Nos faltan 43 y muchos más. La celebración del Día de Muertos en nuestro país tiene por tanto un significado especial que la artista visual Betsabeé Romero califica de “impotencia del arte” frente a la muerte, no obstante lo cual la tradición es fuente para defender la vida.
Ciudad de México, 6 de noviembre (SinEmbargo).– El culto a los antepasados, la tradición como brazo que nos lleva a lo más profundo de nuestra cultura, se expresa una vez más en este noviembre. Un significado especial, sin embargo, se cuece alrededor de los múltiples altares que se alzan en todo el territorio nacional en una época tan cara al sentir de los mexicanos.
Nos faltan los 43 estudiantes de Ayotzinapa y son muchos más los caídos en la guerra del narco, que no para, que no cesa.
No se sabe tampoco de dónde llegan las armas homicidas. Si es el Estado. Si es el crimen organizado. Si son ambos.
Así lo marcó el artista oaxaqueño Francisco Toledo, el pintor vivo más importante de México, al inaugurar hace dos semanas la muestra de cerámica que tituló con parquedad doliente “Duelo”.
Dedicada a los estudiantes desaparecidos de Iguala, la exposición ofrece un centenar de piezas de cerámica de alta temperatura que testimonian la protesta frente a las desapariciones forzadas, la agresión a nuestros jóvenes y la honra a todos aquellos que ya no están porque otros así lo decidieron.
La memoria como la aliada de la tradición, para refrendar nuestras ganas de vivir y de cambiar las cosas.
¿ES LA MUERTE ALGO DISTINTO?
En el México contemporáneo, ¿la muerte ha cobrado un sentido distinto? Las cifras de caídos en la guerra del narco, los números de desaparecidos que aumentan sin cesar (desde 2007, la cifra oficial alcanza los 23 mil, pero las extraoficiales calculan el doble), expresan una realidad contundente: el folclore, la tradición, no alcanzan para medir el impacto de tantas ausencias.
En ese sentido, frente al peligro que corren aquellos que se manifiestan en contra del poder establecido, como sucede en Guerrero, ¿qué es la muerte, cuál es la idea de la desaparición, esa palabra horrorosa que ha llegado al parecer para quedarse en nuestro territorio?
Según el periodista italiano Federico Mastrogiovanni, autor del libro y documental Ni vivos ni muertos, “en la lucha, el sentido de la muerte es distinto y lo expresa el propio sobreviviente de los 43 de Ayotzinapa, Omar García, al decir que si lo matan vendrán otros cientos como él a seguir la lucha”.
“Es un sentido comunitario de la muerte que he encontrado no sólo en este país, sino también en el resto del continente. Duplica el valor de la muerte dentro de la vida. El individualismo capitalista y el hedonismo trágico en boga no lo ven así, claro. Ven la muerte como algo que no forma parte de la vida. Sentirte tan parte de una comunidad hace que tu muerte sea importante, pero sabes que va más allá de tu individualidad. Recuperar este sentido los hace más fuertes, sin duda”, afirma.
Para la artista visual Betsabée Romero, autora de una intervención en las cerámicas prehispánicas del Museo Anahuacalli, dedicada a los migrantes y de un altar en el British Museum, en el marco del Año Dual Reino Unido/México, la vuelta a las tradiciones tiene un sentido reivindicatorio, de identidad.
“El miedo, la inseguridad, el desconsuelo que nos da la impunidad con que se hacen las cosas, no puede sino afectarme profundamente. Mi razón en el trabajo es creer que significando las muertes a las que se les niega la memoria que merecen a través de una tradición como la del Día de Muertos, se puede recuperar un poco del tejido social que se ha perdido y que es lo que más me preocupa en este contexto de país que se nos va de las manos”, afirmó Romero en una entrevista para SinEmbargo.
“El arte en esta situación es impotente, o al menos yo me siento incapaz de cambiar las cosas y mi aporte es tratar de darle un lugar de dignidad a la pérdida, alimentando los lazos culturales de ciertas tradiciones familiares, porque sólo podremos también recuperar a los chicos que han estado yéndose culturalmente hacia esos territorios donde sólo reinan la muerte y la violencia”, agrega Betsabée.
MORIR DE MUERTE
Las muertes violentas, las desapariciones, agregan un nuevo elemento al concepto de la muerte que está tan arraigado en la cultura mexicana. Como bien apunta el cineasta mexicano radicado en los Estados Unidos Bernardo Ruiz, autor del documental que se estrena hoy, Lo que reina en las sombras, sobre los desaparecidos en México, lo que no se ve muchas veces es el dolor de las personas directamente afectadas.
Como si el folclore por un lado, el show mediático alrededor de ciertas tragedias que esconden otras y por supuesto el silencio oficial, por otro, escondieran un hecho irrefutable: nos están matando como moscas y la crueldad es algo más que una estética de referencia.
Muchas veces se habla, con el peligro cierto y constatable de construir un cliché, de que en México “se celebra la muerte”. Forma parte incluso de una actitud cultural de la nación con la que los habitantes se ufanan, se sienten orgullosos.
Pero, ¿es así?, ¿se celebra la muerte en México? Y en estos días tan oscuros, donde el homicidio es un lenguaje que habla sin parar en un país al borde del abismo, ¿qué hay para celebrar?
Para el escritor Alberto Ruy Sánchez, la muerte es algo que para él cobró la forma de un esqueleto de azúcar que llevaba el nombre de su bisabuela Paula. Él era un niño y la muerte para un niño mexicano consistía en recibir dulces y juguetes, como lo cuenta en el ensayo “Colores y sabores de la muerte en México”, que tan gentilmente nos acercó para la elaboración de esta nota.
Desde su niñez, supo el escritor que “la muerte, además de doler, deja un sabor dulce en la boca”.
“Los muertos sirven para jugar a que las cosas suceden y no suceden al mismo tiempo. Era la poderosa sensación que me llenaba. Y que mucho tiempo después aprendería que es parte de la cultura barroca donde todas las cosas pueden ser y no ser simultáneamente. Donde el lenguaje y la realidad siempre tienen más de un nivel y un significado”, afirma el autor de Los nombres del aire (Premio Xavier Villaurrutia 1987)
En México, las celebraciones de Día de muertos equivalen a construir presencias con las ausencias, como muy lo explica Alberto Ruy Sánchez.
“Morirse es irse de golpe dejando a todos esperando un regreso imposible. A todos organizando fiestas para el que no vendrá”, afirma.
Pero no todo es risa lo que reluce en una calavera de azúcar.
“Basta con asomarse a algunos de los pueblos pequeños y grandes que celebran el día de muertos en todo México de manera ancestral para confirmar que la calavera sonriente no siempre está presente. Que muchas veces lo que podemos ver, en vez de la mítica carcajada con la muerte, es una profunda serenidad ritual”, relata Sánchez.
Serenidad ritual, silencio, nos quedamos con esa fina descripción de una celebración que nos permite pensar en lo que refería Betsabée Romero en la entrevista mencionada: las tradiciones “domésticas e íntimas” de los altares son emocionantes y hacia ellas debemos acudir cuando como ahora la muerte y las desapariciones se empeñan en alejarnos de todo gesto sublime.
Ya vendrán tiempos mejores y la vida volverá a ser tan brillante y esplendorosa como una flor de Cempasúchil. Eso que ni qué.