No es lo mismo seducir que agasajar ni seducir que sojuzgar. Tampoco es lo mismo agasajar que sojuzgar.
La escuela solo conoce dos estrategias. Cuando es recia y se jacta de sí misma, sojuzga. Cuando es insegura, en cambio, opta por agasajar y someterse. O es violenta o es solícita. Habita los extremos y nunca es ecuánime; jamás. Si se siente poderosa, entonces impone las reglas, las ejecuta discrecionalmente y se vanagloria de su “rigurosidad”. Escuelas serias, fuertes y exigentes. Y si se siente débil, entonces desesperadamente busca agradar hasta perderse e hipotecarse en cualquier cosa, ser siempre lo que su cliente alumno/padre desea que sea. Escuela sin identidad, carenciada y necesitada.
Conozco poquísimas escuelas que se dediquen a seducirnos. (Tal vez el sustantivo seducción sea fuerte en este contexto, y hasta algo equívoco; puede mi lector perfectamente leer “atracción” o “interés” en sustitución.) El que seduce no busca hacer lo que el otro espera de él; por el contrario, se dedica a hacer lo que mejor hace y con eso constituirse delante del otro. Solo seduce quien antes es alguien. Ponerte ante los otros mostrando quién eres, en qué crees, para qué lo haces; y a ver quiénes se encantan con eso. La escuela que busca atraernos se muestra segura, pero sin arrogancias; no duda en tomar posición, pero sin la pretensión de que el otro se aliene en ella. Es segura de sí, pero no avasalladora y mucho menos, necia. Es inquietante, insinuante, intrigante, inquieta e innovadora. Se mueve al compás de sus creencias y busca fieles, no que crean en ella sino que crean en lo que ella cree; y luego pone a trabajar a todos juntos, siempre.
Se notan muy rápidamente. La escuela que sojuzga especula con lo que nos obliga, el superyó. La escuela que se aliena especula con nuestros narcisismos necesitados y fáciles. Y la escuela que seduce simplemente confía en que nos dejaremos llevar por el deseo. La primera abusa de mis temores y estereotipos sociales y entonces me muestra su rigor como su valor. La segunda sabe que nos gusta sentirnos agasajados y juega con ese sentimiento honesto, pero superficial. La de la seducción nos obliga a buscar en nuestras propias convicciones. Por eso hay pocas; porque somos pocos los dispuestos a tomar sus decisiones en función de sus propias y genuinas convicciones.
No me digas qué debo hacer ni tampoco me digas que harás lo que yo quiera; simplemente, crucemos creencias y construyamos juntos. Negociemos; imbriquémonos; corresponsabilicémonos; potenciémonos; discutamos; disintamos; aceptemos; ganemos y perdamos, pero a partir de que cada uno es y que ninguno deja de ser por o en el otro.
No quiero –escuela- que me des sermones; tampoco quiero que me leas la cara; quiero ver tu entidad; quiero saber qué deseas y en qué crees para no solo ver si lo tuyo y lo mío tienen que ver, sino fundamentalmente para que me hagas aprender que para ser algo antes hay que ser alguien.
Pon delante de mí, que soy tu cliente, tus mejores deseos; exprésame con arte tus dudas y cántame con encanto tus fracasos; confiésame que estás buscando; exprésate con fuerza cuando sientas que algo vale la pena; imponte ante mi o ante quien sea si lo impuesto crees que vale la pena; dame la razón si la tuviera y dásela a quien la tenga; aprende antes de enseñar; escucha antes de hablar; luego háblanos y enséñanos; sé fuerte pero no seas necia; empareja para arriba; déjate desestabilizar por lo que nos lleva a más, que yo sabré acompañar tus turbulencias; métete donde haya que meterse; métenos donde debamos meternos; implícanos cuando nos necesites y detennos si invadimos tus espacios; pide ayuda y ayúdanos; haznos reír y ríete, también de ti misma; pide perdón pero no te dobles; haznos disculparnos; gestiona las tensiones y ponnos a construir en los disensos; muéstranos. No juegues a ser perfecta porque me aburres y muchas veces hasta te me haces patética; no me cuentes historias, que no me gustan; no nos menosprecies; no ponderes como si de todo supieras porque nosotros sabemos que quién sabe todo es porque se ha cansado de buscar; evidencia la complejidad de tu trabajo; pídenos apoyo y comprensión; comprométenos y comprométete; sé honesta y no quieras construir espejismos; date permisos y danos permiso; no seas violenta con eso de siempre querer tener razón; lúcete pero no te exhibas; no evalúes todo; salte del estereotipo que queda cada día peor. Tampoco me adules, por favor; no me hagas creer que tengo poder; no me confundas porque me confundiré y te haré la vida imposible; no me quieras agradar a cualquier precio; no quieras ser justa para cada quién porque ni dios…; sé honesta; sé firme cuando creas y sé firme para asumir que no sabes en qué creer. Pero hazlo.
Todo esto del conocimiento se presta para las perversiones, ya lo sé; y tu no estás exenta de los riesgos. El conocimiento es presumido y se espera presunción de quién lo detenta. El sentido común nos tiene jodidos porque nos ha contado una y mil veces la falsa historia de que el sabe habla y el que no, escucha; y que si eso se altera estamos en problemas. Maldito sentido común que te tiene apretada y te hace hacer las cosas que más me molestan y recibir el festejo de los que más me irritan. Yo sé que la tienes difícil; que apenas quieres ser de otra manera se te vienen encima y te exigen la cursilería del academicismo más deteriorado. Te obligan a semblantear lectura y erudición aquellos que ni al periódico le tienen paciencia. Yo sé. Pero aún así, te lo pido. Porque también sé que hay muchos que no están ni allí ni acá y que simplemente esperan a que tomemos posición.