«El verdadero poder es -ni tan siquiera quiero utilizar la palabra- el miedo». Candidato Donald Trump. 31 de marzo de 2016, durante una entrevista dada cuando se postulaba como presidente de Estados Unidos. La historia del presidente Trump desde dentro, como solo Bob Woodward podía contarla. Miedo (Roca Editorial) es «explosivo y devastador. Te dejará con la boca abierta» (The Washington Post).
Ciudad de México, 22 de diciembre (SinEmbargo).- Con esa forma de comunicar tan directa, perfeccionada durante ocho presidencias desde Nixon a Obama, el autor Bob Woodward revela con una minuciosidad sin precedentes la tormentosa vida del presidente Donald Trump dentro de la Casa Blanca, así como los detalles intrínsecos sobre la toma de importantes decisiones en política nacional e internacional.
Miedo es el retrato más íntimo que se haya publicado sobre un presidente en el poder durante su primer año de mandato.
Woodward extrae su información de cientos de horas de entrevistas con fuentes de primera mano, anotaciones de reuniones, diarios personales, archivos y documentos. Lleno de detalles del día a día, diálogos y documentación, Miedo hace un recorrido por las decisiones trascendentales en asuntos de ámbito internacional y nacional, y nos ofrece vívidos detalles de las negociaciones entre los abogados de Trump y Robert Mueller, el fiscal especial en las investigaciones sobre Rusia, exponiendo públicamente por primera vez las discusiones y estrategias que se fueron planteando reunión tras reunión. Además, revela cómo los altos cargos de la Casa Blanca de Trump tuvieron que organizarse para robar proyectos de decreto del Despacho Oval del presidente para que no creara normativas que pusieran en jaque operaciones de inteligencia cruciales.
«Era, prácticamente, un golpe de Estado administrativo -escribe Woodward-, una crisis nerviosa del poder ejecutivo en el país más poderoso del mundo».
Fragmento de Miedo, de Bob Woodward, con autorización de Roca Editorial.
Nota para los lectores
Las entrevistas incluidas en este libro se realizaron siguiendo la regla básica periodística del deep background o información de referencia. Es decir, se podía utilizar toda la información de las entrevistas, pero sin indicar quién la había proporcionado. Este libro es el resultado de cientos de horas de entrevistas con participantes directos y testigos de los hechos relatados. Casi todos me permitieron grabar las entrevistas para que la historia se contara con la mayor precisión posible. Cuando atribuyo citas, pensamientos o conclusiones a los participantes, los datos provienen de la persona en cuestión o de algún colega con acceso directo a la información, o bien de notas, diarios personales, archivos o documentos gubernamentales o personales.
El presidente Trump rechazó la invitación a ser entrevistado en este libro.
Prólogo
A principios de septiembre de 2017, en el octavo mes de la presidencia de Trump, Gary Cohn, antiguo presidente de Goldman Sachs y el consejero económico por excelencia del presidente en la Casa Blanca, se dirigió con cautela hacia el escritorio Resolute del Despacho Oval.
En sus veintisiete años en Goldman, Cohn —de 1,90 metros de estatura, calvo, intrépido y con una alta dosis de autoconfianza— había conseguido miles de millones para sus clientes y cientos de millones para sí mismo. Se había ganado el privilegio de entrar en el Despacho Oval de Trump sin cita previa y el presidente así lo había aceptado.
Encima de la mesa había un borrador de una carta del presidente estadounidense dirigida al presidente de Corea del Sur en la que se daba por finalizado el Acuerdo de Libre Comercio entre Estados Unidos y Corea, conocido como Korus.
Cohn se quedó estupefacto. Durante meses, Trump había amenazado con retirarse del acuerdo, una de las bases de la relación económica, de la alianza militar y, lo que es más importante, de las operaciones de inteligencia del más alto secreto.
