Alma Delia Murillo
06/04/2013 - 12:00 am
Me dijo, le dije
¿Cómo te llamas?, me dijo. Alma, le dije. Me recuerdas a una novia que tuve en Nueva York, me dijo. ¿Un taxista que viene de Nueva York?, me pregunté en silencio. De inmediato despertó mi curiosidad y me lancé a hacer preguntas.
¿Cómo te llamas?, me dijo.
Alma, le dije.
Me recuerdas a una novia que tuve en Nueva York, me dijo.
¿Un taxista que viene de Nueva York?, me pregunté en silencio. De inmediato despertó mi curiosidad y me lancé a hacer preguntas.
– ¿Cuándo estuviste en NY?
– Hace tres años. Viví allá durante siete años porque estaba enamorado como pendejo –con perdón-
Aquí hay una historia, pensé.
– ¿Y tu novia era mexicana?
– No, era de la India.
Me quedé callada un momento.
– ¿Ya te han dicho que pareces de allá, no?
– Sí, incontables veces. ¿Y dónde vives ahora?
– Ahora vivo en Neza York pero, ¿sabes qué?, en realidad vivo flotando en el universo de los enamorados y heridos, o sea que soy un zombi.
Casi le aplaudo, les juro por mi madre que esa fantástica frase fue invención suya, no mía.
Cuéntame tu historia, le pedí casi en tono de súplica y, por primera vez en mi vida, crucé los dedos para que el tránsito de nuestra caótica ciudad no aminorara.
– Mi historia es muy larga, morenita, ¿segura que quieres escucharla?
Si ya me tenía comiendo de su mano, cuando me llamó “morenita” y no me güeriteó como hacen todos los taxistas y prestadores de servicios, me declaré su fan.
– Por supuesto, quiero escucharla toda.
Y entonces, con un brillo en los ojos como para iluminar la más oscura y mítica noche, desparramando a diestra y siniestra el consabido me dijo, le dije, y que le digo y que me dice combinados con oh sí, I mean y construyendo frases en espanglish como todo un poeta chicano, me contó una de las tragedias amorosas más fascinantes que he escuchado. No sé si todo es verdad, pero yo, fervorosa profesante de la fe en las historias de amor, decidí creerle.
Se llama Raúl y la mujer que le desbarató el corazón se llama Sunita.
Él salió de Pachuca y ella de Hyderabad, ambos persiguiendo el american dream, of course, así fue como se encontraron en NY.
Sunita es huérfana y, según pude inferir, porque Raúl nunca se atrevió a decírmelo directamente, salió de la India prostituyéndose.
Ella no hablaba español y él no hablaba hindi cuando se conocieron y apenas sabían diez frases en inglés. Pero ni falta que nos hacía, morenita, porque desde que nos vimos, supimos que había algo entre nosotros. Y a que no me lo vas a creer, pero todo empezó porque ella supuso que yo era indio –natural de allá, pues- y yo supuse que ella era mexicana. Es que si vieras lo parecidos que somos, así morenos y con los ojos hundidos, haz de cuenta como tú, if you know what I mean.
Y claro que sé lo que se refería porque hace cuatro años tuve la fortuna de estar en ese increíble país. En la India todo tiene una textura onírica, es como andar entre sueños. Es un país que pone, un lugar en donde el entorno estimula: los colores, los olores, la comida; caminar entre elefantes, changos, cabras y camellos. Y, sobre todo, las multitudes. Miren que ser chilanga y sorprenderse de la cantidad de personas es todo un fenómeno pero ver gente tan lejos de México y tan parecida a nosotros, es verdaderamente alucinante: pasé incontables veces por el vía crucis de tener que explicar que era mexicana y que no hablaba hindi, mostrar mi pasaporte y un –ahora nostálgico- etcétera, etcétera.
No le dije a Raúl que había estado allá, no quería intimidarlo si la mitad de su historia era inventada pues estaba disfrutando tanto su narración que me daba lo mismo cuánto de ella era cierto y cuánto eran ganas de contar una realidad distinta.
Pero me habló de lugares y platillos como un decantado experto; me contó con orgullo que él y Sunita comían la misma cantidad de picante y que con cúrcuma, jengibre o cualquier masala, todo parecía picar más. Me explicó también que allá conviven cuatro religiones: hinduismo, budismo, islamismo y cristianismo. Imagínate, morenita; para ellos todo tiene que ver con un muchísimos dioses, mi Sunita es hinduista y también sus nueve hermanos, o sea que tuve que aprenderme un montón de nombres para poder seguirle las conversaciones cuando me hablaba de religión o de su familia, y yo siempre fui bien burro para memorizar cosas, pero el amor sí hace milagros, me cae. En cambio yo se la puse fácil, de familia solo tengo a mi mamá y a mi hermana. Y nomás conozco una religión: soy guadalupano.
– ¿Y estuviste en la India alguna vez o se quedaron en NY?
Hubiera querido tragarme la pregunta pero ya era demasiado tarde. Esos ojos brillantes se llenaron de lágrimas. Guardó silencio. Resoplando como si estuviera enojado o como si hubiera comido mucho picante comenzó a pasarse la mano izquierda sobre la cabeza: era la imagen de un niño desamparado. Así se encarna un corazón roto, pensé.
Después de un rato se recompuso y me dijo que eso sí le podía, habían estado ahorrando para ir a India a ver al hermano mayor de Sunita, recibir su bendición para casarse y poder tener hijos pero ella traicionó el acuerdo y se fue sola con el dinero.
Nunca me lo hubiera imaginado, morenita, porque era como un venadito: tímida y callada, siempre tratando de que nadie la viera. No sé qué pasó. Al principio pensé en ir a buscarla pero no tenía ni cómo, sufrí como perro, enflaqué como diez kilos, dejé de ir a trabajar y me descuidé, me apendejé pues, -con perdón- y me dejé agarrar. Me deportaron.
Y ahora estoy aquí, traigo una faja ortopédica porque allá me lastimé la espalda trabajando en construcciones y era pesado, oh sí, pero andaba en movimiento y mira, aquí me vine a sentar en un carro y eso sí es bien malo para la columna; hay días que amanezco con esta pierna adormecida, como que no la siento pero luego se me pasa.
Ahora la que estaba a punto de llorar era yo, me controlé.
Del modo más torpe, con prisa y mientras le pagaba porque habíamos llegado a mi destino, articulé una de esas vergonzosas y burdas frases comunes que se recitan estúpidamente a modo de consuelo:
El tiempo acomoda las cosas, a la mejor te vuelves a enamorar de una mexicana, le dije.
Claro que me puedo volver a enamorar, morenita, pero después de haber vivido un gran amor ya nada vuelve a ser lo mismo, me dijo.
Así remató.
Idiota de mí, apenas entrar a mi casa, solté sendos lagrimones por su historia, por la manera en que me había llamado morenita y por esa contundente sentencia final que me dijo y de la que parece no haber escapatoria.
@AlmaDeliaMC
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