No es usual que una serie absorba de forma profunda e intangible, el sentir de nuestros días, menos si se trata de una comedia que maneja sensibilidades y códigos temporales que no sólo nos quedan lejos, sino que poco tienen que ver con la actualidad. Pero es justamente lo que Amy Sherman-Palladino ha conseguido hacer con The Marvelous Mrs. Maisel, una serie abiertamente optimista, feminista y cargada de arrojo.
Madrid/Ciudad de México, 6 de diciembre (ElDiario.es/SinEmbargo).— Prácticamente cualquier producto audiovisual es hijo ilegítimo del llamado zeitgeist, repelente expresión para referirse al signo de los tiempos, aquello que marca de forma a veces difícilmente comprensible lo que una serie o película significa según la época en la que nace. No sorprende, por eso, que ante la caída de valores que siguió a la crisis del 2008, el norteamericano medio se identificase con Walter White y su cruzada por el poder de mindundi a narcotraficante, como tampoco lo era que esta se sofisticase poco después en manos de Frank Underwood, en un tiempo en el que, más que tomarse la justicia por su mano, la audiencia quería verle las vergüenzas al poder.
Lo que no es tan corriente, sin embargo, es que una serie sea capaz de absorber de forma profunda e intangible el sentir de nuestros días… ambientándose en los años cincuenta. Y menos si se trata de una comedia, manejando sensibilidades y códigos temporales que no sólo nos quedan lejos, sino que poco tienen que ver con la actualidad. Pero es justamente lo que Amy Sherman-Palladino ha conseguido hacer con The Marvelous Mrs. Maisel, una serie abiertamente optimista, feminista y cargada de arrojo.
Si bien su primera temporada se estrenó sin levantar demasiada polvareda, de pronto copó todos los titulares habidos y al ganar cinco Emmys y dos Globos de Oro, incluida mejor comedia y mejor actriz. Hoy se estrena su segunda temporada pisando el acelerador para profundizar en su lectura política, en su habilidad para la comicidad y sí, en lo dramático de ser mujer y comediante en la Norteamérica de finales de los cincuenta.
UNA MUJER Y MICRO
Una fría noche de 1958, en Manhattan, Midge Maisel –fantástica Rachel Brosnahan- asiste anonadada a cómo su marido hace las maletas para abandonarla. A ella y a sus dos hijos. Él -Michael Zegen- se siente decepcionado, incapaz de cumplir su sueño de triunfar en la escena de la comedia de stand-up. Ella, hija de una familia bien, perfecta amante y esposa obediente, no comprende cómo su vida se ha venido abajo en un abrir y cerrar de ojos, habiéndose comportado exactamente como una mujer debería comportarse.
Así que esa noche, Midge se echará a caminar sin rumbo por el Upper West Side. No por casualidad, entrará en un local de comedia y decidirá dejar salir todo lo que lleva dentro. Subirá al escenario de micro abierto y contará su historia. Pero su liberación, lejos de provocar la pena o el llanto de los asistentes, provocará sonoras carcajadas. Su vida es, también, una comedia. Y ella lleva dentro una monologuista absolutamente brillante. Pero no se había dado cuenta hasta ese momento, un segundo antes de ser arrestada por escándalo público.
Así arrancaba la primera temporada de una comedia optimista que narraba con sensibilidad, el renacer y el proceso de liberación de una mujer en un tiempo en el que nada que no fuese cocinar y cuidar de la progenie estaba demasiado bien visto. The Marvelous Mrs. Maisel apostaba fuerte y conseguía, sin demasiado esfuerzo, crear un happy place para una audiencia sedienta de luces al final del túnel.
Amy Sherman-Palladino había creado, siendo consciente de lo que hacía, una heroína contemporánea cuya historia establecía una línea de diálogo constante –y a veces ciertamente triste por atestiguar lo poco que hemos avanzado en temas de igualdad-, con nuestros días. Y nos hablaba de mujeres inteligentes que decidían dejar de callarse y tomaban las riendas de sus vidas, a pesar de las circunstancias.
Disponía para ello de algunos de los diálogos más rápidos y afilados del año, un guion firmado junto a su marido Daniel Palladino, que venía a unir la expeditiva verborrea de Las chicas Gilmore, con el retrato social y la mirada corrosiva de Roseanne. Encapsulando toda su energía en ocho episodios que, eso sí, no dejaban apenas espacio para el desarrollo de un plantel de secundarios de lujo.
Sin embargo, la segunda temporada de The Marvelous Mrs. Maisel -cuya premiere se celebró este martes en Milán- llega con más y mejor. Dispuesta a consolidar lo que construyó y profundizar en algunos de los aspectos más interesantes que la ficción propone. Bien fuere su retrato de época, su mirada abiertamente feminista a los conflictos planteados o su exploración de los orígenes de la stan-up comedy y su peso en la cultura norteamericana.
SORORIDAD EN TIEMPOS REVUELTOS
En esta segunda temporada, se abren nuevos caminos dramáticos que todo el reparto parecía deseoso de explorar. Por una parte, Midge empieza a considerar seriamente su faceta como monologuista, y eso la hace enfrentarse a la incomprensión y al recelo de una sociedad más parecida a la nuestra de lo que nos gustaría admitir. Su faceta como madre y joven de buena cuna que representaba, empieza a fusionarse con su papel como indómita monologuista: sus mundos se influyen y, por momentos, colapsan en un totum revolutum del que sólo ella es capaz de salir airosa.
Por otro, su ex marido interpretado por Michael Zegen, se esfuerza por componer un arco de redención que comprende una de las reinterpretaciones de las masculinidades tóxicas más complejas de la televisión contemporánea. Mientras alrededor de ambos, tanto los padres de ella, Tony Shalhoub y Marin Hinkle, como los de él, Kevin Pollak y Caroline Aaron, crecen en desarrollo y profundidad.
Mención aparte merece Alex Borstein, cuya Susie Myerson, constituida en la voz de la razón en la primera temporada, deviene cada vez más el corazón de una serie que ya no se entiende sin la pareja que forma con Rachel Brosnahan. En esta segunda temporada, The Marvelous Mrs. Maisel pone toda la carne en el asador de la química entre sus dos actrices protagonistas, liberando en parte al personaje de Midge, para convertir su relación en un fantástico womance –el equivalente femenino del bromance clásico que tantas veces nos ha recordado la ficción, sea entre Frodo y Sam, Sherlock y Watson o Turk y J.D. en Scrubs.
Así, The Marvelous Mrs. Maisel gana en forma y fondo. Desarrolla su arranque en París, sentando rápidamente las bases de una puesta en escena cada vez más sofisticada sin perder su aire musical, para luego indagar en la naturaleza de todos los aspectos que convirtieron la primera temporada en un fenómeno. Llegando a nuevas capas de profundidad en su discurso feminista atemporal, pero también a cotas de emoción que, de tan inesperadas, sólo se entienden como la nueva jugada maestra de Amy Sherman-Palladino.