La muerte en la infancia, la de los «angelitos», y su entrada directa al Paraíso es una de las imágenes más emotivas dentro de la tradición pictórica mexicana, particularmente en las pinturas religiosas del siglo XIX y la fotografía del siglo XX. Artes de México nos trae una muestra de estos retratos cargados de tradición y arte.
Por Verónica Gómez Martínez
Ciudad de México, 5 de noviembre (SinEmbargo),– El tema de la muerte, misterioso y avasallante, no es fácil de tratar, pero su representación ha obsesionado al hombre desde la más antigua historia. Cuando, además, el interés recae en la representación de la muerte en la infancia, el tema hace vibrar las fibras más sensibles de cualquier persona.
La evocación de las almas dio pie a plasmar el rostro dulce de la muerte. ¿Quién más dulce que la Virgen? ¿Qué alma más pura? ¿Qué tránsito más celebrado? En la Leyenda dorada (Vorágine, s. xii apud Aceves, 1998) se describe la despedida y muerte de la Virgen María. Esta narración permite centrar paralelismos entre las representaciones de este episodio con la despedida de los finados infantes en la tradición pictórica europea.
La Virgen y los “angelitos” se retratan con elementos iconográficos —descritos en la Leyenda— como portar una corona, algunas veces de de flores, o sostener una palma o flor en las manos, todas indicaciones claras del triunfo sobre la muerte y la entrada gozosa al Paraíso.
En la tradición católica cuando mueren los pequeños que han recibido el bautismo y que “no tienen uso de razón”, sus funerales no deben estar plagados de desconsuelo. Las lágrimas se prohíben, nadie quiere que el alma del niño tenga que regresar a recogerlas (Lumholtz, 1902 apud Aceves, 1998). La despedida debe tejerse con momentos casi alegres, ya que ese niño —ese “angelito”—, fue escogido para ir al cielo. El desazón indescriptible de perder un hijo se sublima a través del ritual para lograr una catarsis y, al final, la atesorada resignación. Este ritual agridulce —prácticamente en desuso— alaba la entrada del pequeño al Paraíso eterno. En la historia del arte mexicano, encontramos ejemplos de esto en pinturas del siglo xix, hasta representaciones fotográficas en el siglo xx.
Retratos resultado de este rito, se identifican dos tipos: en uno, se mostraba al infante como si estuviera dormido y su realidad de fallecido únicamente se indicaba exaltando su inocencia —acompañándolo con los elementos iconográficos descritos en la Leyenda— como elemento que le hacía merecedor Paraíso. Otro tipo de retrato muestra al protagonista en actitud de vivo, y su estado de muerte sólo se puede inferir por la presencia de alguno de los elementos antes mencionados o, en algunos casos, porque se encuentra una explicación dentro de la composición cartelas que aluden a la defunción y que acompañan el retrato.
“Dichoso de ti Ángel Bello, que a la Gloria vas a entrar con tu palma y tu corona y vestido de cristal […] Ya se murió el angelito, válgame Dios que alegría que lo recibieron los ángeles para cantarle a María”.
Fragmento de la única oración hecha ex-profeso para funerales de niños. “imágenes de la inocencia eterna”, Artes de México. La muerte niña, núm. 15.
La naturaleza religiosa y, sobre todo, emotiva del ritual, permitió que los retratos de niños difuntos adoptaran las nuevas tecnologías, como la fotografía, para, una vez más, coronarse ante el olvido. Como bien lo apunta Susan Sontag en Ante el dolor de los demás (2003), “desde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte. Puesto que la imagen producida con una cámara es, literalmente, el rastro de algo que se presenta ante la lente, las fotografías eran superiores a toda pintura en cuanto evocación de los queridos difuntos y del pasado desaparecido”.
La fotografía de los “angelitos” mostraba los mismos elementos que se utilizaban en la pintura, el pequeño difunto coronado de flores con una palma o flor en la mano. Ahora, gracias a las facilidades de la nueva técnica, el pequeño ya no se encontraba solo, lo acompañaban su familia y los padrinos de bautismo. Según el historiador del arte Gutierre Aceves (1992) “la fotografía, como parte del ritual, expresa la aspiración a la vida trascendente”.
El fotógrafo de este momento íntimo y agridulce tenía la tarea de capturar la imagen del pequeño, imagen que los padres llevarían como “recuerdo tangible que lo fija en la memoria hasta el momento del reencuentro final en la otra vida” (Aceves, 1992). Un gran ejemplo de esto son las cerca de 100 fotografías que se conocen de Juan de Dios Machain —fotógrafo de Ameca, Jalisco, activo a finales del siglo XIX y durante las primeras tres décadas del siglo pasado—. Sus imágenes además de ser duras, cargadas de tristeza, en donde el dolor vivo del deudo contrasta con el cuerpo infantil que ya nos imaginamos de hielo, permiten reconocer que el ritual del “velorio de angelitos” mantuvo un patrón esencialmente católico, pero también, gracias a ellas, se puede saber que el rito se practicaba —con diferencias formales y sustanciales— en comunidades sin influencia cristiana (Aceves, 1992). Aunque para los deudos en estas fotografías no hay espacio mas que para la despedida temporal y la promesa del encuentro eterno.
[…]Adiós adiós madre mía, adiós adiós mi consuelo:
adiós Sagrada María nos veremos en el cielo[…]
Fragmento de la única oración hecha ex-profeso para funerales de niños. “imágenes de la inocencia eterna”, Artes de México. La muerte niña, núm. 15.
La fotografía acompaña a la muerte y a sus rituales, por eso les invitamos a conocer una pequeña muestra fotográfica que la Dirección General de Culturas Populares y Artes de México prepararon sobre los rituales contemporáneos en diez regiones de México. Las puertas de la editorial en Córdoba # 69, Colonia Roma, estarán abiertas hasta el 9 de noviembre, en un horario de 10 a 19 horas.
REFERENCIAS:
–Aceves, Gutierre, “Imágenes de la inocencia eterna”, Artes de México. El arte ritual de la muerte niña, núm. 15, segunda edición, 1998.
–Sontag, Susan, Ante el dolor de los demás, Debolsillo, 2010.