Bajo este acuerdo, que se remonta a la década de los cincuenta, Estados Unidos había posicionado 28.500 soldados estadounidenses en el sur y había llevado a cabo los Programas de Acceso Especial (PAE) más confidenciales y comprometidos, que proporcionaron inteligencia sofisticada y codificada de alto secreto, así como potencial militar. Los misiles ICBM norcoreanos tienen ahora la capacidad de llevar armas nucleares… incluso a territorio estadounidense. Si se lanzara un misil desde Corea del Norte, tardaría 38 minutos en llegar a Los Ángeles.
Estos programas permitían a Estados Unidos detectar un lanzamiento de un misil ICBM en Corea del Norte en siete segundos. En cambio, en Alaska tardarían quince minutos, lo que representa una asombrosa diferencia de tiempo.
La capacidad de detectar un lanzamiento en siete segundos le daría tiempo al ejército de Estados Unidos de derribar el misil norcoreano. Es probablemente la operación más importante y más secreta del Gobierno de Estados Unidos. La presencia estadounidense en Corea del Sur es la base de la seguridad nacional.
Por tanto, salir del acuerdo de comercio Korus, que era esencial a ojos de Corea del Sur para su economía, podía conllevar un deterioro completo de la relación. Cohn no podía creer que el presidente Trump se arriesgara a perder un recurso de inteligencia tan crucial para la seguridad nacional de Estados Unidos.
Esta situación se había desencadenado por la ira de Trump al ver que Estados Unidos tenía un déficit comercial de 18.000 millones de dólares anuales con Corea del Sur y que se gastaban 3.500 millones de dólares anuales para mantener allí las tropas estadounidenses.
A pesar de las informaciones casi diarias de caos y desavenencias en la Casa Blanca, el público no llegó a saber el alcance real de la situación. Trump cambiaba constantemente, se mostraba errático e inestable. Si se ponía de mal humor o si algo, de poca o mucha importancia, le exasperaba, hacía referencia al acuerdo de comercio Korus y afirmaba: «Hoy mismo salimos del acuerdo».
Pero ahora había una carta, con fecha del 5 de septiembre de 2017, que podía desencadenar una catástrofe de seguridad nacional. Cohn temía que Trump acabara firmando la carta si la veía.
Cohn cogió la carta del escritorio Resolute y la metió en una carpeta azul que tenía escrita la palabra «guardar».
—La cogí de su mesa —comentó luego a un colega—. No iba a dejar que la viera. Nunca verá ese documento. Tengo que proteger el país.
En la anarquía y el desorden de la Casa Blanca, y en la mente miedo, de Trump, el presidente nunca se dio cuenta de la desaparición de la carta. Normalmente, Rob Porter, secretario de personal y responsable del papeleo presidencial, se hubiera encargado de redactar una carta así al presidente de Corea del Sur. Sin embargo, esta vez, la carta llegó peligrosamente a Trump a través de un canal desconocido. El secretario de personal, aunque suele estar en la sombra, juega un papel crucial en cualquier gobierno de la Casa Blanca. Durante meses, Porter había estado informando a Trump sobre memorandos y otros documentos presidenciales, entre los que se encontraban autorizaciones de seguridad nacional muy comprometidas, relacionadas con acciones militares y actividades encubiertas de la CIA.
Porter, un hombre de cuarenta años, 1,93 metros de altura y esquelético, educado en la religión mormona, era uno de los hombres grises: un hombre de organización sin ostentación que se había graduado en la Facultad de Derecho de Harvard y que fue becario Rhodes.
Porter se enteró después de que había varias copias de la carta y tanto él como Cohn se aseguraron de que ninguna copia llegara al escritorio del presidente.
Cohn y Porter trabajaron codo con codo para acabar con lo que ellos consideraban que eran las órdenes más impulsivas y peligrosas de Trump. Ese documento y otros por el estilo simplemente desaparecieron. Cuando a Trump le llegaba un documento para revisarlo, Cohn a veces lo tiraba y el presidente se olvidaba de él. Pero si estaba encima de su escritorio, lo firmaba. «No es lo que hemos hecho por el país —afirmó Cohn en privado—, sino lo que hemos evitado que él haga.»
