Marie Sklodowska Curie fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel y la primera científica reconocida universalmente: su descubrimiento de la radioactividad, un fenómeno que revolucionó la ciencia, dio inicio a una brillante carrera que culminó con la incorporación de dos nuevos elementos a la tabla periódica. Esta biografía nos hará descubrir con nuevos ojos la vida de una científica extraordinaria que, todavía hoy, sigue suscitando una inmensa fascinación.
Ciudad de México, 3 de julio (SinEmbargo).- Marie Sklodowska Curie fue la primera mujer en recibir un Premio Nobel y la primera científica reconocida universalmente: su descubrimiento de la radioactividad, un fenómeno que revolucionó la ciencia, dio inicio a una brillante carrera que culminó con la incorporación de dos nuevos elementos a la tabla periódica.
A pesar de ser venerada en su Polonia natal y aclamada por los estadounidenses y los franceses por el desarrollo de la radioterapia, a su vez fue ferozmente atacada, denostada y minusvalorada en algunos círculos científicos por ser mujer: la tildaron de impostora y “aprovechada», de judía inmigrante, de adúltera.
Curie fue una celosa defensora de sus descubrimientos, pero a la vez tan desprendida que no patentó ninguno. Políglota y cosmopolita como era, nunca perdió su identidad polaca. De hecho, nombró el primer elemento químico que descubrió, el polonio, en honor a su país natal. Esta biografía nos hará descubrir con nuevos ojos la vida de una científica extraordinaria que, todavía hoy, sigue suscitando una inmensa fascinación.
A continuación, SinEmbargo comparte, en exclusiva para sus lectores, un fragmento de Marie Curie, una biografía realizada por la catedrática de Química Inorgánica Adela Muñoz Páez, quien ha impartido seminarios sobre mujeres científicas en múltiples centros universitarios y publicado artículos sobre este tema en varios medios. Cortesía otorgada bajo el permiso de Penguin Random House.
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Nueva York, 1921
Apoyada en la barandilla del trasatlántico Olympic, Marie Curie ob-servaba cómo el perfil de la ciudad iba surgiendo de entre la niebla conforme el barco se acercaba al puerto . El ruido de fondo aumenta-ba al mismo tiempo que las imágenes cobraban nitidez y Marie co-menzaba a distinguir los grupos que formaban la multitud que llena-ba el muelle: grupos de girls scouts agitando banderas, comités de bienvenida de varias organizaciones y delegaciones polacas enarbo-lando pancartas con su nombre, un amenazante grupo de periodistas esgrimiendo cuadernos y cámaras . Dos limusinas negras esperaban con el motor en marcha junto a la pasarela por la que los pasajeros habían de bajar . Cuando el barco terminó de atracar, tres bandas aco-metieron simultáneamente los himnos polaco, francés y estadouni-dense . Solo entonces se abrió paso en la mente de Marie la idea de que esos miles de personas que abarrotaban uno de los muelles del puerto de Nueva York estaban allí por ella .
Al borde de un ataque de pánico, solo se tranquilizó al mirar a sus hijas . A sus dieciséis años, los ojos de Ève brillaban de emoción y de orgullo . Irène, en cambio, tenía esa mirada desafiante que tantas ve-ces le había visto, sobre todo durante los años que habían pasado juntas en los hospitales de campaña . Pensó en el padre de ambas, Pierre, que había sufrido mucho ante la perspectiva de ser entrevis-tado o fotografiado por un único periodista . ¡A ella la esperaban en el muelle unas cuantas decenas! Pensó en su propio padre, que llora-ría de emoción al ver a sus compatriotas polacos llegados de todos los rincones de Estados Unidos para recibir a su hija . Pensó en su hermana Bronia, que había abierto el camino yéndose a estudiar a París .Seguramente también pensó en Paul Langevin, a causa del cual había sufrido tanto .
Pero sobre todo pensó en su radio: había cruzado el Atlántico para recoger un gramo de ese precioso elemento que se había vuelto tan famoso desde que ella lo había descubierto y tan costoso que no tenía dinero para comprarlo . Solo entonces esbozó una sonrisa que tranquilizó a la que había organizado todo ese recibimiento, la perio-dista Missy Meloney .
Todo había comenzado cincuenta años antes, en una casa de Varsovia, un día que sus hermanas mayores hacían los deberes y Ma-rie, entonces llamada Mania, observaba cómo Bronia se afanaba en vano por leer en voz alta una frase particularmente difícil . Mania, que todavía no asistía al colegio, impaciente ante la torpeza de su herma-na, leyó la frase de corrido mirando por encima del hombro de Bronia .Sus padres y hermanos, todos en el cuarto de estudio, se quedaron en silencio, y ella, asustada, rompió a llorar . Pensando que había hecho algo mal, pidió perdón repetidas veces al mismo tiempo que se discul-paba: «¡Es que era tan fácil!»
