Julieta Cardona
06/05/2018 - 9:11 am
Astros luminosos
Algunas veces sentíamos que proveníamos de las cáscaras de las nueces, del verdor de los matorrales, de los pistilos de las flores o del jugo de las zanahorias, pero siempre nos supimos hijas de la Tierra. Aún
Algunas veces sentíamos que proveníamos de las cáscaras de las nueces, del verdor de los matorrales, de los pistilos de las flores o del jugo de las zanahorias, pero siempre nos supimos hijas de la Tierra. Aún así, cuando se nos olvidaba, empacábamos una bolsa de dormir y pedíamos su cobijo en los suelos fríos de los bosques de pinos que, de lo altos, se mecían en el infinito. Nos tocábamos sin miedo y follábamos como dos astros luminosos que, enredados, parrandeaban las galaxias. Eran tiempos de paz y no pensábamos en la felicidad porque éramos felices. Eso me hace recordar cuando apenas abría la puerta de mi departamento, que te me echabas encima como si fueras un perro herido. Y yo te quería porque hablabas de ir adonde el viento. Nos sentábamos afuera de las catedrales y, con orgullo apenas decible, nos prometíamos no ser –nunca jamás, ni aunque el mundo se acabara– como ellos. A sus espaldas nos burlábamos de sus reglas tontas de convivencia, como si las necesitáramos para amarnos de verdad. Decíamos, asegurábamos habernos conocido antes de Cristo. 43 a. C y en Sri Lanka, tú y yo nos conocimos en Sri Lanka, yo decía. En una heladería haciendo fila, tú decías. Y completábamos la historia haciendo mofa de las cosas que, según los libros, aún no existían. También asegurábamos ser besos cuánticos. Hipotenusas de chocolate. Campos toroidales. Nos negábamos a arruinar lo que era libre. Hasta aquella noche. No había luna y tratábamos de averiguar si cuando caminábamos estábamos haciéndolo hacia arriba, hacia el cielo. Y del centro del todo y de la nada, desde donde brotan los milagros de la vida, me preguntaste: bueno, ¿tú y yo qué somos: amantes, bolas de fuego, almas gemelas, mensajes de carne? Y en lugar de mariposas o alacranes en los intestinos, me nació un hoyo negro. No pudimos escapar de la barbarie de las etiquetas y, antes de ser como ellos, los mansos feligreses de un mundo binario, nos desenredamos las estrellas: nos volvimos cuerpos celestes sin luz.
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