Rosas, de 16 años, estudiaba la preparatoria con un promedio de 8.2. Por las tardes, algunos días de la semana, ayudaba a su mamá en el negocio familiar. Era un joven deportista, ”le gustaba patinar e ir al gimnasio”, narra Verónica Rosas.
El día del plagio fue viernes. Diego salió alrededor de las 5 de la tarde de su casa ubicada en la colonia Llano de los Báez, para dar la vuelta” con unos amigos.
«Entre él y yo había reglas, como yo soy mamá sola, tenía la regla de traer siempre el celular prendido, para cualquier cosa que yo le hablara y los viernes, él me apoyaba a enviar unos reportes de mi trabajo”, explica la madre.
Verónica empezó a angustiarse cuando llegó la hora de enviar el reporte y Diego no regresaba, no era normal que el jovencito no cumpliera o no ayudara a su madre. «Él es muy responsable”, dice.
Conforme transcurrían los minutos, la desesperación de la mujer creció. Cerca de las 20:30 horas marcó al celular de Diego, pero la llamada ya la mandaba al buzón. Verónica dice que trató de tranquilizarse, y esperar hasta las 10 de la noche para salir a buscarlo.
El reloj estaba por marcar las 22:00 horas y justo cuando empezaba a alistarse para salir, recibió la primera llamada de los secuestradores, relata.
Verónica recuerda que al escuchar que era un plagio no lo creyó porque no son personas de altos recursos económicos y en ese entonces, ella creía que lo secuestros solo ocurrían a ciudadanos de clase media alta a alta; incluso, pensó que se trataba de una broma o una extorsión y colgó. Una fuerte sensación invadió su cuerpo que la tambaleó.
“Yo soy una empleada, no tengo bienes económicos, y yo estaba en el entendimiento que esto solo le pasaba a personas que tienen una posición económica alta, y no como la mía. Fue algo horrible.”
Sin embargo, a los pocos minutos volvieron a marcar, y fue cuando empezaron los insultos y la llamada más agresiva para pedir el rescate.
“Me dijeron que no fuera pendeja, que si les colgaba iban a matar a Diego, y así hablarme con una serie de groserías terrible”, dice Verónica quien cita algunos de los diálogos.
–Por qué cuelgas, no te pases de pendeja –le dijo el criminal.
–No, no es que se me cortó la llamada –respondió ella.
–No te pases de pendeja, sino no vas a volver a ver a tu hijo. Fíjate bien lo que quiero que hagas: quiero que juntes 3 millones de pesos, para volver a ver a Diego con vida.
–No, señor, es que yo no tengo ese dinero. ¡Yo no tengo nada!
–Pues no sé, dame tu lote de joyas o háblale a su papá.
–Pues es que yo no veo a su papá, su papá ni mantiene a Diego.
–Pues yo no sé, yo quiero el dinero y ahorita me vas poner dinero a una tarjeta de 200 pesos y te voy a estar llamando y donde no me contestes o le hables a la policía, ya no verás a tu hijo –la amenazó el secuestrador.
“Yo tenía unos anillitos de oro, pero nada relevante, en ese momento yo pensé que sí era Diego porque, ¿cómo sabían ellos eso? Y cuando dijeron lo de su papá, dije que sí era, porque a su papá sí le iba mejor económicamente, pero su papá no tiene ningún vínculo”, recuerda la mujer.
Durante la noche, la madre aún albergaba la esperanza que fuera una extorsión. “Nosotros no tenemos medios económicos como para ser blanco de los secuestradores, por eso empezamos a buscar con sus amigos, teníamos la esperanza de que habían robado su celular y nos querían extorsionar”, platica la mujer.
Al día siguiente, al notar que Diego no regresaba y los secuestradores seguían llamando, la familiar acudió con las autoridades a buscar apoyo. Verónica recuerda que en la Policía Federal (PF) los canalizaron a la entonces nueva Gendarmería, que se creó en la administración del Presidente Enrique Peña Nieto, y de ahí les enviaron a dos agentes de “manejo de crisis” para las negociaciones. “Es horrible porque te dicen cosas terribles, todo el tiempo hablándote con groserías diciendo que lastimarán a tu ser querido”, comenta la entrevistada.
LA FALLIDA NEGOCIACIÓN
Verónica denuncia que los agentes que estuvieron de “apoyo” no tenían la capacitación adecuada y no hicieron bien su trabajo, pues fallaron en lograr que regresaran a Diego sano y salvo. “Nosotros creímos en ellos [los agentes] siendo que no tenían la preparación para hacer el tipo de negociaciones, porque son vidas las que están en ese momento en juego y no saben”, se lamenta.
Mientras se realizaban las negociaciones, como la familia de Diego no tenía el dinero que exigían los criminales, los plagiarios mutilaron dedos de la mano del joven y enviaron dos partes a la familia. Las falanges que recibió la familia sí correspondían al joven, según corroboraron las pruebas de ADN que realizaron.
“Fue una crueldad horrible, no era de que yo no quisiera dar el dinero, sino que en realidad yo no tenía el dinero. Lo más lamentable es que nosotros pusimos toda nuestra confianza en las autoridades siendo que ni siquiera saben negociar”, agrega.
