Jenny Judith Ceba Velazco ya había comprado toallas húmedas, jabón para recién nacido, zapatos, juguetes y cosas para recibir a su hijo.
Su familia cuenta que pasaba horas buscando tiendas con ofertas de accesorios para bebés y si encontraba algo, con su poquito dinero, estallaba de felicidad y lo llevaba a casa, donde ya se preparaba para criar a su hijo.
El domingo pasado fue su cumpleaños y el próximo domingo tenía programado ingreso al quirófano para el parto, peero una desconocida se la llevó al monte y con un bisturí la rasgó y dejó morir desangrada.
Por Ignacio Carvajal
Veracruz/Ciudad de México, 5 de abril (BlogExpediente/SinEmbargo).- Una rosa es lo primero que se mira sobre el ataúd; después, una foto de quien hoy es velada: Jenny Judith Ceba Velazco, de 22 años. Mañana la llevan al panteón.
Antes de ser asesinada, Jenny Judith había comprado la plantita de la que brotó la rosa, cuenta su hermana, Santa Ceba Velasco. «Ella la trajo y rápido echó un botón. La quería para cuando naciera su hijo y dársela. Estaba programada para dar a luz el próximo domingo y mire lo que pasó, la mataron todo por robarle su bebé».
Marciana Ceba Velasco, otra hermana, la recuerda cómo a diario despertaba a las siete de la mañana para comenzar con sus labores del hogar.
Siendo la menor de ocho, le tocó cargar con la responsabilidad de los padres, de 60 y 56 años. La víctima vivía en una zona conocida como Los Albergues, en Santa Teresa, un conjunto de cuartos construidos hace casi medio siglo cuando iniciaba la bonanza del cultivo de la caña de azúcar para que ahí vivieran los cortadores y sus familias.
Jenny Judith preparaba los frijoles, las tortillas de mano, café y ponía la mesa para el desayuno. También se alistaba el lonche de los hermanos que, igual que su padre, Rafael Ceba Aparicio, se dedican al corte de la caña.
Con un machete, Jenny Judith también trabajó de niña en el corte de caña para ganarse 30 pesos al día o a veces se iba al campo para ayudar a juntar más pilas de varitas dulces e incrementar el ingreso familiar.
Sin embargo, «mi papá ya no quiso que siguiera en ese trabajo y se puso a trabajar con una señora en Lerdo que le pagaba por limpiar la casa y cocinar. De vez en cuando, una hija de esa señora, la iba a buscar y se la llevaba a Veracruz para lo mismo».
Jenny Judith regresaba contenta para compartir con sus seres amados lo ganado como empleada doméstica. «Luego se juntaba su dinerito, hacía sus ahorros y se llevaba a mis papás a Lerdo o a San Andrés a comprarles ropa o despensa», relata Santa.
Santa muestra lo último comprado por Jenny: una pantalla de plasma. «La sacó pagos el pasado domingo que fue su cumpleaños y se dio ese regalo para disfrutarlo con mis papás, y pues ahora creo que la vamos a tener que devolver. No tenemos para pagarla».
Jenny Judith era el sustento de los dos viejitos que hoy andan por las oficinas de la Fiscalía General del Estado de Veracruz (FGE) haciendo trámites para lograr que les entreguen al nieto lo más pronto posible.
Las galeras donde hoy velan a la joven cuyo caso ha indignado a las audiencias son construcciones rústicas con lámina de asbesto, las cuales son administradas por el ejido, que las presta a los peones.
Desde hace casi 30 años, la familia de Jenny Judith habita las galeras o albergues de Santa Teresa. La que ocupaba con sus papás es pequeñita, con dos pedazos de concreto para colocar los colchones, una cocina y sin baño. El calor hace que sea más cómodo tenderse a dormir en el suelo con la puerta abierta para recibir el aire proveniente de las montañas de los Tuxtlas.
Jenny Judith Ceba Velazco tuvo siete hermanos. Ella era la más chica y la consentida. Los últimos años de su existencia los pasó cuidando a parte de sus 18 sobrinos, quienes crecen entre la miseria por la falta de empleo y el fracaso de la política agropecuaria en la región. Siete años atrás quebró el ingenio San Francisco, dejando a cientos de personas en sin empleo.
Tan decadente es la economía que la cadena de supermercados Aurrerá anuncio días atrás el cierre definitivo de su tienda en Lerdo de Tejada pues, ante los pocos clientes la carne se pudre en los anaqueles y la leche y el yogurth se cortan.
También cerraron sucursales Coppel, Soriana y un banco. Fuentes locales exponen que la salida de la factoría cañera impactó en Lerdo de Tejada, Ángel R. Cabada, Saltabarranca, Santiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla, Catemaco, Tlacotalpan, Carlos A. Carrillo y Cosamaloapan, en las cuales hay docenas de pueblos cuyos habitantes obtienen su economía de la planta.
