La estudiosa y escritora Magali Velasco fue una de las elegidas para homenajear a Élmer Mendoza. Este texto fue leído el jueves 19 de octubre en la entrega a la Medalla al Mérito a Élmer Mendoza , en el marco del Encuentro Internacional de Escritores Literatura en el Bravo, Ciudad Juárez, Chihuahua.
Por Magali Velasco Vargas
Ciudad de México, 4 de noviembre (SinEmbargo).- 1.- Canon y tradición: Referencia obligada es la polémica Parra-Lemus para emprender la discusión de la literatura del norte; tan es así, que hasta en Wikipedia existe la entrada “Literatura del narco” y la única referencia crítica es el debate de Eduardo Antonio Parra y Rafael Lemus en torno a la novela Balas de plata de Elmer Mendoza, primera novela de la saga del Zurdo Mendieta, merecedora del Premio Tusquets en 2007.
Las publicaciones de Parra-Lemus en Letras Libres ocurrieron en 2005, un año antes de la entrada del Calderonismo. Y desde esa fecha Parra no dejó de escribir y entre sus ideas fijas de narrador, por supuesto que no soltó la espina; en 2015 publicó Norte. Una antología, editada por ERA, el Fondo Editorial de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Sinaloa. En el prólogo Parra afinó y condensó lo escrito diez años atrás y, presumo, lo repetido verbalmente en intensas discusiones alcohol de por medio, como es de gente bien: no, la literatura escrita en el norte de México no es un accidente comercial ni una casualidad histórica. Responde a una tradición y se inscribe en la nacional: “…la narrativa norteña forma parte de una tradición sustentada en una genealogía de autores que, por lo menos desde los albores del siglo XX, reflejan en sus relatos no sólo las obsesiones literarias personales que han dado forma y contenido a sus obras, sino también a las características de su ser norteño, adquiridas desde la infancia y la adolescencia, que pueden advertirse en ciertos giros del lenguaje, en las alusiones al entorno o en el carácter de los personajes”
No importa aquí discutir sobre los nombres que Parra incluyó, menos los que dejó fuera (como en cualquier antología), lo que me interesa destacar es que el autor dejó claro algo trascendental que desde la academia no había encontrado consenso: la línea de continuidad estética y temática trazada con carbón desde Martín Luis Guzmán y Nelly Campobello, por ejemplo, hasta narradores actuales de esta geografía fragmentada como Élmer Mendoza y posteriores generaciones. La literatura escrita en la zona geográfica entendida como el Norte del país es una sinapsis de idiolectos y formas de escritura. La crítica miope se quedará con el bloque sólido de la literatura del norte, sin dilucidar las divergencias entre una y otra zona cultural (fronteras de Tijuana y Ciudad Juárez, por ejemplo), así como la conexión con otros escenarios literarios.
2.- Poéticas y lenguajes: El 11 de agosto de 2011 la Academia Mexicana de la Lengua eligió a Élmer Mendoza como académico correspondiente a Culiacán, Sinaloa. Reconocieron en el autor el uso particular de formas lingüísticas características de la región, reconocieron su labor como catedrático y promotor de la literatura. ¿Qué es lo que en realidad se estaba reconociendo? El derecho a la diversidad, el derecho a las poéticas divergentes de los centros hegemónicos. Un derecho ganado desde Juan Rulfo cuando fue señalado por academicistas o tarados como un “escritor que no sabía escribir” y por muchos más, como un genio de la literatura mexicana e hispanoamericana.
3.- Un proyecto literario: Tengo un profundo respeto por los proyectos literarios de los escritores. Como estudiosa de literatura y escritora también, me importa y atrae la forma en que un autor va construyendo su proyecto en cada publicación al tiempo que se deconstruye él mismo. Élmer Mendoza es autor de varios volúmenes de cuentos: Mucho que reconocer (1979), Quiero contar las huellas de una tarde en la arena (1985), Cuentos para militantes conversos (1987), Trancapalanca (1989), El amor es un perro sin dueño (1991), Firmado con un klínex (2009) y de dos crónicas sobre el narcotráfico, Cada respiro que tomas (1991) y Buenos muchachos (1995). Publica en 1999 su primera novela Un asesino solitario (1999/2001), y en ese entonces tiene 50 años y lo que sigue son los éxitos de El amante de Janis Joplin (2001), que obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares. Otras de sus novelas son Efecto Tequila (2004), finalista en 2005 del Premio Dashiell Hammett, y Cóbraselo Caro (2005), Balas de plata, de la que los jurados elogiaron “la rabiosa modernidad en el uso del lenguaje, en la estructura narrativa hermanada con los últimos lenguajes televisivos, y en el ritmo endiablado que, como la mejor novela clásica, no da tregua al lector hasta su desenlace”.
En 2010 publicó La prueba del ácido continuando con la zaga del Édgar El Zurdo Mendieta, y siguió Nombre de perro (2012), El misterio de la orquídea Calavera (2014) Besar al detective (2016) y hace un rato, en la comida conocí la nueva del 2017: Asesinato en el parque Sinaloa.
