En su origen, el papel amate era utilizado en rituales y en la elaboración de códices y piezas con representaciones de dioses para pedir buenas cosechas. El papel tenía un poder sagrado, con el paso de los años el uso pasó a ser decorativo.
El papel amate como técnica de las culturas mesoamericanas sigue siendo en Pahuatlán, Puebla, un recurso en la vida espiritual indígena y elemento para el trabajo artístico.
Por Nuria Monreal Delgado
Pahuatlán, Puebla, 6 de mayo (EFE).- Las manos mexicanas han tenido históricamente la habilidad de elaborar objetos únicos a través de técnicas ancestrales que perduran a través del tiempo. El papel amate, considerado el más antiguo de México, es un ejemplo.
En San Pablito, comunidad indígena del municipio de Pahuatlán en la sierra del central estado de Puebla, 150 artesanos se dedican todavía a la producción de papel con técnicas de origen prehispánico.
Familias completas continúan con esta actividad que por generaciones ha sido la fuente principal de ingresos en la comunidad.
«Son 60 familias que se dedican a la manufactura y elaboración de este papel», señala a Efe el director de cultura de Pahuatlán, Luidben Pérez Santillán.
En las casas se encuentran los talleres, rústicos y sencillos, sin máquinas ni costosos equipos, tan solo tinacos con agua, tablas de madera y la materia prima con que trabajan: la corteza del jonote. El jonote rojo y el moral son los árboles que brindan la mejor materia para esta artesanía.
La producción de papel amate comienza con la extracción de la corteza. Los denominados «jonoteros» se encargan de la búsqueda y extracción del material. Eligen árboles de entre cinco y seis años para que la calidad del papel sea mejor, y machete en mano van cortando la corteza.
El jonote rojo alcanza una altura superior a 10 metros y sus ramas y tronco son de un color café rojizo. De un árbol pueden extraerse hasta 25 kilos de producto. Una vez listo el material lo distribuyen entre los artesanos a unos 10 pesos el kilo.
En el taller de la familia Santos Rojas, en San Pablito, compran el material por kilos y lo dejan secar unos días al sol.
El siguiente paso es ablandarlo para poder manipularlo fácilmente. Durante ocho horas hierven la corteza en tinacos de agua con cal y ceniza. Las mujeres son las que normalmente se encargan de esta labor; hasta en tres ocasiones deben remover todo el material pare evitar que se queme.
Tras la cocción se deja enfriar unas horas. La corteza gruesa y dura del inicio se convierte en listones maleables de un tono rojizo. A continuación se enjuaga el material para retirar toda la resina, que es también aprovechada para la coloración de las fibras.
Una vez limpias, las fibras se blanquean en tinacos con cloro durante 12 horas.
A este proceso le sigue la selección de material y retirado de restos de corteza duros. «Se seleccionan tiras largas y flexibles; tratamos que tengan el mismo grosor», señala a Efe Juan Santos.
La magia se produce en el siguiente paso, cuando sobre una tabla de madera, proporcional al tamaño de papel que vayan a elaborar, se distribuyen las fibras y se golpean con una piedra volcánica hasta obtener una hoja uniforme con ángulos y bordes perfectos. En cada pasada varía la dirección del golpe y la intensidad del mismo.
Finalmente, para borrar los poros de la piedra, alisan la superficie con una cáscara de naranja. El papel se seca al sol sobre la tabla durante más de 12 horas.
Los artesanos de la comunidad, de la etnia hñahñú (otomí), incorporan en sus diseños bordados artesanales de la zona. Además, elaboran figuras en papel picado de deidades para colocarlos sobre el papel.
Todo el proceso, desde la recolección, puede durar entre 15 y 20 días, aunque los trabajos más delicados, que combinan técnicas como la textil, pueden tardar hasta un mes en ser acabados.
Entre las piezas que elaboran se encuentran cuadros, manteles decorativos, marcapáginas, lámparas, libretas y portarretratos.
Los precios varían en función del tamaño de las piezas y de la complejidad de los diseños; pueden ir de los 8 pesos hasta 7 mil pesos. Los cuadros más grandes son de 1.20 por 2.40 metros.
La familia Santos Rojas lleva cuatro generaciones dedicándose a la producción y venta de papel amate. «Cuando era niño me dedicaba a poner el material en la tabla y los mayores (se encargaban) de hacer el detalle final que se necesita para (la elaboración de) una hoja», agrega a Efe Juan.
Hoy se encarga con sus hermanos, esposa, hijos y sobrinos de mantener viva esta técnica que sus padres y abuelos le enseñaron. «Tratamos de mantener la tradición a las siguientes generaciones», comenta.
La producción del taller ha bajado en los últimos años, y en la actualidad elaboran unas 15 piezas semanales que comercializan por todo el país a través de distribuidores.
El precio de las piezas que elaboran puede duplicarse o incluso triplicarse en las tiendas de artesanías de puntos turísticos de México como Cancún o la capital, donde alcanzan los 25 mil pesos.
En su origen, el papel amate era utilizado en rituales y en la elaboración de códices y piezas con representaciones de dioses para pedir buenas cosechas. El papel tenía un poder sagrado otorgado por la intermediación de un chamán. Con el paso de los años el uso pasó a ser decorativo.
El papel amate como técnica de las culturas mesoamericanas sigue siendo en Pahuatlán un recurso en la vida espiritual indígena y elemento para el trabajo artístico.