En este rincón abandonado por las autoridades es que la joven se encaminaba a ser mamá soltera. Durante la gestación nunca quiso decir el nombre del padre. «Pienso que ese hombre la engañó pues al no irse ella con él eso sucedió», retoma Santa.
Y detalla: «Ella no nos dijo del embarazo, nos dimos cuenta por la pancita que le salió y fue que le preguntamos. Mi papá se enojó mucho al principio, pero ya después dijo ‘pues es mi hija… ni modo que la eche a la calle. La vamos apoyar hasta donde se pueda'».
Cuando el padre dijo eso Jenny Judith -recuerdan en el funeral- se mostró alegre y motivada a seguir adelante. Con estudios de primaria como lo máximo en su currículo, sin casa ni empleo ni seguridad social, construyó su mayor ilusión alrededor de la maternidad.
Tan pronto saliese de la cuarentena, aseguraba, buscaría un mejor trabajo para ayudar a la familia y contar con lo básico para su hijo.
Su padre acudió a las oficinas del ingenio y consiguió darla de alta en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), a donde acudía regularmente a sus chequeos, aunque la familia coincide en que siempre regresaba triste. Hoy sospechan que la agresora ya la contactaba y amenazaba para conseguir el producto de su vientre.
Pero cuando no iba al centro médico pasaba largos momentos por la mañana y tarde hablándole a quien crecía en su vientre. Le decía “mi amor” o “mi bebé hermoso”, pues en los ultrasonidos el feto nunca se dejó ver el sexo: Jenny murió sin saber que trajo al mundo a una niña.
«Ella era de ponerle música del celular. Buscaba sus canciones y se las ponía y ahí la pasaban juntos, ella le hablaba y le decía que ya lo quería ver. Que se apurara a nacer para darle mucho cariño. Hay veces que nosotros le acariciábamos la panza y nos reíamos mucho».
Tan emocionada estaba por la pronta llegada que había comenzado a comprar ropita, zapatitos, toallitas húmedas, jabón de nene, pañales y juguetitos para su gran anhelo. Se le iba el tiempo andando con sus patas hinchadas por las calles de los tianguis de Lerdo buscando ofertas de cositas para bebés. Al ser pobre, no tuvo ni baby shower ni tardes de café con amigas que regalaran mamilas o prendas. Antes de la tragedia, en el hogar se ponían de acuerdo para racionar aún más los alimentos y conseguir un espacio al nuevo miembro, ahora se están coordinando las hermanas para ver a quien le va tocar hacerla de mamá.
Fue un ofrecimiento de ropa de recién nacido lo que motivó a Jenny Judith para marcharse con la desconocida, quien ya iba preparada con un bisturí. “A mi hermana le dicen, vente, te voy a regalar ropita».
El documento sobre las causas de muerte elaborado por el médico Jorge Ramírez Garia determinó que la joven se desangró y murió en medio de terribles espasmos y desmayos causados por el dolor. La joven desapareció a las cuatro y media de la tarde del martes de la clínica del IMSS de Lerdo y una hora después, la presunta responsable, Brianda Padrón Cano, fue vista caminando por la carretera 180, con el neonato en los brazos, envuelto en una sábana, rumbo a Alvarado.
A ese municipio arribó la falsa madre, pero en casa de sus padres algo sucedió, pues la madre tomó a la bebé y la entregó al DIF. Fue entonces cuando las autoridades se percataron de la identidad de la posible feminicida, y se realizó el ofrecimiento de hasta un millón de pesos por datos para lograr su captura, bajo los cargos de feminicidio y secuestro de un neonato.
En una carta dirigida al gobierno de Veracruz y a Los Pinos, académicas de la Universidad Veracruzana expusieron a finales de noviembre del 2017 que eran 219 las mujeres asesinadas en Veracruz, en la mayoría de los casos, por violencia que tendría que estar siendo contrarrestada con políticas públicas y por las dos alertas de género activas en la entidad. Lerdo de Tejada, donde murió Jenny Judith, no aparece dentro de la declaratoria.
QUIEREN A SU SOBRINA
«Queremos que nos regresen a nuestra sobrina, será tratada con mucho cariño. Ya vimos las fotos, se parece a ella», dice Santa.
La madre asesinada, recuerda su hermana, cuidó de sus hijos cuando ella estuvo de parto. En total tuvo cuatro bebés y a todos los alimentó y cambió. «A mi sobrina le espera un hogar humilde, somos pobres, mucho, pero no le faltará amor ni apoyo, como lo tuvo su madre».
De pronto, un silencio se impone en el lugar. Es el primer momento de la noche de que pueden sonreír al pensar que pronto tendrán a la nena que a estas horas es revisada por médicos en un hospital en Boca del Río.
–¿Cómo se va llamar?, se le pregunta Santa. Los demás hermanos se miran de nuevo.
–No lo sabemos, ella todavía no le ponía nombre, ni sabía que iba ser, pero igual y le ponemos como ella: Jenny Judith.
Una se fue y otra llega. «Una vida por otra», remata uno de los hermanos.