El escritor argentino Ricardo Piglia estuvo durante mucho tiempo dedicándose a las muertes: la de Manuel Puig, la de Bolaño, sobre todo la de Juan José Saer, ese autor que después de Borges era tan importante… Ahora que ha muerto él nos queda a nosotros ocuparnos de su partida y no permitir que se pierda en el olvido. Los libros de Ricardo, las letras de Piglia y las de sus hermanos…
Ciudad de México, 7 de enero (SinEmbargo).- Ricardo Piglia tenía una manera de hablar tan amena. Era como si el vecino de la vuelta viniera a hablar contigo de literatura, de escritores inmensos, de referirse a ese eterno mirar por encima de los autores famosos para destacar tu observación, tu parecer.
Lo decía incluso cuando como periodista te acercabas y él te decía, serio, concentrado: “siempre pienso que sólo me lee un grupo de amigos”. Pensaba para ello en una sociedad secreta de lectores, de personas adscriptas a los libros que fueran haciendo clubes sin nombres.
Pienso en las últimas tres novelas de Piglia: Blanco nocturno, El camino de Ida y Los diarios de Emilio Renzi, tres formidables historias tan distintas entre sí y tan demandantes, como si los lectores de ahora pudieran distinguirse de Plata quemada y Respiración artificial, esas novelas que lo condenaron en un principio a ser exitoso sólo en Argentina.
Planeta tenía la opción de publicarlo fuera de su país, pero no fue sino hasta muchos años después en que Jorge Herralde, el editor de Anagrama, pudo saldar la deuda y darle a Latinoamérica y a España un autor tan universal, tan vasto.
Me pregunto si en estas circunstancias, Herralde sabrá de la muerte de Piglia. El legendario editor pasa sus días en una residencia de recuperación y fisioterapia como consecuencia de una caída que sufrió a mediados de noviembre pasado y ya ha dejado la dirección de Anagrama en nombre de Silvia Sesé, su mano derecha.
Las muertes, como la de él, que pereció luchando por su enfermedad, cuando la prepaga Medicus no quería hacerse cargo de la medicación que necesitaba para su ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) y fue un pedido del artista y sociólogo Roberto Jacoby el que levantó la protesta tanto de argentinos, como de mexicanos, como de españoles.
Como la muerte de Roberto Bolaño (1953-2003), con el que mantuvo largas charlas por Internet destinadas a hablar de lo latinoamericanos que somos, ¿verdad?.
“Para nuestra desgracia, creo que seguimos siendo latinoamericanos. Es probable, y esto lo digo con tristeza, que el asumirse como latinoamericano obedezca a las mismas leyes que en la época de las guerras de independencia. Por un lado es una opción claramente política y por el otro, una opción claramente económica”, dijo Bolaño.
“Estoy de acuerdo en que definirse como latinoamericano (y lo hacemos pocas veces, ¿no es verdad?; más bien estamos ahí) supone antes que nada una decisión política, una aspiración de unidad que se ha tramado con la historia y todos vivimos y también luchamos en esa tradición”, dijo Piglia.
Y lo añoraba mucho: “ya que era un gran interlocutor. Nos intercambiábamos nuestros respectivos escritos y sin duda me interesa mucho la literatura que él hacía, fundamentalmente porque en su lógica novelística, el relato se construye como una investigación”.
Otras muertes, como la del ex presidente Néstor Kirchner y la del novelista y poeta Rodolfo Fogwill. “No quisiera unificarlos, claro, aunque tenían algo en común y es que mucha gente los odiaba”, bromeó.
“La muerte de Kirchner produjo efectos inesperados y una reacción colectiva que demuestran que la política muchas veces tiene que ver con los sentimientos y la de Fogwill produjo la tristeza que causa el hecho de que un escritor muera en su plenitud creativa”, expresó.
Desde hoy hay un gran lector de Gombrowicz menos. Probablemente, el que más hizo porque se lo leyera en Argentina, dijo la gente del Congreso Gombrowicz. Y cuando murió ya tenía terminado un libro sobre el uruguayo Juan Carlos Onetti.
La muerte del gran Juan José Saer, esa sí que fue una muerte propia, tan para desmentirla entre otras cosas por medio de un libro Por un relato futuro, el testimonio de una larga época de amistad y la firme voluntad de Ricardo que después de Jorge Luis Borges, el importante era Saer.
Y la muerte de Manuel Puig y la de Rodolfo Walsh: la literatura argentina de fines del siglo XX debería leerse en las claves dadas por tres autores diametralmente opuestos entre sí.
De Puig decía que era el novelista político: “El que se hizo cargo de la cultura popular representada por la televisión y el radioteatro, para incorporarla a la literatura y el que demostró la relación entre la política y los sentimientos mejor que ninguno”.
“Hay que buscar el poder de la ficción en la realidad y escuchar más a los perdedores puesto que son ellos quienes en general expresan una verdad que esconde la cultura del éxito reinante”, decía de Puig y acaso de sí mismo.
RICARDO PIGLIA, ADIÓS AL HOMBRE BONAERENSE
Ricardo Piglia había nacido en Buenos Aires en 1941. Se dio a conocer en 1967, cuando su primer libro de relatos La invasión ganó el premio Casa de las Américas. Desde entonces, su obra literaria no paró nunca y sobre todo para referirse a sus favoritos y a sus hermanos: Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Manuel Puig…
Cuenta Piglia que contaba Borges que decía Macedonio Fernández en clave de humor: “los gauchos fueron inventados para entretener a los caballos en las estancias”; esa burla desparpajada opuesta a la solemnidad pomposa de un folclore conservador que quiere pero no puede convertirse en corsé cultural para todo un país, es la carne que da sustancia a la obra de Piglia y que al mismo tiempo lo hace tan atractivo para las nuevas generaciones de lectores, que lo veneran. Era un escritor bonaerense, con todos los comentarios habidos y por haber al respecto.
Y era un escritor enfermo. Como ese comentario que hizo el también periodista y escritor Carlos Ulanovsky al enterarse de que había ganado el Formentor de las Letras: “Qué no daría Piglia por un poco de salud antes que un premio”.
“La literatura persiste en nuestra época porque uno de sus horizontes es justamente contar cómo sobreviven los hombres en esta intemperie que no tiene fin. Malos tiempos para la lírica, dijo el poeta en un poema donde exaltaba el coraje y la ironía de los que perseveran sin transigir. El reconocimiento de los colegas es el mejor halago al que podemos aspirar”, afirmó entonces el argentino, quien a pesar de su delicado estado de salud no había dejado de trabajar.
Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Ricardo Piglia se desempeñó como profesor de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de Princeton, Estados Unidos, donde enseñó e investigó de 2001 a 2011 y fue nombrado profesor emérito “Walter S. Carpenter Professor of Language, Literature, and Civilization of Spain”.
El escritor argentino falleció ayer a los 75 años, víctima de un paro cardíaco.