El diseño de los parlamentos se relaciona con el sistema político y con la forma de debatir. Va más allá de cuestiones estéticas y puede influir a tal grado en el ambiente que puede modificar hasta el temperamento durante las discusiones. Ahora un estudio de arquitectura de Países Bajos edita un libro que analiza los congresos de 198 países.
Por Esteban Ordoñez Chillarón, Yorokobu
Ciudad de México (SinEmbargo/ElDiario.es).– El diseño arquitectónico de los parlamentos influye en la política. La estructura de las cámaras de legisladores de los ciudadanos responde a algo más que a patrones estéticos. Por un lado, la forma de la sala guarda relación con el sistema político del país, los regímenes autoritarios y los democráticos poseen diseños diferentes, y por otro, la forma de discutir, incluso la carga temperamental que eriza los debates, cambia en función de cómo se hayan dibujado las bancadas.
El estudio de arquitectura de Ámsterdam XML ha editado un libro en el que se recopilan y analizan los salones de plenos de los 198 países de las Naciones Unidas. La investigación de la que nace Parliament Book arrancó en 2010. «La arquitectura también moldea la cultura política, las diferencias entre los actores se organizan en el espacio, de forma que en la Cámara de los Comunes la atmósfera será totalmente diferente a la del parlamento de Países Bajos», explican a Yorokobu los responsables de XML.
El ejercicio comparativo arroja conclusiones que, en parte, expurgan algunos sentimentalismos nacionales. Cada país, por inclinación patriótica, atribuye a su templo de la democracia valores identitarios e históricos propios. Sin embargo, más allá de la apariencia externa, todos los salones de los 198 se incluyen en una de las cinco «plantillas» de parlamentos existentes.
El de Brasil luce uno de los aspectos más modernos y elegantes. Más que escaños, tiene butacas: acolchadas, de piel. Cada mesa cuenta con una pantalla incrustada y sobre el suelo se extiende una moqueta que, a pesar de su claridad, se mantiene pulcra. Cuenta, también, con un sistema para ayudar a las personas discapacitadas a subir a la zona de oradores.
Sin embargo, estas construcciones tan distantes en su aspecto, siguen una misma plantilla, esto es, una forma de clase de escuela que es típica de los sistemas no democráticos: todos miran al que habla y manda. Es el tipo de parlamento de la antigua URSS o de China. En el caso de Brasil, «se organizó así por una elección del arquitecto Oscar Niemeyer, cuya simpatía por el comunismo brilló a través de ese diseño».
Porque estas salas a veces representan más lo que aspiran a parecer que lo que son realmente. De hecho, como apuntan desde XML, «el tamaño de los salones de la asamblea parece ser inversamente proporcional al rango democrático del país en el índice de The Economist. Los parlamentos de países autoritarios poseen salas más grandes».
El ejercicio de indagación para Parliament Book fue minucioso: «Visitamos los espacios, los fotografiamos, pero también entrevistamos a los usuarios: políticos, periodistas, limpiadores, trabajadores, personal de seguridad. Hemos visitado 15 espacios: de Japón a Brasil y de Botsuana a Berlín», cuentan. La web del proyecto ofrece imágenes de 360 grados de estos 15. Aun así, recopilaron los planos de los 198: «Para los que no fuimos capaces de recuperar un plano, contactamos con gente local para que fotografiaran los lugares, y a partir de aquí reconstruimos la estructura».
Cada estilo de sala de reuniones posee una historia y unas implicaciones que, desde XML, han conseguido aclarar. El diseño semicircular es el más común de Europa. Remite a la arquitectura de la antigüedad que, a través del neoclasicismo, dominaba en los tiempos de la Revolución Francesa, cuando se creó la Asamblea Nacional. «En Europa, este diseño fue adoptado por las naciones que se crearon durante el siglo XIX, curiosamente las instituciones de la Unión Europea también lo adoptaron, haciéndose eco de los ideales que sustentaron estas naciones». Esta evocación de lo clásico buscaba envolver de dignidad los nuevos regímenes. Además, su reparto de asientos contrarrestan los «signos visuales del poder».
El modelo británico, el de bancadas opuestas, asegura sesiones agitadas. Lo llaman modelo agonal y se compone de asientos que se oponen frontalmente. La división política se expresa también en la división física. A efectos de observación, no hay dudas de las posiciones ideológicas de cada cual.
En la Cámara de los Comunes ni siquiera puede sentarse todo el mundo, y la tensión de nalgas no es aliada de mesura expresiva. Esta peculiaridad fue culpa de Churchill. En la segunda guerra mundial, el edificio resultó dañado y se reconstruyó, por orden del premier, sin tener en cuenta que el número de parlamentarios era entonces mayor. En consecuencia, los mandamases del país se estrechan, muslo con muslo, y no cuentan con una mesa donde apoyar papeles.
«Los orígenes se remontan a las bancadas de la capilla de San Esteban, en el siglo XII. Allí el rey mandó formar el parlamento por primera vez. Por esa ligazón histórica, este formato es común en países de la Commonwealth». Se trata de un modelo que hoy parece democrático por la igualdad de enfrentamiento entre unos representantes y otros. Sin embargo, su origen es autoritario: «El monarca se colocaba en la posición central, simbolizando la concentración del poder absoluto».
La silueta de herradura mezcla los dos tipos anteriores. Los escaños enfrentados se unen por un semicírculo. Así se configuran los parlamentos de algunos países que vivían bajo el paraguas del imperio británico: Australia, Canadá y Sudáfrica.
El último plano, el círculo, apenas lo poseen nueve parlamentos del mundo. «El círculo fue reintroducido como representación de la igualdad democrática». Corrió a cargo del arquitecto alemán Günter Behnisch, que compuso así la asamblea de la Alemania Federal.
La sociedad de las nuevas tecnologías de la información y de las redes sociales ha introducido cambios clarísimos en el concepto de democracia y en la manera en que los ciudadanos deciden participar e implicarse. Sin embargo, los edificios encargados de representar a la sociedad permanecen inmutables. «Es necesario repensar nuestros modelos de decisión colectiva, pero esto parece increíblemente difícil. La arquitectura puede ser una de las herramientas para experimentar en ese sentido», proponen.
La tecnología se ha adentrado en las cámaras de representación, pero de manera soterrada. «En lugar de trabajar con el potencial de nuevos desarrollos, tratan de amarrar lo viejo e introducen la tecnología en la arquitectura de la manera más invisible posible: el resultado son salas que parecen remanencias del pasado y no tienen sintonía con las sociedades contemporáneas».
Los autores de Parlamient Book abogan por adaptar estas construcciones a una sociedad cada vez más líquida y lanzan la idea de las cámaras nómadas, que discurran de ciudad en ciudad, que quiebren el concepto de acaparamiento del poder que hemos heredado de los sistemas de hace dos siglos. Serían cámaras que se encontrarían a medio camino entre el espacio físico y el virtual. A pesar de lo superfluo que pueda parecer a primera vista, la arquitectura es un ingrediente del cambio social. No únicamente, como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje, también la arquitectura confecciona parte de la historia.