El feminicidio en México se ha convertido en práctica común, las cifras superan cualquier expectativa. Ante la indiferencia del gobierno y el pésimo manejo de las autoridades, es cruelmente normal que mueran mujeres violadas, secuestrada, lapidadas, estranguladas, a manos de asaltantes, violadores, familiares, incluso de sus esposos o parejas sentimentales. La autora es una abanderada de esta causa. No cree que lo suyo haga bajar las cifras de feminicidio, pero hasta que muera, luchará porque se esclarezca el crimen o, porque en el mejor de los casos, salve a una niña o a una mujer de sus agresores.
Ciudad de México, 5 de mayo (SinEmbargo).- Frida Guerrera es linda. Usa unos lentes rosados, un color que le sienta bien. Habla sin rodeos de algo difícil: los feminicidios en México.
Le decimos que su columna –en SinEmbargo.mx- se lee bastante y más de una vez en la conversación desearíamos no estar allí. No recordar como lo recuerda su libro Ni una más, el caso de Karen, de Xotchil, de tantas mujeres muertas, doblemente agredidas porque la justicia hace poco y nada.
El problema no sólo ocurre en las clases más necesitadas del país: el mal trasciende y aparece en todos los estratos de la sociedad. ¿A quién acudir? ¿Qué hace al respecto la autoridad? ¿Qué opinan organismos de derechos humanos o feministas?
El libro no es, por mucho, un recuento de nota roja, es un llamado para atender con leyes efectivas los actos criminales y, sobre todo, una respuesta humana y conmovedora a este creciente problema social.
–¿Por qué tanta insistencia en decir esto es un feminicidio y no es un crimen?
–Tengo esa costumbre, buena, de separar los feminicidios de los asesinatos. Para mí el feminicidio es un ataque directo a una mujer sólo por ser mujer. Nos están arrancando niñas y mujeres que eran parte vital de esta sociedad. Si tenemos que nombrarle a las cosas por su nombre, para que existan.
–¿El feminicidio tiene mayor pena que el crimen solo?
–Sí, claro. Un homicidio doloso se cataloga o se castiga muy distinto al feminicidio. 45 o 50 años para un homicidio, 70 o 75 años para un feminicidio.
–Matar a una mujer implica hacer algo que uno puede hacer, ¿es así?
–Si tenemos una cultura de machismo, no es guerra contra los hombres, los hombres buenos son aliados, pero hay una gran parte de hombres que creen que somos suyas. Cuando la mujer quiere alejarse del hombre agresivo, no puede, porque es propiedad de él.
–Los casos que relatas todos son tremendos. Es uno que la matan los dos hermanos, esta cosa de “pertenecer” a la familia
–Yo sigo en contacto con Sacrisanta, una mujer que pocas veces te hace saber lo que siente, muy desconfiada, con una calma tremenda, si algo me enseñó ella es a mantener la ecuanimidad. En octubre la vi por tercera vez, fui a su casa, empezamos a ver los rastros, no habían levantado huellas, no se llevaron cosas que hubieran sido muy buenas para la causa. Hubo una situación con el ahora sentenciado y le pregunté si había pensado que él estaba involucrado. De hecho, sus hijos fueron velados en la casa de su hermana, vivían una cerca de la otra, ella estuvo hasta enero de 2017. Ella se sentía muchas veces culpable, cuando lo detuvieron fuimos al panteón, estuvimos acompañándola todo el día. Abrazo las cruces y dijo: Ya, mis niños, ya no estén enojados. ¿Por qué estarían enojados?, le pregunté. “Porque estaba viviendo con él”. Él era el asesino de mis hijos.
