En 2012, la fundación Thomson Reuters colocó a México como uno de los peores países para ser mujer, debido a que no les ofrece oportunidades de participación política y trabajo, así como acceso de a la salud, además de que las expone a graves condiciones de violencia y desigualdad. Para comprobarlo, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), informó que cada 24 horas ocurren 7.2 feminicidios en el país, la mayoría de ellos en Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Chihuahua, Sinaloa, Guanajuato, Distrito Federal y el Estado de México, sin embargo, últimamente estos casos se han esparcido gravemente a entidades como Puebla y Quintana Roo. Pero, ¿cómo se vive diariamente esta realidad? 10 mujeres del ámbito político, cultural, empresarial, académico y ciudadano, dan su opinión.
Elia Tamayo Montes
Madre de José Luis Tlehuatle, niño asesinado con una bala de goma en Puebla
“Ser una madre trabajadora que nos pasamos desase el amanecer hasta el obscurecer trabajando en el rayo del sol.
Me siento decepcionada por nuestro México que tenemos, que hay tanto feminicidio y no hay justicia, cómo es posible, tantas mujeres asesinadas y aquí no pasa nada.
Quiero pedir a la ciudadanía que por favor, en este tiempo que vamos a elegir nuestros gobernantes, nosotros podemos cambiar un México mejor que hoy lo que estamos viviendo”.
Marina de Tavira
Actriz
Gabriela Cuevas Barrón
Senadora del Partido Acción Nacional (PAN)
«Ser mujer en México todos los días es ser una luchadora, y es luchar, con una de cada cuatro hogares en el país son encabezados por una mujer, que tienen que luchar todos los días para conseguir el alimento, para enviar sus hijos a la escuela.
Esas son las sobrevivientes cotidianas, que en muchos casos no tienen propiedad sobre la tierra que trabajan. Yo creo que todavía hay una agenda pendiente muy importante de las mujeres al ejercicio cotidiano de decisiones de que puedan empoderarse».
María de la Luz Estrada
Coordinadora ejecutiva del Observatorio Ciudadano Nacional contra el Feminicidio (OCNF)
“Aún siguen viéndonos a las mujeres sólo para el cuidado de los hijos, el sacrificio, para reproducirnos, sin considerarnos sujetos de derecho. Esa es la lucha que damos en una sociedad que sigue discriminado, que si sufres algunas situaciones que atentan contra tu integridad y vida, te responsabiliza, porque no estás cumpliendo con lo que debe ser una mujer.
La mujer actual enfrenta una lucha por ser reconocida, añadió, en todos los ámbitos: trabajo, educación, pareja. Además ser mujer en México significa riesgo, pues no se garantiza su seguridad en un país en donde miles de mujeres son asesinadas y desaparecidas.
No nos consideran ciudadanas de primera, no se nos reconoce los derechos, no se nos respeta. Ser mujer implica una lucha constante por no quedar marginada”.
Claudia Edwards
Directora de Programas de Humane Society International (HSI) México
«Estamos avanzando mucho como sociedad, pero yo considero que seguimos muy atrasados en esta parte de la equidad de género; hay que trabajar, a veces somos las mismas mujeres quienes no procuramos nuestra equidad. Debemos cambiar nuestro chip para estar al parejo. Por lo pronto lo que nos queda hacer, es demostrar con trabajo que somos capaces de hacer lo mismo que cualquier otro individuo –hablando de los hombres–.
Ambos géneros debemos buscar mejores caminos para llegar a la equidad, que es muy diferente a la igualdad. Las mujeres debemos luchar por nuestro empoderamiento y por espacios para nuestro desarrollo. Hay que comenzar por no denigrarnos entre nosotras.
Las niñas, jóvenes y adultos debemos aprender a cambiar una llanta, a prender el boiler, interesarnos en el funcionamiento de los autos, cambiar un fusible, etcétera».
Dra. Elizabeth Solleiro Rebolledo
Investigadora del Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
“Ser mujer es algo padrísimo, a pesar de las desigualdades, creo que tenemos bastantes oportunidades en México. Yo creo que desde la educación primaria, secundaria y profesional tenemos buenas oportunidades si nos comparamos, por ejemplo con países como Irán, Irak, y otros en donde vemos que hay bastante mayor desigualdad. Pero -obviamente que tenemos un pero- y es que nos enfrentamos todavía a los estigmas de la casa, como los padres que piensan que las hijas no deben estudiar o socialmente inclusive las mismas mujeres tenemos nuestros mitos y tabúes como ‘¿para qué estudiar?’, todavía existe mucho la cuestión de ‘me voy a casar, y si me voy a casar ¿para qué estudio?, ¿para qué quiero ascender a otros puestos si voy a tener a un marido que me mantenga?'».