¿Qué es lo que tenemos? Un mandala literario tejido con voces de personajes que entran y salen de sus libros, una cartografía de imaginarios colectivos y de seres marginados. La literatura de Elmer Mendoza es como un país: tiene su propia lengua, su propia identidad, ocupa un espacio, y sus lectores somos sus habitantes.
4.- Literatura sin epítetos (cuando se puede): Le han llamado el padre de la “narcoliteratura”, la crítica y en particular la mexicana, gusta mucho de crear parentescos y sacarle hijos genéricos a todos los escritores para luego guardarlos en cajoncitos. Me gustaría recordar la novela Los de debajo de Mariano Azuela, escrita en pleno campo de guerra de la Revolución, fue publicada por entregas en 1915 en el diario “El Paso del Norte” y la segunda edición, la que conocemos, se edita en 1920. The underdogs, como fue traducida al inglés, es reconocida por el gremio literario como una novela que reflejaba la bravura de los mexicanos y el sinsentido de su revolución. Aún no se le encasillaba como novela de la revolución, esto ocurre hasta los años 60 gracias al trabajo académico de Antonio Castro Leal. Hay un hilo de Ariadna que estrecha Los de abajo con “los de arriba” de La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, con estilos diferentes, ambos autores cazan esa realidad nacional desencantada, traidora y corrupta. Esta línea en el tiempo literario hilvana otros discursos que nacen, algunos, del respiro del testimonio, pero que van consolidando un género negro mexicano, un género que nace de las violencias refinadas del siglo XX. En el centro de este nuevo canon, El complot mongol de Rafael Bernal publicada en 1969, nos regala a Filiberto García, el pinche detective que sufre el ocaso de la era de los hombres con huevos a los hombres con títulos de licenciados. Entre Macías de Los de abajo, García de El complot y el Zurdo Mendieta, hay un río subterráneo que da cuenta de la necesidad del escritor por transfundir sangre del lenguaje a sus páginas. “La bola” en Los de abajo son en La sombra del caudillo “la tropa democrática” y luego “los acarreados” en Un asesino solitario. Sus narradores transpiran con esa masa amorfa, hay un pulso y palpita.
Un día escuché a Elmer Mendoza decir que los escritores del norte eran quienes estaban registrando en sus ficciones la historia contemporánea de México. No puedo estar más de acuerdo. El 11 de diciembre de 2006 Felipe Calderón anunció el inicia de la “Guerra contra el narcotráfico”. Existen registros de que esta declaración violó el artículo 49 de la Constitución Mexicana, en tanto que los Poderes de la Federación, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, no podrán reunirse en una sola persona o corporación, ni depositarse el Legislativo en un individuo. A pesar de que Calderón negó esta declaración de guerra, los medios de comunicación sí registraron la repetida utilización del término. En entrevista para la BBC, en 2016 Juan Villoro declaró a propósito del cumplimiento de una década del desastre: “México se ha convertido en una gigante necrópolis […] El Estado ha perdido total soberanía, la desigualdad social ha aumentado, el consumo de drogas no ha bajado. Entonces ha sido un fracaso total porque se ha entendido que para combatir el problema del narcotráfico la única solución es militar y a lo único que se ha llegado, a mi parecer, es a la comprobación de que toda bala es una bala perdida”.
A más de una década, ¿qué lenguajes de esta necrópolis se desprenden? ¿Qué nuevos léxicos e imágenes se constituyeron? Para mí, los colgados, descabezados, narcomantas etc., estas fueron las primeras necronarrativas, aquellos signos organizados en un sistema de representación que involucró también el elemento del rito y los movimientos de “intensidad típica”, es decir, desde la etología (ciencia que estudia el comportamiento humano y animal), los gestos que hacen los animales cuando cortejan o amenazan a otros de su especie o no. Nos volvimos receptores de estos mensajes, y, eventualmente, también emisores al ser la llamada “(sub)cultura de la violencia” un canal vivo por el que transitamos.
Entiendo por necronarrativa al ejercicio discursivo periodístico, testimonial de memoria histórica, artísticos y también el de ficción que aborda –alegórica, metafórica, retórica y/o literalmente- los eventos de miedo, dolor y muerte en la escena nacional en el marco de la “Guerra contra el Narco” (2006), sus paradigmas, su colateralidad en el dolor de los cuerpos, el duelo, los desaparecidos, los desplazados y los que quedan vivos, así como sus repercusiones arquetípicas en la cultura y las artes. Los espacios discursivos en México fueron habitados por necronarrativas y un lenguaje necesario para la preservación de la memoria. Las necronarrativas rescatan la memoria colectiva y la memoria traumatizada. La saga del Zurdo Mendieta narra desde su trinchera las historias de un colectivo que no deben ser olvidadas.
5.- Quinta razón que es un poder: leer a Élmer Mendoza porque es necesario, porque sí, como dijo Jorge Macías, el Europeo, “pues sí, ni modo que qué”.