Fue, básicamente, un coup d’état administrativo al socavar el poder del presidente de Estados Unidos y su autoridad constitucional.
Además de coordinar las decisiones políticas y la planificación y gestionar el papeleo para el presidente, en palabras de Porter a un colega, «un tercio de mi trabajo consistía en reaccionar ante algunas de las ideas verdaderamente peligrosas que se le ocurrían y darle razones para que pensara que tal vez esas ideas no eran tan buenas».
Otra estrategia que utilizaba era posponer, procrastinar o alegar restricciones legales. Porter, que es abogado, decía que «ralentizar cosas o no plantearle algunas cosas o decirle —de verdad, no como excusa— que algo se tenía que revisar o que se tenía que estudiar más o que no teníamos el visto bueno legal era diez veces más frecuente que coger documentos de su escritorio. Teníamos la sensación de estar continuamente al borde del precipicio».
Había días o semanas en las que parecía que la operación estaba controlada y el precipicio estaba un par de pasos más lejos. «Había otras veces en que nos caíamos al precipicio y se llevaban a cabo acciones. Era como si estuviéramos siempre al borde del precipicio.»
Aunque Trump nunca mencionó la carta del 5 de septiembre desaparecida, no se olvidó de lo que quería hacer con el acuerdo de comercio. «Hubo varias iteraciones de la carta», le comentó Porter a un colega.
Más tarde, en una reunión en el Despacho Oval, se estaba debatiendo acaloradamente sobre el acuerdo con Corea del Sur. «Me da igual —dijo Trump—. ¡Estoy harto de que se argumente siempre lo mismo! Ya no quiero oír nada más. Nos salimos del Korus.» Empezó a dictar la nueva carta que quería enviar.
Jared Kushner, el yerno del presidente, se tomó las palabras de Trump en serio. Jared, de treinta y seis años, era asesor principal de la Casa Blanca y tenía una apariencia tranquila, casi aristocrática. Se había casado con Ivanka, la hija de Trump, en 2009.
Como era el que estaba sentado más cerca del presidente, Jared empezó a copiar lo que Trump decía, tomando notas.
Trump le ordenó que acabara la carta y que se la diera para firmar.
Jared estaba pasando las notas que había tomado del presidente a una nueva carta cuando Porter se enteró de lo que estaba pasando.
—Envíame el borrador —le dijo—. Si vamos a hacer esto, no podemos hacerlo en la parte de detrás de una servilleta. Tenemos que redactarlo de forma que no nos avergüence.
Kushner envió una copia en papel del borrador. No servía de mucho. Porter y Cohn habían redactado algo para demostrar que estaban haciendo lo que el presidente había pedido. Trump esperaba una respuesta inmediata. No iban a presentarse con las manos vacías. El borrador era parte del subterfugio.
En una reunión formal, los oponentes a salir del Korus plantearon todo tipo de argumentos: que Estados Unidos nunca antes había salido de un acuerdo de libre comercio; que había temas legales, geopolíticos y de vital importancia para la inteligencia y la seguridad nacional; que la carta todavía no estaba lista. Abrumaron al presidente con hechos y lógica.
—Bueno, pues vamos a seguir trabajando en la carta —dijo Trump—. Quiero ver el siguiente borrador.
Cohn y Porter no prepararon el siguiente borrador. Así que no había nada que enseñarle al presidente. El tema, por el momento, se perdió en la neblina de la toma de decisiones presidenciales. Trump se ocupó con otras cosas.
Pero el tema del Korus no acababa de zanjarse. Cohn habló con el secretario de Defensa James Mattis, un general de la marina retirado que era, probablemente, la voz con más influencia en el gabinete y el personal de Trump. El general Mattis, un veterano de guerra, había servido cuarenta años en el cuerpo. Con 1,75 metros de altura y una postura completamente recta, siempre parecía estar cansado del mundo.