Desde el punto de vista profesional, sí tenemos que luchar quizá un poco más que los hombres, porque somos las mujeres las que nos embarazamos, si es que decidimos tener hijos, somos las que estamos en la casa, educándolos, atendiéndolos, además del trabajo. También la naturaleza es “culpable”, porque quienes tenemos los hijos somos las muejres y en ese aspecto tenemos la carga adicional, además de tu trabajo, tus estudios, tu profesión y los hijos”.
María Lucero Saldaña Pérez
Senadora del Partido Revolucionario Institucional (PRI)
«Estamos luchando por las oportunidades, porque las capacidades han estado. En algunos aspectos hemos avanzando bien, como es la paridad, en la participación política. Nos falta ir a lo local, a las presidencias municipales. En aspectos educativos de salud. Hay grandes retos que afectan a la mujer, porque mueren por causas que pueden ser prevenibles.
El empoderamiento de las mujeres, para tomar decisiones, desarrollarse, no todas tienen esa mismas posibilidades, vemos desigualdades en lo rural, pero el balance siempre es hacia adelante. Pero sí creemos que de repente somos más en política, pero también hay violencia política por el hecho por ser mujer».
Araceli Domínguez
Activista de Quintana Roo y presidenta de Grupo Gema
«Nacer en México mujer para mí ha sido una experiencia enriquecedora, aunque difícil. Me tocó romper muchos esquemas culturales, sociales y religiosos. Mi sueño era haber estudiado Ingeniería Química en una universidad pública, sin embargo mi condición de mujer exigía de mí, desde la perspectiva social, que yo debía hacer una carrera corta porque me dedicaría a lavar sábanas, pañales y atender a mi marido.
Logré estudiar la preparatoria y terminar mi carrera como comunicóloga, estudiar biología y ecología de manera autodidacta, casarme y atender a mis dos hijos, en medio del activismo.
El activismo fue aún más complicado, ya que junto con las muchas mujeres que nos dedicamos al cuidado del medio ambiente y derechos de animales y plantas, el mundo de los empresarios y el gobierno era inminentemente masculino, ver a una mujer en medio de hombres de gris.
Creo que ha llegado el tiempo en México en que puedo ver reflejados los esfuerzos de cientos de mujeres que a lo largo de medio siglo hemos luchado por nuestros derechos y por la equidad de género, que falta muy poco para verlo también reflejado en aquellas zonas donde todavía la mujer no es lo mismo que un hombre, donde los paradigmas culturales, sociales o religiosos ponen a la mujer como figura para servir, trabajar y atender a los demás».
Daniela Ortiz
Directora de marketing de Starbucks México, llegó al país en 2004 procedente de Venezuela y ya está naturalizada
“Para mí ser mujer en México, laboralmente, es hacerte respetar por tus logros, luchar mucho, dar muchos resultados y demostrar lo que vales.
En la parte personal, es poder balancear entre trabajar, ser mamá, ser esposa, y hacerlo lo mejor posible, aunque nunca perfecto, siempre está como un rol en el que el tráfico, los festivales del colegio, las presentaciones en el trabajo y también las citas con tu esposo, a veces se juntan en un día y a veces tienes que escoger, o sea, saber escoger para mantener un balance entre todas las áreas que tienes.
Aquí en México hay muchas mujeres muy bien preparadas, pero si tienen que escoger llega un momento en que muchas prefieren quedarse en su casa, lo cual me parece súper respetable y súper lindo. En Venezuela, yo te diría que la mujer trabaja, aunque seas millonaria, trabajas. Yo lo digo porque en el colegio donde están mis hijas hay pocas mamás que trabajamos, hay otros donde a lo mejor trabajan un poco más, pero sí te encuentras con muchas mamás que aún están en sus casas, yo diría que es algo que en México está cambiando y cuando ves a la generación joven, ves a una generación pujante, con ganas de trabajar, de lucirse en el trabajo y también con ganas de en algún momento formar familia, pero tener este balance que es como un malabarismo, veo cada vez más que cuando llegué, y lo veo mucho en la generación joven”.
Lilia Mónica López Benítez
Magistrada del Séptimo Tribunal Colegiado en Materia Penal del Primer Circuito
Sanjuana Martínez
Periodista especializada en violencia de género y escritora
«Siempre me ha gustado volar. Desde niña me soñaba volando. Me elevo del suelo con gran facilidad y vuelo, así de fácil, como si tuviera alas, pero no las tengo. En mi vida onírica tengo el poder de volar. He sobrevolado las ciudades que más amo, las ciudades donde he sido feliz: Barcelona, San Francisco, Madrid, Donosti, Monterrey, la Ciudad de México… uno ama las ciudades por sus amigos, por los afectos que nos unen a ellas.
