El autor de Fariña vuelve con un reportaje sobre Pablo Ibar y todas las irregularidades que le llevaron al corredor de la muerte en una cárcel de Florida. «Había una interpretación de abuso sexual completamente desfasada y machista», critica el periodista sobre la sentencia del caso de la manada.
Ciudad de México, 6 de octubre (SinEmbargo/eldiario.es).- «Para mí es un doble castigo: uno, estar metido en una pequeña celda durante veinte años y otro, que te quieran matar. No desearía esto ni a mi peor enemigo», confiesa Pablo Ibar en una de las cartas que escribió desde su celda. Su vida se paró en 1994, cuando fue acusado de triple asesinato por el Estado de Florida en medio de un escenario lleno de irregularidades, manipulaciones y falta de pruebas. Ni siquiera hay rastro de ADN o huellas dactilares que coincidan con el acusado, solo un vídeo pixelado en blanco y negro en el que parece distinguirse su rostro. Nada de eso importó.
El próximo 1 de octubre Ibar tendrá una nueva oportunidad para demostrar su inocencia e intentar poner fecha de caducidad a toda una vida luchando por un juicio justo. Pero llegar a este punto, como recuerdan desde su fundación (que aún busca ayuda para pagar al abogado de Pablo), no ha sido fácil. Ha sido necesario superar una serie de situaciones rocambolescas e inverosímiles recogidas en el libro En el corredor de la muerte (editorial Espasa), el cual sirve para contextualizar una historia que todavía tiene un final por escribir.
El periodista Nacho Carretero, autor de Fariña, sirve como cronista de un relato que parece sacado de una serie de televisión (y que, de hecho, se convertirá en una), pero que se encuentra plagado de realidades incómodas. También de lucha, impotencia e incluso de un amor separado durante años por una mampara de cristal. Un caso que, como afirma el propio Carretero, «es digno de ser escuchado y contado».
–¿Qué sintió al pisar la prisión para encontrarse con Ibar?
–Es muy desagradable. Yo creo que es hasta algo instintivo: cuando entras estás deseando salir. Lo que te pide el cuerpo es largarte, porque representa todo lo contrario a lo que quieres, que es ser libre. Es un sitio además muy oscuro, de sonidos metálicos, cadenas… Cuando estás ahí eres consciente de lo que supone la privación de libertad, ya que no solo se respira el ambiente de gente que está encerrada, sino de gente que está encerrada para que la ejecuten.
–Afirma que en el libro es un «mero narrador». Pero, ¿de verdad puede mantener esa imparcialidad después de haberse implicado tanto con el acusado y su entorno?
–Mi deber como periodista era mantenerme lo más alejado de la narración en sí. Lo que pasa es que no es fácil, porque personalmente te vinculas de forma emocional y te toca la historia. Aun así intenté contar los hechos de la manera más aséptica posible, algo que intento reflejar hasta en el lenguaje, que es tal como me lo trasladaron en el momento de la entrevista para que sea el lector quien saque sus conclusiones.
–El juicio a Ibar se celebra el próximo mes de octubre. ¿Por qué no esperar a la sentencia para publicar el libro?
–Era mi idea inicial, pero hay intereses comerciales por parte de la editorial, como es lógico. Pero también me hicieron ver una cosa que es verdad: en cuanto empiece el juicio o se acerque la sentencia, la historia de Pablo Ibar va a ser vox populi. Nadie dentro de unos meses se va a comprar este libro para conocer el final, porque eso lo vamos a saber todos al instante. Lo interesante era poner en contexto toda la historia y conocerla en profundidad para acabar en lo que vamos a vivir ahora.
–Tanya está en el exterior, pero sufre otro tipo de condena: la de ver a su pareja a través de un cristal. ¿Es el libro también una historia de amor?
–Tanya es la verdadera protagonista de este libro, yo siempre lo digo. Ella es el ejemplo de que el castigo no es solo para Pablo, es para él y su entorno. Cuando estaba en el corredor de la muerte le iba a visitar todos los sábados, lo que implicaba conducir 4 horas de ida y 4 de vuelta, no falló ni uno solo. Además, Tanya no reviste esta historia con romanticismo. Ella tiene un discurso muy lúcido, muy racional y muy crudo. Es una persona con una inteligencia tan grande como su bondad. Te explica el caso, pero admite que ha sufrido y que ha tenido que renunciar a muchas cosas.
–La pena capital es legal en 30 Estados de los 50 que tiene EEUU. ¿No es contradictorio que el país del «sueño americano» permita este tipo de condenas?