—Estamos a punto de caer en el abismo —le dijo Cohn al secretario—. Esta vez vamos a necesitar un poco de ayuda.
Mattis intentó limitar sus visitas a la Casa Blanca y centrarse en temas militares tanto como pudo; sin embargo, al darse cuenta de la urgencia, acudió al Despacho Oval.
—Señor presidente —dijo—. Kim Jong-un representa la mayor amenaza a nuestra seguridad nacional. Necesitamos que Corea del Sur sea un aliado. Puede parecer que el comercio no está relacionado con todo esto, pero es crucial. Los recursos militares y de inteligencia estadounidenses en Corea del Sur son la piedra angular para poder defendernos de Corea del Norte. Por favor, no salgamos del acuerdo.
—¿Por qué Estados Unidos está pagando mil millones de dólares por un sistema de misil antibalístico en Corea del Sur? —preguntó Trump. Estaba furioso por el sistema de defensa de lanzamiento de misiles THAAD (Terminal High Altitude Area Defense) y había amenazado con quitarlo de Corea del Sur y trasladarlo a Portland (Oregón).
—No estamos haciendo esto por Corea del Sur —dijo Mattis—. Estamos ayudando a Corea del Sur porque nos beneficia a nosotros. El presidente pareció aceptarlo, pero solo momentáneamente.
En 2016, el candidato Trump nos dio a Bob Costa y a mí su propia definición de en qué consiste el trabajo del presidente: «Es, ante todo, la seguridad de nuestra nación… Es la primera prioridad y la segunda y la tercera… El ejército, ser fuertes, no dejar que a nuestro país le pasen cosas malas que vengan de fuera. Y estoy convencido de que esta va a seguir siendo mi prioridad en esa definición».
La realidad fue que en 2017 Estados Unidos se vio subyugado por las palabras y las acciones de un líder volátil, impredecible y emocionalmente alterado. Algunos miembros de su equipo se unieron para bloquear deliberadamente lo que ellos consideraban que eran los impulsos más peligrosos del presidente. Asistimos al colapso nervioso del poder ejecutivo del país más poderoso del mundo.
A continuación se recoge esa historia.
1
En agosto de 2010, seis años antes de encargarse de la victoriosa campaña presidencial de Donald Trump, Steve Bannon, que por aquel entonces tenía cincuenta y siete años y era productor de documentales políticos de derechas, contestó el teléfono.
—¿Qué haces mañana? —le preguntó David Bossie, un veterano investigador republicano y activista conservador que había perseguido los escándalos de Bill y Hillary Clinton durante casi dos décadas.
—Tío —le contestó Bannon—, estoy montando los puñeteros documentales que me has pedido.
Las elecciones parlamentarias de 2010, a mitad del mandato, estaban a la vuelta de la esquina. Era el momento cumbre del movimiento Tea Party y los republicanos estaban mostrando su fuerza.
—Dave, estamos literalmente sacando dos documentales más. Los estoy editando. Trabajo veinte horas al día. —En Citizens United, el comité de acción política conservador que Bossie dirigía, para producir en masa sus documentales antiClinton.
—¿Puedes venir conmigo a Nueva York?
—¿Para qué?
—Para ver a Donald Trump —le contestó Bossie.
—¿Para qué?
—Está pensando en presentarse a presidente —explicó Bossie.
—¿De qué país? —preguntó Bannon.
—No, en serio —insistió Bossie, que se había reunido con Trump y había trabajado con él durante meses. Trump había pedido que se reunieran.
—No tengo tiempo ni de cascármela, colega —soltó Bannon—. Donald Trump no se va a presentar nunca a presidente. Olvídate. ¿Contra Obama? Qué va, olvídate. No tengo tiempo para estas gilipolleces.
—¿Quieres reunirte con él?
—No, no tengo ningún interés.
Trump le había concedido una vez a Bannon una entrevista de treinta minutos para su programa de radio dominical, The Victory Sessions, que Bannon había sacado corriendo de Los Ángeles y había promocionado como «el programa de radio del pensador».