Ese día volaba sobre un bosque. Una sensación placentera recorría mi cuerpo. La plenitud de la libertad, el viento como aliado, el sol espléndido como cómplice.
De pronto me caí. Me vi tirada en el suelo. Desconcertada, no sabía que sucedía. Sentí un golpe duro en la cabeza. Mi cabello revuelto por el aire estaba en las manos de mi padre. Me arrastaba gritando: “¡Eres una puta!… ¡Despierta, hija de la chingada!”.
Yo tenía 13 años y no entendía nada. “¿Crees que no te vi con tu primo?… ¡Puta, puta!… Me jalaba el cabello. Me dolía mucho. Reaccioné tarde. Alcance a subir las manos para intentar liberarme. No pude. Su fuerza era superior. Tres horas antes habíamos ido a un día de campo y mi primo hermano jugaba con nosotras. No había malicia alguna, ni mucho menos atracción entre nosotros. El morboso era mi padre.
Me arrastraba. No sabía a dónde me llevaba. Por el pasillo observé a mi hermanita debajo de la cama. Estaba escondida. Siempre se escondía. Cada vez que llegaba borracho, todas sabíamos lo que iba a suceder. Y ella corría. Yo le ayudaba a esconderse. Siempre la defendí. También defendía a mi madre. Tal vez, por eso, me convertí en la obsesión de mi padre. Fui la única que le hizo frente.
Un día le dije a mi hermano mayor lo que todos ya sabían, pero simulaban no saber: ‘Mi papá nos golpea’. Se encogió de hombros: ‘Ni modo, hermanita, hay que aguantar. Es el padre que nos tocó’, me contestó. En ese momento comprendí que las tres viviríamos en un infierno. Al principio acepté mi destino manifiesto, pero después me revelé. Empecé a enfrentarlo, a contestarle, a esquivar los golpes, luego a devolver alguno que otro, con relativo éxito.
Ahora estoy sentada en la Procuraduría de Justicia Familiar. Espero mi turno con la psicóloga perito del Ministerio Público. Allí están mis hijos. No querían venir. Están harto, cansados. Se sienten invadidos en su intimidad, agredidos en su ser más profundo. Ya no soportan más interrogatorios: ¿cómo te pegaba? ¿dónde? ¿Y tu mamá sabía?… Los han revictimizado. Esta es nuestra octava visita. Llevamos seis meses viniendo después de la denuncia que finalmente me animé a interponer contra mi marido.
Seis meses de papeleo, sellos, visitas, peritajes, análisis. Seis meses de ir y venir. Seis meses intentando una orden de restricción que no llega. Seis meses sin dormir. Seis meses en vela esperando que aparezca con un cuchillo al lado de mi cama.
Veo mi expediente en la mesa de la jueza. Un grueso expediente. Y pensar que sólo hay una hoja relativa a él. Las autoridades no lo han molestado. En todo este tiempo solo ha venido una vez. Y se acogió al artículo 20 de la Constitución para no declarar.
¿Qué clase de justicia es ésta?, le reclamó a la jueza. ‘¿De qué sirve esa famosa Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de violencia?’ Ella permanece en silencio. Luego me dice: ‘Es que usted señora no tiene el perfil de mujer maltratada’. Y le preguntó: ‘¿cuál es ese perfil?’ No contesta nada. ‘Claro, el perfil que ustedes quieren es el de feminicidio, ese sí lo identifican’.
Dice que tiene dos noticias. Una buena y una mala. La buena es que me han otorgado una orden de restricción, la mala es surrealista. Me ha solicitado que yo vaya a buscar el lugar donde vive mi marido. Y yo me enojo: ‘¿Se supone que soy la víctima? ¿Cómo cree que voy a ir a buscar a mi agresor? Ese es el trabajo de los ministerios’. Ella se excusa: ‘Hay mucho trabajo, señora y su deber es decirnos un domicilio para nosotros ir a notificarle’. Voy con los ministerios públicos. Uno de ellos se ríe. ‘Si quiere que vayamos a buscarlo necesita mocharse, señora. Eso cuesta’. ‘¿Cuánto quieren?’, les digo. ‘Cinco mil pesos’. Me niego a darles nada. Además no tengo. Vivo al día desde que me separé. No recibo pensión. Y apenas encontré un trabajo eventual. No dar dinero también es una forma de agresión y la abogada me ha dicho que es imposible conseguir que pague la pensión que le corresponde, a pesar de que la ley marca cárcel con 90 días de impago. ‘No funciona, señora, el sistema es pura simulación. El juez nos pide un montón de requisitos para meterlo a la cárcel’.