–En España y en general en Europa no lo podemos entender, porque tenemos una manera de comprender la justicia diferente. Incluso la gente más conservadora de Europa también está en contra de la pena de muerte. Pero los Estados más conservadores de EEUU lo ven como algo necesario para conseguir ese fin de vivir en libertad y en armonía. Aquellos que son un peligro para la convivencia hay que eliminarlos, así lo entienden. Lo mires por donde lo mires matar a alguien es cruel. En un sistema tan extremo como es el de ejecutar a alguien siempre salen relucir las miserias de esto: una muerte agónica, un tipo al que acaban de matar y se acaba demostrando su inocencia, una duda, una crueldad… La justicia es consciente de que no es infalible, como en todos los ámbitos. Entonces, si aplicas una medida que no tiene vuelta atrás, en la que no existe posibilidad de rectificación y a la vez admites que no eres infalible, pues para mí eso la invalida.
–En el caso español tenemos la prisión permanente revisable, recuperada en 2015 por el gobierno de Rajoy en mayoría. De hecho, PP y Ciudadanos plantearon su endurecimiento tras la muerte de Gabriel. » Mirad a las víctimas en la tribuna», pidió el PP al resto de partidos antes de votar. ¿Qué piensa de la medida?
–Creo que la justicia debe ser justicia y nunca venganza, que intentar legislarla poniendo sobre la mesa a las víctimas siempre conduce a tomas de decisiones que se aproxima más a lo pasional que a lo racional, y eso es algo que no debe estar cerca de la justicia. Dicho esto, entiendo que muchas veces también nos pasemos al otro extremo. En ocasiones está bien sacarse el corsé de la ideología y pensar en que efectivamente alguien que comete una atrocidad, alguien que destroza la vida de una familia, pues merece un castigo muy severo. Es verdad que las víctimas deben quedar a un lado, pero también los ejercicios empáticos son útiles. Hay que trabajar para creer en la redención, en las segundas oportunidades y en el arrepentimiento, yo lo creo, pero que también hay que castigar el mal.
–Pero algunas medidas judiciales son muy cuestionadas, como la decisión de condenar 9 años a ‘la manada’ por considerar que «no hubo violencia e intimidación». ¿Siempre se castiga de forma correcta?
–El caso de ‘la manada’ ha servido para reflexionar o incluso para llevar a cabo cambios legales. Creo que la justicia tiene que alejarse de esas pulsiones, pero eso no significa que tenga que taparse los oídos a lo que reclame la sociedad y a lo que sienta. De hecho, con racionalidad creo que hay que buscar ese equilibrio entre la sensibilidad de la sociedad y lo que en realidad tiene que ser la justicia. Si hablamos ‘la manada’ en concreto, obviamente ahí se necesitaba una reforma legal. Había una interpretación de abuso sexual completamente desfasada y machista. Que una chica tuviera que haber especificado formalmente que no estaba a gusto habla de unos formalismos machistas. Y que el otro día se haya legislado que meter mano sea considerado abuso sexual… joder, ¿aún estamos así? Obviamente que es abuso sexual.
–Entonces, si la justicia tampoco es infalible y las sentencias pueden ser cuestionadas, ¿en quién se puede confiar para analizar un caso?
–La única opción racional y sensata es confiar en la justicia, porque si en lo que estamos de acuerdo es en que no se hace justicia con ánimos de venganza ni con pulsiones humanas, entonces no podemos dejarla en manos de protestas o de pasiones. A mí personalmente me generó mucha incomprensión la sentencia de ‘la manada’, no la entiendo. Sin embargo, hay gente que a lo mejor no está de acuerdo con la sentencia pero sí con las decisiones según la legislación. Y no creo que sean peores personas. Forman parte de la sociedad, y al final si la justicia tiende al ruido no estará respondiendo a la demanda social, sino a la demanda de quien se enfade o quien más grite.
–Va a terminar la entrevista y no le he preguntado por el secuestro de Fariña.
–Sí, sí [risas].
–Después de haber repetido una y otra vez lo que ocurrió, ¿no se siente un poco como la estrella de rock que hace una canción de éxito y luego le da pereza tocarla?
–Sí, bueno. Eso es algo que no está bajo mi control. El libro secuestrado trascendió de tal manera e hizo tal ruido que se convirtió en otra cosa. Sigue siendo un libro, pero también una herramienta política, de denuncia, de debate… Y eso yo ya no lo controlo, ni yo ni la editorial. Tiene un lado bueno, y es que se formó una campaña de marketing involuntaria que por otra parte tampoco buscábamos, ya que llevaba 10 ediciones, estaba funcionando y la serie estaba hecha. Pero se formó, sería absurdo negarlo y sería absurdo no beneficiarnos de eso. La parte negativa es que siempre va a quedar como el libro secuestrado, que es como un estigma casi. Un secuestro como periodista es algo desagradable, es un trago amargo, es muy frustrante que te ocurra eso y, desde luego, no compensa.
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