—Este tío no va en serio —soltó Bannon.
—Yo creo que va en serio —dijo Bossie. Trump era famoso en la televisión y tenía un programa muy conocido, The Apprentice, que llegó a ser número uno en la cadena NBC algunas semanas—. No perdemos nada por ir y reunirnos con él.
Bannon acabó por aceptar ir a Nueva York, a la Torre Trump. Subieron hasta la sala de reuniones del piso 26. Trump les dio una cálida bienvenida y Bossie comentó que traía consigo una presentación detallada. Era un tutorial.
En la primera parte, según comentó, se explicaba cómo presentarse a unas primarias republicanas y ganar. En la segunda parte se explicaba cómo presentarse a la presidencia de Estados Unidos contra Barack Obama. Describió estrategias electorales básicas y habló del proceso y de otros asuntos. Bossie era un conservador tradicional, con una visión gubernamental limitada, y el movimiento Tea Party le había cogido por sorpresa.
Era un momento importante en la política estadounidense, tal y como comentó Bossie, y el populismo del Tea Party estaba arrasando el país. Estaba consiguiendo hacerse oír. El populismo era un movimiento de base para desbaratar el statu quo político a favor del común de los mortales.
—Soy un hombre de negocios —les recordó Trump—. No soy un trepa político profesional.
—Si vas a presentarte a presidente —le dijo Bossie—, tienes que saber muchas cosas, tanto cosas pequeñas como cosas importantes. Las cosas pequeñas eran cumplir con los plazos, las reglas estatales para las primarias… minucias.
—Tienes que conocer los entresijos políticos y saber cómo ganar delegados. Pero, primero —añadió—, tienes que entender cómo funciona el movimiento conservador.
Trump asintió.
—Tienes problemas con algunas cosas —comentó Bossie.
—Yo no tengo problemas con nada —contestó Trump—. ¿De qué hablas?
—En primer lugar, nunca ha ganado unas primarias republicanas alguien que no sea provida —explicó Bossie—. Y tú, lamentablemente, eres muy proelección.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que has ayudado económicamente a los que apoyan el aborto, a los candidatos proelección. Has hecho declaraciones en público. Tienes que ser provida y estar en contra del aborto.
—Estoy en contra del aborto —contestó Trump—. Soy provida.
—Bueno, tienes una trayectoria y unos antecedentes.
—Eso se puede arreglar —espetó Trump—. Solo tienes que decirme cómo arreglarlo. Yo soy… ¿cómo has dicho que se dice? ¿Provida? Soy provida, ya te lo digo.
Bannon estaba impresionado con el espectáculo, y cada vez más según iba hablando Trump. Este estaba comprometido y era rápido. Estaba en buena forma física. Su presencia era más grande que su propio cuerpo y se apoderó de la sala con capacidad de mando. Tenía algo. También era como uno de esos tipos que están en el bar y le hablan a la tele. Un listo de barrio, de Queens. A ojos de Bannon, Trump era como el antipático personaje Archie Bunker, pero un Archie Bunker muy centrado.
—La segunda cosa importante —dijo Bossie— es tu historial de voto.
—¿Qué quieres decir con mi historial de voto?
—Cuántas veces has votado.
—¿De qué estás hablando?
—Bueno —explicó Bossie—, no dejan de ser unas primarias republicanas.
—Yo voto siempre —dijo Trump con confianza—. He votado siempre desde que tenía dieciocho o veinte años.
—Eso no es cierto. Sabes que hay registros públicos de cuándo se ha votado. —Bossie, el investigador del Congreso, tenía una pila de documentos.
—No saben lo que he votado.
—No, no, no lo que has votado, sino cuántas veces has votado. Bannon se dio cuenta de que Trump no sabía las cosas más básicas de política.
—Yo voto siempre —insistió Trump.
