Alma Delia Murillo
06/12/2014 - 12:01 am
Nosotros, los dudantes
– ¿Usted es creyente? – No, yo soy dudante. Dicen que así respondía Atahualpa Yupanqui a esa pregunta tan definitoria.
– ¿Usted es creyente?
– No, yo soy dudante.
Dicen que así respondía Atahualpa Yupanqui a esa pregunta tan definitoria.
Dudar es un derecho supremo, místico, sagrado. Pero es también una obligación evolutiva.
El ejercicio unas veces recreativo y otras tormentoso de preguntar es una de las principales líneas donde se fundamenta nuestra condición humana.
Y me parece también que la capacidad de dudar y cuestionar así como la capacidad de reírse son señales inequívocas de inteligencia. Por eso hablo de obligación evolutiva.
De no haber existido tantos preguntones a la largo, ancho y amorfo de la historia de la humanidad; seguiríamos creyendo que el mundo está trepado en una tortuga gigante o en los hombros de Atlas y que la Tierra es plana como un comal para echar tortillas de maíz o pitas árabes. O las mujeres seguiríamos llevando un cinturón de castidad metálico destrozándonos los genitales.
Si algo generan los procesos de transformación, son dudas. Preguntas en estampida, cuestionamientos a granel.
Y México está en plena transición. Lo digo con absoluto convencimiento aunque me tilden de ingenua, romántica o joven inmadura. Ojalá tuviera alguna de esas cualidades, francamente me encantaría. Por el contrario: suelo ser desconfiada hasta la neurosis, insoportablemente realista y a menudo me dejo atravesar por la amargura.
Pues lo sostengo: este país está en una transición.
Los invito a pensar en tiempos históricos. No digo que la transición será mañana ni en un año, no; sería imposible, pero también sería imposible y de una ceguera rampante negar que está ocurriendo un cambio. Me revuelco en la silla cada vez que en alguna reunión, rodeada de analistas o periodistas, salta a la mesa la pregunta; ¿qué va a pasar con México? Y no hay uno que se atreva a responder con la víscera o a dar una respuesta incendiaria que abra las posibilidades. Y cuando yo, ingenua-romántica-inmadura, me empeño en contrariarlos; me miran con cara de absoluto descrédito. Puaf.
Claro, la mayoría me llevan veinte años en promedio y su experiencia es innegable, pero también su desgaste.
Y es que a mí la esperanza me nace de la falta de certezas. No puedo evitarlo.
Hay una pregunta con la que han machacado, una y otra vez, los mesurados que nos encuentran demasiado torpes y estridentes a quienes desaprobamos por completo la administración de Enrique Peña Nieto. Y su pregunta, a la que a veces siento que deberíamos acompañar con un zape en la cabeza y pronunciarla con intención de quien le habla a un subnormal, es esta:
Renuncia Peña, ¿y luego qué? (duh!)
Por lo menos a mí, se me ocurren muchas respuestas: renuncia Peña y entonces el sistema político mexicano empieza a respetar a los ciudadanos, renuncia Peña y entonces el voto electoral que ahora es absolutamente inválido porque se ha convertido en un voto comprado, falsificado, corrompido y violado; se vuelve un voto poderoso. Renuncia Peña y nos vemos obligados a redefinir el proceso electoral, a quitarle poder a los partidos políticos que nos tienen secuestrados, a empoderar las candidaturas ciudadanas, a no aceptar presidentes interinos que no sean dignos de ocupar el cargo. Renuncia Peña y entonces los ojos del mundo entero se posan sobre México. Y ante semejante escenario la impunidad que hoy campea se vería tremendamente debilitada.
Pero para cambiar el ángulo esta vez, y ya que estamos en esto de los cuestionamientos, yo quisiera preguntarles a ellos:
No renuncia Peña ¿y luego qué? (sin el duh! Porque yo se los planteo sin ironía, se los pregunto con absoluto respeto y seriedad).
Y también se me ocurren montones de respuestas: no renuncia Peña y todo sigue igual, el pacto Peña-Mancera logra intimidar a la ciudadanía mediante sus fórmulas idénticas mostradas repetidamente en las coreografías de violencia sembrada y nos rendimos. Y olvidamos. Y nada cambia. Y en las elecciones de 2018 volvemos a atraparnos en la misma vergonzosa, dolorosa, bestial trampa de estar encerrados en una supuesta democracia delante de tres partidos políticos insostenibles.
Se me ocurren además, a propósito del recordatorio que me hiciera mi hermano sobre la columna del entrañable Germán Dehesa, aquélla en la que preguntaba recurrentemente y por sobrados motivos ¿qué tal durmió, señor presidente?, algunos cuestionamientos para Enrique Peña Nieto. Y se los hago a él y solamente a él porque es él el Jefe de Estado, el que se candidateó para presidir este país e hizo lo imposible para conseguir un triunfo en las elecciones del año 2012.
Aquí van:
¿Dónde están los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, señor Presidente?
¿Realmente cree, señor Presidente, que debemos llamar al 911 para rescatar este país?
¿Usted lo superaría en un par de meses, señor presidente, si sus hijos desaparecieran y el cadáver de alguno de ellos fuera encontrado con el rostro desollado y los ojos arrancados de sus cuencas?
¿Por qué no visitó Ayotzinapa hace dos meses, señor Presidente?
¿Tiene usted miedo, señor Presidente?
¿A usted o a su gabinete y su grupo de asesores, señor Presidente, se les ha ocurrido hablar de las debilidades del sistema que representan?
¿Se han puesto a pensar, señor Presidente, que no son invencibles porque son un monstruo gigante y como todo gigante se han vuelto lentos, lo que los hace tardarse demasiado en reaccionar o responder; y, como además de lentos, son torpes, responden de manera tan equívoca?
¿Se han dado cuenta, señor Presidente, usted y ese mismo grupo asesor, de que su fortaleza antes sustentada en provocar terror empieza a desvanecerse porque ya no tenemos miedo, ni siquiera de la muerte?
¿Se le ha ocurrido pensar en tiempos históricos, señor presidente, entiende que las decisiones que ha tomado, paradójicamente contrarias a la falta de decisión que ha mostrado en su carácter, algún día cobrarán una factura nacional impagable?
¿Duerme usted bien, señor presidente, su esposa qué tal?
¿Se ha dado cuenta, señor presidente, de que su actuar insensible, falto de inteligencia, lejanísimo de la altura a la que debería llegar un estadista, absolutamente erróneo; sus palos de dinosaurio ciego no hacen más que seguir goteando lentamente en el vaso que tarde o temprano terminará por derramarse?
¿Dónde, dónde están los 43, señor presidente?
Y aunque, como siempre, tengo infinitamente más preguntas que respuestas, me gustaría también recordar algunas certezas.
No nos rendiremos en nuestro propósito de recuperar este país. Los diez puntos no reemplazarán la vida de los miles de desaparecidos y muertos. No legitimaremos un patrimonio dudoso porque vimos a Angélica Rivera dando migas de explicaciones en un video. No olvidaremos. No nos cansaremos. No dimitiremos a favor de la muerte. No lo superaremos.
Y, perdón que insista, pero tengo una última duda, señor Presidente:
¿Dónde están los 43?
@CompaAlmaDelia
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