Coincido. En México, el sistema de prevención de violencia contra las mujeres es una simulación. Nunca tendré la orden de restricción. Además de qué sirve, solo me la pueden dar por 15 días prorrogables a 15 días más. Es absurdo. Un mes de supuesta protección para luego volver al mismo infierno. Y no lo van a encontrar. Se mueve constantemente. Nos vigila. Me llama a todas horas, amenaza con matarme: ‘¡Ya te llevó la chingada!’, me dice, ‘te voy a matar y lo voy a hacer despacito para que te duela, cabrona’. La última vez lo grabé. Pero el ministerio público me dijo que la grabación no sirve para nada.
Estoy aterrorizada. Intento no demostrarlo. No debo. Ellos se envalentonan, ellos, los agresores. Los conozco bien. Me hago la fuerte, la valiente. Y más frente a los niños, más: ‘No pasa nada, hijitos, mami sabe defenderse y los va a defender a ustedes con su vida’. Los abrazo. Ahora tenemos un espacio nuestro, en paz, libre de gritos y golpes. Somos felices a pesar de todo. Nos abrazamos.
Sueño que vuelo, que vuelvo a volar. Sobrevuelo el territorio de mi infancia. Veo mi caballo. Vuelo bajo por las veredas, entro al monte. Escucho los cenzontles. Veo los mezquites, los ébanos, el desierto. Salgo a una carretera y observó algo desde arriba. Un costal tirado en la cuneta. Un costal manchado de sangre. Desciendo. Toco las copas de los árboles. Me acercó. De pronto caigo. Pero no me duele nada. Los soldados abren el costal. Me desdoblo. Y me veo allí, cortada en cinco pedazos. Hablan entre ellos: ‘está gacho, es una mujer descuartizada, pero le falta la cabeza’.
Me voy corriendo, corro sin parar, siento el viento en mi cara. Me elevó: vuelo. Vuelvo a volar. Me siento, me siento ligera, plena, segura: una sensación de bienestar recorre mi ser. Soy libre.
Soy todas las voces: los gritos de auxilio, los lamentos del alma. Las caricias guardadas que nunca llegaron.
Soy cada una de ustedes. Cada cuerpo en resistencia: cada moretón, cada golpe seco a la conciencia, cada puñetazo que finalmente salva la vida.
Soy Ernestina Asencio Rosario, anciana indígena violada tumultuariamente por militares, asesinada por una gastritis crónica, por decreto presidencial.
Soy Patricia, niña de 10 años, explotada en el mercado de la Merced, rescatada de las garras de la trata. Patricia que se bañaba con camiseta puesta porque su espalda estaba llena de mordidas, mordidas del hombre depredador. Patricia a quien su captor le arrancó el clitoris de una mordida.
Soy la niña del burdel de Veracruz que su lenona la droga para soportar el dolor inflingido por unos ‘señores de traje’. Unos señores de traje que le hacen ‘daño, mucho daño’.
Soy las mujeres violadas de Atenco, las embarzadas de Acteal asesinadas a machetazos, las niñas de la Guarderia ABC, las mujeres del Casino Royale. Soy mis 15 colegas periodistas asesinadas, la última Anabel Flores. Soy cada una de las defensoras de derechos humanos perseguidas, soy Berta Cáceres.
Soy las seis descuartizadas de Puebla, las muertas de Juárez, las del Estado de México. Soy los 5 mil feminicidios y las miles de desaparecidas.
Soy esa que no se sometió, que alzó la voz, que rompió el cerco de silencio, que gritó el nombre de su agresor sin importar el precio a pagar. La que no se disciplinó, la que no obedeció. La mala, la niña mala.
Soy cuerpo de mujer, heterosexual, lesbiana, transexual, obrera de maquiladora, trabajadora sexual. Soy cuerpo de justicia, cuerpo violentado, amenazado, mutilado, martajado. Soy cuerpo de gozo y placer. Cuerpo de espinas, de terciopelo, de barro, de acero, de cristal. Pechos redondos, pezones en flor, vaginas de fuego.
Soy tú. Y soy yo. Soy el origen de la vida: hija, mamá, abuela, esposa, amante, amiga. Soy una mujer que vuela, rozando las copas de los árboles, tocando el viento, sintiendo su cálido rumor, escuchando palabras de aliento, suspiros que son abrazos, abrazos que son caricias, caricias que son justicia.
Porque somos una, nosotras, aquí y ahora, en lucha, en resistencia, abrazadas. Porque somos una, nosotras. Aquí y ahora, gritando basta, basta, basta».