—Pues la verdad es que nunca has votado en unas primarias, salvo una vez, una sola vez en toda tu vida —le corrigió Bossie haciendo referencia a la documentación que tenía.
—Eso es una mentira de mierda —soltó Trump—. Es mentira. Cada vez que puedo votar, voto.
—Solo has votado en unas primarias —repitió Bossie—. Fue más o menos en 1988, en las primarias republicanas.
—Tienes razón —admitió Trump, dando un giro de 180 grados sin perder el ritmo—. Voté a Rudy. —Giuliani se presentó a alcalde en unas primarias en 1989—. ¿Eso está ahí?
—Sí.
—Podré con eso —dijo Trump.
—Tal vez nada de esto tenga importancia —añadió Bossie—, pero tal vez sí la tenga. Si vas a seguir adelante, tienes que ser metódico.
Ahora era el turno de Bannon. Empezó a hablar del motor del Tea Party, de cómo no le gustaban las élites. El populismo era para el común de los mortales, que sabe que el sistema está amañado. Iba en contra del amiguismo y de los tratos de favor que estaban sangrando a los trabajadores.
—Me encanta. Eso es lo que soy yo —dijo Trump—. Soy un popularista —añadió cambiando la palabra.
—No, no —le corrigió Bannon—. Es populista.
—Eso, eso —insistió Trump—. Un popularista.
Bannon desistió. Primero pensó que Trump no conocía la palabra. Pero tal vez Trump lo decía a su manera: ser popular con la gente. Bannon sabía que el popularista siente afición a lo popular y el populista lo que pretende es atraer a las clases populares.
Una hora después de que empezara la reunión, Bossie dijo:
—Tenemos otro gran problema.
—¿Y qué es? —preguntó Trump, esta vez con algo más de cautela.
—Bueno —dijo—, el 80 por ciento de las donaciones que has hecho han ido a parar a los demócratas.
Para Bossie, ese era el mayor hándicap político de Trump, aunque no lo dijo.
—¡Y una mierda!
—Hay documentación pública —añadió Bossie.
—¿Documentación de qué? —preguntó Trump con verdadero asombro.
—De cada donación que has hecho. Era normal que las donaciones políticas fueran públicas.
—Siempre soy ecuánime —afirmó Trump. Según decía, siempre dividía sus donaciones entre los candidatos de ambos partidos.
—Es cierto que has dado bastante. Pero el 80 por ciento ha ido a parar a los demócratas: Chicago, Atlantic City…
—Es lo que tengo que hacer —añadió Trump—. Esos demócratas de mierda gobiernan todas las ciudades. Hay que hacer hoteles. Hay que untarles. Son ellos los que vienen a verme.
—Mire —dijo Bannon—, lo que Dave está intentando decirle es lo siguiente: si quiere presentarse como uno de los del Tea Party, el problema es que ellos se están quejando justo de eso, de que los tipos como usted se aprovechan del tráfico de influencias.
—Podré con eso —afirmó Trump—. Todo está amañado. Es un sistema fraudulento. Esa gente me ha estado chantajeando durante años. No quería darles nada, pero venían a verme y me decían que si no les extendía un cheque…
Según comentó Trump, hubo una votación en Queens «y había un tipo con un bate de béisbol. Si querías entrar, le tenías que dar algo, normalmente en metálico. Si no le dabas nada, no se hacía nada. No se construye nada. Pero si entras y le dejas un sobre, entonces sí. Es así. Pero lo puedo arreglar».
Bossie dijo que tenía una hoja de ruta.
—Es el movimiento conservador. El Tea Party, igual que ha venido, se irá. El populismo, también. Pero el movimiento conservador ha sido la piedra angular desde Goldwater. Además —añadió—, yo te recomendaría tomártelo como si te presentaras a gobernador de tres estados: Iowa, Nuevo Hampshire y Carolina del Sur. Estos eran los tres primeros caucus o primarias.
—Preséntate y suena como si fueras de allí, como si quisieras ser su gobernador. Muchos candidatos han cometido el error de intentar presentarse en los 27 estados.