La familia, con apoyo de familiares y amigos, logró juntar una parte de dinero. Uno de los familiares de Verónica y Diego, acudió sin apoyo de las autoridades hasta Tecomatlán, Puebla, para pagar el rescate, ocho días después de la privación de la libertad.
“Hasta allá nos hicieron ir, un familiar acudió. Los criminales hicieron andar a mi familiar por todos lados, todo un día entero lo trajeron de ‘vete ahí’, ‘ahora vete para allá’. Burlándose, hasta que le dijeron ‘bueno ahora sí vete a ese lugar y ahí queremos el dinero’ […]nosotros en nuestra desesperación no medimos el enorme riesgo y el peligro al que se enfrentó mi familiar”, narra Verónica.
El rescate se entregó alrededor de las 00:00 horas, y los criminales le indicaron a la familia que a partir de ese día desde las seis de la mañana dejarían a Diego en una gasolinera que se llama” Que chulo es Puebla”, ubicada en la carretera a Chalco, por la salida de Puebla. “Nos dijeron que, al dejar el dinero, Diego iba a ser liberado a la mañana siguiente y pues nos engañaron”, agrega la madre del menor.
Al día siguiente, la familia acudió al lugar indicado a buscar a Diego, llegaron hasta con ambulancias, recuerda Verónica, pero el menor jamás apareció. “La verdad es que nosotros creímos que todo iba a salir como los policías nos dijeron y no. Tuvimos muy mala suerte porque las autoridades que buscamos no fueron las capaces”.
Cuando el joven no apareció, los agentes todavía le dieron esperanzas a la familia, comenta la entrevistada: “Nos dijeron: ‘así pasa a veces, los regresan solos o los mandan en taxi, es su forma de operar, no siempre los liberan; a veces tardan 15 días, un mes o dos o tres meses. Tardan en liberarlos, pero sí los regresan. Ellos [los agentes] te llenan de esperanza y, como supuestamente estamos con los ‘expertos’, pues te dicen eso para que sigas con esa mentalidad, cuando no es así”, comenta Rosas Valenzuela. Así pasaron uno, dos meses… y ya van más de tres años y Diego no aparece.
DETENIDOS, SENTENCIADO Y DIEGO AÚN NO APARECE
En marzo de 2016, las autoridades detuvieron a tres hombres en flagrancia por secuestro. Como parte de las investigaciones resultó que el trío de secuestradores había participado en el secuestro de Diego, pues uno de ellos –que es menor de edad– fue vecino de la víctima.
El vecino de Diego, menor de edad, se declaró culpable para obtener una pena menor. En su declaración inculpó a los otros dos detenidos, quienes aún siguen en proceso e interponiendo amparos. El juez aún no los declara culpables, pese a que hay pruebas periciales de voz que los relacionan al secuestro.
El menor secuestrador obtuvo una sentencia solo de tres años y medio por el plagio. Fue beneficiado hasta cuando no ha brindado datos o información que lleve al paradero del joven Diego.
“No hay una Ley o un mecanismo que lo obligue a decir dónde está. Ellos, los delincuentes tienen más derechos que el propio secuestrado”, dice Verónica.
La mujer explica que muchos delincuentes no quieren decir donde dejan o esconden los cuerpos, porque eso implicaría una agravante per se en su caso; pero a la vez, genera una tortura eterna para las familias de las víctimas.
Verónica ahora solicita que las autoridades implementen mecanismos o acciones que den como resultado que los perpetradores de desaparición forzada, secuestro u homicidios, ya sentenciados, den información verídica que permita la localización de personas desaparecidas o se agrave cuando no colaboren o den información falsa.
“Eso nos ayudaría porque hay muchos porque yo no tendría que andar por tantos años en búsqueda. Ya fui a Guadalajara, Michoacán, Aguascalientes, Mexicali, Ensenada, Tijuana, Puebla, Pachuca, Morelia, Guerrero, todo esto lo pudiera evitar la autoridad y las leyes se aplicaran”, narra la mujer.
Verónica Rosas ha recorrido miles de kilómetros del país en busca de su hijo Diego, secuestrado hace tres años. La mujer ha tenido que salir a rastrear a diversos estados del país porque uno de los secuestradores –un menor que era su vecino– pese a que ya confesó el plagio fue sentenciado sólo a tres años y medio de cárcel, y además no quiere decir o dar indicios del paradero de Diego.
“El menor que secuestró a mi hijo, dos veces me ha engañado con que mataron a Diego y nos ha dado puntos donde supuestamente dejaron el cuerpo; pero ya después de hacer la búsqueda se retracta. ¡Nada más se burla! ¡Él desde la cárcel me sigue lastimando y dañando y no hay ningún castigo!. Es una pesadilla que hasta el día de hoy no termina porque todavía no encuentro a Diego”, dice la entrevistada.
La mujer también crítica las leyes y el hecho de que en México no se aumente la edad penal, pues jóvenes que han cometido delitos graves –como secuestro, feminicidio, homicidio, violación– les aplican penas muy pequeñas, con un máximo de cinco años de prisión.