–Uno intenta averiguar el por qué y ese por qué no aparece, ni siquiera después de leer tu libro
–Mira creo que uno de los factores es haberme percatado de la cultura que hemos creado, de los usos y costumbres. Mi libro lo inicio con una mujer que afortunadamente está viva, me siento satisfecha porque ayudé a que se salvara, pero en su caso la agresión era normal. Estamos arraigados a esos aprendizajes. También tiene mucho que ver la corrupción, el tema que las autoridades se pasan los protocolos de los tratados internacionales que han firmado por el arco del triunfo y como que estamos habituados a indignarnos. Y ya. Vamos acumulando indignaciones o daños al pueblo, a la sociedad y ya. Si tenemos a un presidente de la República que se ha hecho rico a costa de sus gobernados…ayer estuve con el periodista Humberto Padgett y decía tantas cosas de Eruviel Ávila, de Alfredo del Mazo, temas de abuso sexual contra menores…me volteé y dije: ya entendí. Es gente tan poderosa, es intocable. Cualquier hijo de vecino va a decir: yo la violo, yo la asesino, no va a pasar absolutamente nada. También está el tema de la sociedad que tenemos, sí creo que se ha agudizado el tema de los feminicidios. Muchas cosas que se hacen lo hacen en nombre del narco, pero no es todo el narco. Hay parejas que han asesinado a sus parejas con toda la violencia del narco y no es el narco.
–A veces uno ve lo del Metrobús. Cuando ellos se sientan en el lugar de las mujeres y uno les dice, pero enseguida salen mujeres a defenderlo…
–No creo que separar a hombres de las mujeres sea la solución, es una pastillita para distraernos, pero la podredumbre está más abajo. Creo que lo leemos todos los días en los periódicos. Hay que educar a los chicos desde edad temprana. Yo trabajo mucho con chavitos y les digo mucho eso: si ves que trae una faldita corta y un top y se ve muy linda en la escuela, ellos te dicen “es que no puedes voltear, hay que verla”. Pero eso no te da derecho a tocarla. Yo tengo 47 años, viví en Ecatepec y siempre le digo a la gente que antes vivíamos en sociedades muy metiches, ahora es distinto.
–¿Qué significó este libro para ti?
–La primera persona que se interesó en mi trabajo fue Martín Moreno. Él fue el primero el que creyó en mí. Cuando me hablaron de Random y conocí al editor, César, fue casi un sueño. La vida siempre me ha dado lo que me correspondía y en este caso es dejarlas a ellas inolvidables.
–¿Ni una más o ni una menos?
–Las dos consignas significan lo mismo. Esto debe ser parte de nuestra vida. No pretendo ser famosa ni millonaria, soy la mujer más pobre, a veces hemos tenido que comer palomitas porque no hay más, lo que yo quiero es salvar a una mujer o a una niña todos los días. Creo que tenemos que quitarnos el miedo. Cuando empecé con esto y vi las respuestas de mis hermanas, de mi madre, pensé que esa iba a ser la respuesta de mucha de la sociedad. Nadie me oye, nadie me lee, nadie me escucha, hay exclusividad con el tema…hay que luchar con todo, con los que forman clan y a ti no te dejan meter, con el machismo de tus colegas…
–A veces quisieras contar las historias de mujeres vivas…
–Es cierto. A veces me digo, ¿por qué no cuento las historias de mujeres vivas? Para escribir estas historias he tenido que llorar, que enojarme, que aventar el libro, gritar, pero finalmente al escribirla me viene la idea de hacer inolvidable a esa mujer. Y todo tiene sentido.
–¿Qué cosas marcaron para determinar tu militancia?
–No lo hablo mucho, mi caso no es importante, pero ya que me lo preguntas, es un abuso sexual por parte de un tío abuelo. Ese miedo de estar debajo de una cama, con mis hermanas, nosotras éramos cinco, esperando que no nos escuchara, cuando obviamente él sabía que estábamos ahí. Ahí inició todo.
Fragmento de Ni una más, de Frida Guerrera, con autorización de Aguilar
PRÓLOGO
Los números sí tienen un rostro y una voz Hace más de 11 años, yo, Frida Guerrera, salí de casa de mi ex-pareja con la nariz sangrando, una hemorragia vaginal y treinta pesos en la bolsa. Después de 7 años de trabajar juntos para “nuestro consultorio” todo se rompió y el dolor fue inmenso.
Dejé el consultorio donde laboraba como terapeuta con niños y niñas, dando cursos a mujeres que atravesaban por una crisis emocional y atendía a personas cuyas problemáticas me demostraban el miedo, la angustia y las preocupaciones en sus ojos. Rota y con un gran dolor en el corazón dejé esa casa, aquel sueño que fue el consultorio, para dedicarme totalmente a denunciar violaciones graves a los Derechos Humanos.
