Susan Crowley
05/01/2018 - 12:00 am
¿Para qué sirven 450.3 millones de dólares?
No es de extrañar el escándalo que provocó la increíble venta del hoy famosísimo cuadro de Leonardo Da Vinci, Salvatore Mundi, un martillazo de 450.3 millones de dólares. ¡Auch!. Aunque pareciera que los historiadores, críticos, curadores, especialistas en la materia y hasta economistas, financieros y especuladores del mundo han agotado el tema, seguimos requiriendo de un gran esfuerzo mental para poder asimilar cómo un cuadro, por trascendente que sea su autor, rebase cifras jamás imaginadas en la historia. En efecto, ¡es un escándalo!
Con un millón de dólares, usted puede adquirir 40 autos BMW, con 450 millones, podría ser dueño de 18 mil autos de esta categoría y hacer una fila ininterrumpida desde el centro de México hasta el centro de la ciudad de Cuernavaca. Una locura, ¿no?. Justo lo que muchos piensan del precio que alcanzó una obra de Leonardo en una reciente subasta.
No es de extrañar el escándalo que provocó la increíble venta del hoy famosísimo cuadro de Leonardo Da Vinci, Salvatore Mundi, un martillazo de 450.3 millones de dólares. ¡Auch!. Aunque pareciera que los historiadores, críticos, curadores, especialistas en la materia y hasta economistas, financieros y especuladores del mundo han agotado el tema, seguimos requiriendo de un gran esfuerzo mental para poder asimilar cómo un cuadro, por trascendente que sea su autor, rebase cifras jamás imaginadas en la historia. En efecto, ¡es un escándalo!
¿En qué momento dejó el arte de ser una materia de estudio y la memoria de lo mejor de la humanidad y devino una nota de tabloide?, ¿qué de perturbador e incluso morboso empezó a permear al mundo del arte para que, de ser la última de las secciones de los periódicos, la olvidada y jamás leída, abarrotara las primeras planas e impactara de tal manera a la opinión pública?.
La venta millonaria del Salvatore Mundi podría resumirse en algo muy sencillo, por demás contemporáneo (y muy ¡chic!): un no tan importante pero muy rico coleccionista poseedor del cuadro (ideal que sea ruso), una “prestigiosa” casa de subastas, cuya reputación siempre está en juego, donde se concentra lo más frívolo, acaudalado y miserable (¿por qué no?) del mundo de arte; ¡ah!, y lo más importante, un señor (príncipe está muy bien), hasta ayer sin nombre ni apellido, estúpidamente rico y dispuesto a gastar estúpidamente sus muchos millones, y tiene tantos que no duda en entrar en una puja sin precedentes para hacerse del cuadro más caro de la historia del arte. Ingredientes irresistibles para la polémica.
Pero basta que las cosas se simplifiquen a este intrascendente, superficial e indeseable nivel, para que entonces surja la historia del arte, una vez más, peleando su fuero y demostrando por qué Salvatore Mundi, no solo puede valer esa millonaria cifra, sino que, además, coloque a esta obra como una posible ventana para entender muchas cosas sobre el arte mismo y su importancia. Vale entonces la pena hacer un poco de memoria.