—Preséntate a tres elecciones para ser gobernador. Ahí tienes una buena oportunidad. Céntrate en tres. Hazlo bien en tres y el resto vendrá.
—Puedo ser el candidato —dijo Trump—. A esos tíos les puedo ganar. Me da igual quiénes sean. Lo tengo controlado. Puedo ocuparme de esas otras cosas. Cada posición se podía revisar y renegociar.
—Soy provida —dijo Trump—. Voy a empezar.
—Pues lo que tienes que hacer es esto —le dijo Bossie—. Tienes que firmar varios cheques a nombre de congresistas y senadores por un valor de entre 250.000 dólares y 500.000 dólares. Todos vendrán aquí. Les miras a los ojos y les das un apretón de manos. Les das un cheque. Porque necesitamos dar alguna señal. Así que tienes que reunirte con ellos personalmente para que lo sepan. Porque, más adelante, será como mínimo un punto de entrada para que se vea que estás construyendo relaciones con ellos —continuó Bossie—. Por ejemplo, les dices que este cheque es para ellos. Un cheque de 2.400 dólares —la cantidad máxima—. Tienen que ser cheques individuales, dinero directamente para los candidatos, para su campaña, y así sabrán que viene de ti personalmente. Los republicanos se darán cuenta de que vas en serio.
El dinero, según comentó Bossie, era fundamental en el arte de la política presidencial. «Esto es lo que dará grandes beneficios más adelante.» Tenía que dar dinero a los candidatos republicanos en un puñado de estados difíciles como Ohio, Pensilvania, Virginia y Florida.
—Vas a tener que hacer un libro sobre política. Necesitas tener un libro sobre lo que piensas de Estados Unidos y de estas políticas —añadió Bossie.
Bannon comentó con detalle la situación con China y sus triunfantes esfuerzos por aceptar trabajos y dinero de Estados Unidos. Estaba obsesionado con esa amenaza.
—¿Qué opinas? —le preguntó más tarde Bossie a Bannon.
—La verdad es que me ha impresionado —contestó Bannon—. Pero no hay ninguna posibilidad de que llegue a las presidenciales. El pavo no va a emitir ni un solo cheque. Él no es de los que emiten cheques. Él es de los que firma en el anverso.
—Cuando le están pagando—. Has hecho bien en decírselo porque nunca emitirá un cheque.
—¿Y qué piensas del libro de política?
—Vamos, no me jodas. De entrada, no se lo compraría nadie. Ha sido una pérdida de tiempo, pero me lo he pasado de cojones.
Bossie dijo que estaba preparando a Trump por si en alguna ocasión se decidía a presentarse. Trump tenía un punto a su favor: estaba completamente fuera del proceso político. Mientras iban caminando, Bossie se dio cuenta de que estaba haciendo un ejercicio mental, el mismo que acabaría haciendo la mayoría de los estadounidenses seis años más tarde. No participará nunca. No se presentará nunca. No se proclamará nunca. No presentará nunca su declaración financiera. ¿A que no? No lo hará nunca. No ganará nunca.
—¿Crees que se va a presentar? —acabó por preguntarle Bossie a Bannon.
—Imposible. No hay ninguna posibilidad —repitió Bannon—. Menos de cero. Tío, pero ¿tú has visto la vida que lleva? Venga, va. No lo va a hacer. No va a dejar que le vapuleen así.
Bob Woodward es editor adjunto de The Washington Post, donde ha estado trabajando durante cuarenta y siete años. Formó parte del equipo que consiguió dos Premios Pulitzer, uno por la cobertura del escándalo Watergate para el Post junto a Carl Bernstein, y otro, en 2003, como reportero principal que cubrió los ataques terroristas del 11 de septiembre. Es autor y coautor de dieciocho libros, y todos han sido bestsellers de no ficción. Doce de ellos han llegado al primer puesto de los más vendidos en Estados Unidos.