Ahora mi propósito es dar voz a quienes no pueden pagar a los medios oficiales para presionar a las autoridades para realizar su trabajo, ayudo a denunciar e instruyo a la gente para que conozca sus derechos. También ofrezco ayuda profesional como terapeuta y, sobre todo, investigo, documento y doy rostro y voz a las mujeres, adolescentes y niñas que han sido víctimas de feminicidios.
Desde 2016 he investigado profundamente numerosos feminicidios en nuestro país. El resultado es atroz. En ese año hubo más de cien mujeres asesinadas en México por violencia de género, sin contar los múltiples abusos que otras tantas han sufrido. Durante este tiempo —incluso desde antes— me he enfrentado a la muerte de mujeres, algo que me toca en lo más íntimo. El solo hecho de ver desfilar ante mí los nombres de tantas mujeres mexicanas y sus historias no contadas me conmovió profundamente. Decidí entregar mi vida a ayudarlas, a ellas y a sus familias, a recuperar un poco de la dignidad que perdieron al ser violentadas y exterminadas.
Inicié entonces con su búsqueda diaria y no me detendré por ninguna causa. Me han amenazado muchas veces de distintas formas: por medio de mi blog, a través de llamadas, mensajes de texto, etcétera. Pero esto sólo hace más fuerte mi determinación por exigir justicia. Seguiré luchando, me involucraré en los casos y enfrentaré a las autoridades. Gritaré e imprimiré, cada vez más, los nombres de los agresores por todos los medios posibles. Continuaré apoyando de manera emocional y profesional a las familias de las víctimas y mi denuncia social crecerá.
Mis convicciones como ser humano y como terapeuta son claras: soy una mujer muy valiosa, igual que cualquier otra. Y la dignidad humana no puede ser destruida por ningún hombre o institución. Por eso no me detendré ante nadie ni ante nada. Soy portavoz de quienes no pueden hablar, de aquellas voces silenciosas que descansan en sus tumbas. De los miembros de una familia rota por un acto de cobardía inmenso, el más grande: asesinar a un ser humano.
La lucha contra el feminicidio no es la guerra de las mujeres contra los hombres. Es una guerra para vencer la impunidad, la desigualdad, la injusticia, la insensibilidad, la prepotencia, la indiferencia de quienes tienen la obligación de proteger, ayudar, proporcionar herramientas de prevención y apoyo a la sociedad. Si las autoridades implementaran —sin corrupción— las medidas correctas para dar un acceso real a la justicia, las cosas en este país mejorarían.
Más del cincuenta por ciento de la población somos mujeres. Es absurdo que no tengamos los mismos derechos que los hombres, que seamos violentadas y amenazadas por ellos. Que sólo por cuestiones de superioridad en fuerza física (y no en todos los casos) nos subyuguen, nos amedrenten. La misoginia no tiene cabida en una sociedad de progreso, de igualdad.
Es urgente que los feminicidios se terminen. La solución para lograrlo es que las autoridades cobren conciencia de la gravedad del asunto; no es posible que un sector mayoritario de la sociedad siga siendo violentado por sus características sexuales, físicas, por su forma de ser y de pensar distinta a la del hombre.
Acabemos con esa cultura del patriarcado que no valora, que ofende, que somete a sus mujeres. Retomemos la cultura de la igualdad, del amor, la comprensión, la tolerancia. Inculquemos esos valores a nuestros hijos, a los niños mexicanos, para que, cuando crezcan, su pensamiento tenga bases sólidas y todos gocemos de los mismos derechos, con respeto y comprensión, sin importar la condición social, física, las creencias religiosas y las preferencias sexuales.
Libremos la batalla, donde gente sin ética ni amor por la humanidad mata a niñas, madres, hijas, ancianas… Dejemos de lado el clásico “si no lo veo, no existe”, porque es una realidad y tenemos que cambiarla.
Debemos exigir que los feminicidios sean tipificados, que los rija una sola ley, que no lo determine el criterio de algunos. No deben quedarse solo en los procesos, es necesario dejar de calificar algunos feminicidios como homicidios dolosos. Los medios de comunicación deben analizar correctamente y tipificar los femicidios de todas y no sólo de algunas.
Basta de seguir indiferentes, no podemos dejar que se desangre el corazón de un país que pide —y debe— erradicar la violencia contra la mujer, contra los seres humanos. Debemos aprender a darnos la mano, a vernos de frente, no sólo cuando hay sismos de gran magnitud, entendernos siempre y también cuando se necesite.