Empecemos por observar cuidadosamente no solo la obra más costosa de la historia, junto con la Gioconda del mismo autor, una de las pinturas más reproducidas en las redes sociales. Ahí está el Cristo de Leonardo en su versión de 1500, observándonos discreto, su mirada parece entrañar cualquier cantidad de misterios, ¿no es así?. Nos recuerda a aquellas figuras poderosas y lejanas conocidas como Pantocrátor, un dios hecho hombre, que nos mostró cómo ser más que materia, según lo cuenta Nicéforo en sus Antirréticas. Imagen que permea toda la Edad Media y revela el poder del guerrero que también es emperador y es capaz de redimir al mundo. Figura del “Buen Pastor” en los inicios del cristianismo, más adelante majestuoso y entronizado para marcar el triunfo de la Iglesia en Occidente. El Cristo apocalíptico se convirtió en la imagen por excelencia. Con su difusión se estableció un sistema de pensamiento, el valor de la imagen igual al valor de su contenido, la ausencia de Dios en su irremediable presencia. EKONOMIA, “Vaciado de su presencia, lleno de su ausencia“, apunta también la filosofía para describir la inmensidad de lo sagrado imposible de ser atrapada en un espacio físico. Quieto, ancestral, temido, respetado y ansiado, icono en toda la extensión de la palabra. Pero, si nos detenemos de nuevo, en el Salvatore Mundi notaremos que en esta representación algo ha cambiado. Es dulce, casi femenina, en extremo joven, aún así, plena de sabiduría.
Concentrémonos en su mirada, es demasiado humana. Algo ha ocurrido en este icono con el paso del tiempo. Acaba la Edad Media e inicia el Renacimiento, (para poder penetrar en el misterio de esta época es un deleite leer Sexual Persona escrita por la gran filósofo, Camille Paglia). Malentendida esta transición como, “se acabaron las tinieblas y empezó la luz”, el periodo renacentista nos muestra un cambio en la sociedad que no necesariamente está inscrito en el avance, como erróneamente se ha postulado. Coincide con este periodo la proliferación de los juicios llamados Inquisición; el inicio de las crisis urbanas, producto del crecimiento demográfico; la apertura del comercio con Oriente que trajo como consecuencia una de las epidemias más severas de Europa, la peste, que diezmó gran parte de la población del continente. Por primera vez el cuerpo en su desnudez aparecía en las calles plagado de purulencias y era cremado por necesidades higiénicas. Ese es el despertar de Occidente a la belleza renacentista, una desesperada lucha por la vida contra la muerte, Eros y Thanatos enfrentados constantemente. La belleza expuesta a su más espeluznante destrucción, la enfermedad deteriorando un cuerpo. Pathos como el padecimiento que invade todo, consume todo. La obsesión del artista por retener la vida en su máxima expresión, la belleza como un valor que se esfuma de un cuerpo que muere.
Lejos de pensar en el artista intelectual y exitoso de nuestros días, imaginemos a quienes destacaban en los gremios y lograban salir de ellos para servir a un mecenas. Leonardo fue conocido como factotum, una especie de sirviente “corre ve y dile, lleva y trae” que lo mismo pintaba que cocinaba, mientras diseñaba los modelitos que luciría el acaudalado aristócrata esa noche. No solo eso, tenía que vérselas con la cocina y las recetas de los platillos que se degustarían y componer la deleitante música que sería escuchada por los cortesanos; incluso, a veces, terminaría haciendo de oso, literalmente, al disfrazarse para divertir a los comensales. Por si todo esto fuera poco, siempre sería visto como un sirviente y jamás podría compartir la mesa de los señores. Así deambuló Leonardo por las casas de los grandes hasta que terminó sirviendo a la corte de Francisco I de Francia, donde su suerte cambió. El rey francés le dio un lugar especial y hasta el día de su muerte, lo protegió y lo presentó como un gran artista. Pero de esas cosas no se alimentaba el “ego” de Leonardo. Es más fácil imaginarlo preocupado por aumentar las notas de sus cuadernos, en los que depositaba los grandes tesoros del conocimiento, escritos en forma de acertijos, que departiendo de manera elegante con algún aristócrata pretencioso. Ricos habría en cantidades, pero Leonardo es único y es el más grande. Los políticos abarrotaban las salas de los palacios, ahí se discutían temas y se decidían destinos inmediatos. Mientras Leonardo cambiaba la percepción del mundo para siempre.