Hay que retomar el interés por la dignidad de nuestras familias y no dejar que nuestras mujeres aprendan por “inercia”, dejemos prohibirles los estudios y el desempeño de lo que les gusta. Todos y todas somos libres y tenemos derecho a salir adelante, a elegir una carrera, una profesión, a tener una vida digna. A ser padres de familia con derechos y obligaciones. A ser personas con dignidad y libertad de caminar seguros por las calles, de ir y venir adonde nos plazca con la tranquilidad de que seremos respetados física, moral e intelectualmente.
Lo enfatizo porque hoy no sabes lo que puede pasar en la calle, rumbo al trabajo, en la fábrica o en la oficina, incluso en casa…
Un día como cualquiera te levantas e inicias tu vida sin detenerte a pensar que puede ser el último; que te pueden asesinar o que alguien que amas desaparecerá. De esta forma comienza la mayoría de las historias reales que presento; los testimonios de familias que, con el corazón arrancado, emprenden la búsqueda de sus hijas, madres, esposas, hermanas, y amigas. Ninguna de estas mujeres imaginó, siquiera, que sería parte de las miles de personas que claman justicia. Voces —en la mayoría de los casos— acalladas por el temor de que las investigaciones “se entorpezcan”, según las autoridades; o una amenaza como: “No digan nada a los medios, porque alertaríamos a los responsables”, son las frases recurrentes. En este panorama, también hay que enfrentarse a la negligencia de la policía y demás poderíos que “dan largas” u obstaculizan las averiguaciones, con la finalidad de provocar cansancio para que, por falta de interés, se cierren las carpetas de investigación.
De manera que los feminicidios y las desapariciones únicamente quedan registrados en notas rojas que organismos no gubernamentales rastrean a diario pero que, en la mayoría de estos casos, no tienen resultados alentadores porque carecen de asesoría legal que les digan cómo proceder. Las familias que sufrieron la pérdida de una mujer adulta, adolescente, niña y hasta bebé se encuentran desesperadas, sin saber qué hacer o hacia quién dirigirse. Se han sumado a la larga lista de aquellos que luchan contra la frustración y el dolor provocados por la negligencia de un país que no valora ni procura a sus mujeres.
Hijas que, de pronto, ya no tienen a su madre, se quedan sin la figura que las guiaba y les daba protección. Sufren de la desesperanza de no tenerla cerca y no saben en quién confiar. Se suman a la incertidumbre por la ausencia de sus progenitoras.
El objetivo de este libro es darles voz a las mujeres asesinadas, hacer visibles los feminicidios en nuestro país desde la realidad indiscutible de las cifras, los nombres y las historias de sus familias. Contabilizar, una a una, con nombre y apellido, las muertes que pudieron haberse prevenido y que necesitan ser castigadas para que el Estado mexicano, mudo y ciego, solucione los innegables hechos y ponga fin a esta triste realidad.
Muestro las historias de violencia de género tal como son: crudas, insoportables, atroces, salvajes; para evitar que se conviertan o sigan siendo algo “normal”. Hago énfasis en las constantes agresiones que vivimos las mujeres en nuestra cotidianidad para que, lejos de ser “lo esperable”, se conviertan en lo raro, lo anormal. Exhorto a las mujeres y a todos a prestar atención ante las señales —los focos rojos de los agresores— para escapar a tiempo de ellos y levantar la voz. Y me interesa, sobre todo, llegar a la juventud, para que comprenda que el feminicidio sí existe y necesitan cuidarse y denunciar cualquier abuso físico o verbal por parte de sus parejas, familiares o amigos. Quiero tocar la conciencia de una sociedad que ha perdido la capacidad de asombro por los hechos violentos que suceden en el país a diario; quiero llegar a a esa parte de la sociedad indiferente que prefiere no leer noticias de ese tipo, pensando que así no pasará nada.
Espero evidenciar la falta de sensibilidad y profesionalismo de las autoridades ante el feminicidio; poner en el foco de atención a aquellas que se niegan a proceder con las denuncias, que realizan investigaciones deficientes, que no logran detener a los culpables. Debemos saber que el feminicidio ha sido un tema invisible, ¡pero ya no más!