Claro que para quien ama la política, en efecto, el Renacimiento es un momento culminante. Savonarola y sus discursos en contra del enriquecimiento ilícito de los Médicis, al mismo tiempo que Maquiavelo tejía lo mejor de su pensamiento para crear la ciencia política moderna. El hombre olvida a Dios como centro, abandona el amor cortés y deja la búsqueda del Santo Grial para convertirse en un activo partícipe de la vida cortesana. En ella tendrá que desarrollar distintos roles, ya no es el caballero que lucha por los ideales cristianos, es el noble que se debate en discusiones intelectuales y usa la lengua como una afilada espada, pareciera que deja de ser guerrero para transformarse en un negociador valiéndose de artificios e intrigas. Amanerado en extremo, utilizando los recursos femeninos por excelencia, la seducción y el maquillaje, esculpiendo delicadamente el culto a la personalidad, elaborando una máscara que fascina y que al mismo tiempo miente; acumula el conocimiento de los venenos que matan a placer y construye un imperio a costa de destruir al adversario. Shakespeare nos regala muchos de estos personajes: Yago en Otelo, Ricardo III, Lady Macbeth, Claudio en Hamlet, son ejemplo de la nueva urdimbre social.
Al paso del tiempo, estos juegos políticos y sociales se han repetido hasta desgastarse. Simulacro al infinito, cada día van perdiendo ingenio y son sustituidos por la puntería de la astucia; imitación caricaturesca de la verdadera intriga. La era contemporánea se ha plagado de políticos mediocres, miserables y poco inteligentes que solo buscan desbordar sus cuentas bancarias para seguir adorando al nuevo Dios, el dinero. Hoy, Salvatore Mundi puede ser sustituido por un signo de dólares y valer lo mismo, ¿cierto?. El arte es un reflejo del mundo y se ha convertido en commodity. Invertir en arte es ya una certeza que permite al coleccionista amasar una cantidad enorme de costosísimas obras a precios irracionales. El arte contemporáneo tiene entre sus atributos el valor económico, esto da garantía a quien lo adquiere. Nunca una pieza antigua ha aspirado a competir con los precios que alcanzan en subastas las obras contemporáneas. Tal vez ahí está el otro detalle significativo y la razón del precio alcanzado por la obra de Leonardo: Salvatore Mundi no apareció en la subasta de antigüedades, (como debería ser), sino en la categoría de arte contemporáneo. Como una pieza única, obviamente antigua, pero sobre todo como exótica para un extravagante mercado que ya no se conforma con el arte de calidad o con el arte de contenidos; el mercado quiere más. Necesita más. Tampoco sobra apuntar que el récord que establece este comprador no es el resultado de su sensibilidad exquisita y vasta cultura, sino de una decisión económica como podría ser la compra de un edificio en la Quinta Avenida o un paquete accionario en Wall Street. En suma, un cálculo de inversión.
Regresemos al Salvatore Mundi. No importa cuántas miles de veces su imagen haya sido reproducida este año, no es necesario demostrar si es auténtica o no. Tampoco es tan importante discernir si las restauraciones son válidas o la han deteriorado profundamente. Está vendida en lo que vale 450.3 millones de dólares. Después de todo, lo notable es que está ahí, eterna e infinita, mirándonos de una manera imposible de sustituir, serena, lejana al paso del tiempo, a los avances de la tecnología y apartada de la vaciedad en la que el mundo quiere entrar todos los días para evadir sus responsabilidades. Ahí está, delante del dinero, frente al consumo absurdo, observando la ambición y la mediocridad. No juzga pero sí confronta. Nos somete con su ternura y grandiosidad y juega como un espejo de lo mejor del ser humano, tal vez incluso, como una plegaria del mundo. Quizá, en medio de esta crisis mundial, Salvatore Mundi sea el icono que todos necesitamos ya que busca resarcir la pérdida espiritual del hombre. Puede ser también, que resulte un vehículo para que el espíritu y el alma vuelvan a unirse y para afirmar que el arte sí es lo mejor y lo más apreciable del ser humano.
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