Tras el disgusto inicial, llegó el inmenso placer de descubrir los infinitos mundos a los que podían llevarla los libros . Y leyendo e in-vestigando, descubrió el radio que la llevaría al Nuevo Mundo, un mundo joven y lleno de esperanza .
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Una familia aparentemente feliz
Sensible, inteligente, querida por su familia, la pequeña lectora lo te-nía todo para ser feliz . No obstante, dos grandes dramas ensombrecie-ron su niñez: la tuberculosis que padeció su madre y haber nacido en un país inexistente .
Tras el matrimonio de sus padres, Bronisława Boguska y Wła-dysław Skłodowski, en julio de 1860, fueron naciendo Sofia, Józef, Bronisława y Helena . La pequeña Mania, cuyos nombres reales eran Maria, como la patrona de Polonia, y Salomea,* como su abuela paterna, vino al mundo el 7 de noviembre de 1867 y leyó por pri-mera vez en voz alta con solo cuatro años . No era de extrañar que Mania aprendiera a leer tan pronto, porque la casa de los Skłodowski estaba llena de libros y se ubicaba en el mismo edificio que el pen-sionado de señoritas más famoso de Varsovia, que era dirigido por su madre .
Tanto los Boguski como los Skłodowski provenían de la szlachta, la pequeña nobleza polaca, que se había levantado varias veces contra la opresión del yugo extranjero, siendo sometida cada vez con más vio-lencia . Las dos familias se habían empobrecido tras los vaivenes eco-nómicos causados por las distintas particiones de Polonia, y aunque cuando Mania nació desempeñaban distintas profesiones para sobre-vivir, las dificultades materiales no habían logrado doblegar el orgullo de estos miembros de la szlachta .
Por entonces, Bronisława, a pesar de tener ya cuatro hijos, seguía dirigiendo el pensionado por las facilidades que le brindaba el hecho de vivir en el mismo edificio en el que trabajaba . En la biografía que escribió sobre su madre, Ève Curie nos cuenta que Mania sentía un amor infinito por su madre y que para ella no había sobre la Tierra otra criatura más buena, sabia y elegante . En las semblanzas que sus hijos hicieron de ella recuerdan con ternura algunos detalles de su forma de dirigir la familia, o cuando se compró las herramientas ne-cesarias para confeccionar zapatos y no tener que realizar el dispendio de comprar tanto calzado; aunque su trabajo era intelectual, Bro-nisława no despreciaba el manual . También era aficionada a la música y estaba dotada para ella: tocaba el piano y cantaba con una bonita voz; muchos años después su hija Mania se lamentaría de no haberse formado musicalmente con su madre y de no haber aprendido a tocar el piano con ella .
Podemos encontrar un perfil de Bronisława algo más imparcial que las descripciones que de ella hacían sus hijos en las cartas que escribía a una amiga antes y después de casarse y tras el nacimiento de sus hijos . Estas cartas muestran a una mujer con una marcada perso-nalidad, culta, sensible y preocupada por la educación de sus hijos y por su trabajo . También dejan ver a una mujer abrumada por cinco embarazos en siete años de matrimonio, las responsabilidades de la familia y el trabajo en el colegio que dirigía . Por ello, en una de sus cartas le confesaba a su amiga que, tras comprobar lo complejo que era ser esposa y madre, «no me habría importado volver a ser la seño-rita Boguska» . Bronisława fue una profesora muy estimada a la que muchas de sus alumnas confesaban querer más que a sus propias ma-dres . Con su ejemplo, Bronisława les transmitió a sus hijas una ense-ñanza fundamental: aunque las labores del hogar eran responsabilidad de las mujeres de la familia, no debían ser su única ocupación, podían y debían desempeñar otras tareas .
Poco después de que Mania cumpliera su primer año, la familia se mudó a una casa en la calle Novolipki, aneja al liceo en el que Wła- dysław acababa de ser nombrado profesor y subinspector docente . El traslado a este domicilio, al que Władysław tenía derecho por su tra-bajo, significó el fin de Bronisława como directora del pensionado ras ocho años, porque no podía seguir ocupándose de él viviendo lejos del mismo . Ese colegio fue el elegido para que sus cuatro hijas comenzaran la formación escolar .
El padre de Mania, Władysław Skłodowski, se graduó en ciencias en San Petersburgo y trabajó como profesor de física y matemáticas en Varsovia . Su hijo Jozio habla en sus memorias de los conocimientos enciclopédicos de su padre:
Nos dirigíamos a él con todas nuestras dudas, como si fuera una enciclopedia . Pero no solo era destacable la cantidad de información que poseía, sino la manera extraordinariamente clara en que la trans-mitía.
Jozio añade que a su padre le gustaba salir a caminar por el cam-po y que cuando los llevaba con él, aprovechaba para hablarles de los fenómenos naturales que veían . Sus amplios conocimientos y sus ex- celentes dotes como pedagogo fueron decisivos para la educación de sus hijos, especialmente en el caso de la pequeña, la mejor dotada para las ciencias y por la que sentía una especial inclinación . Según conta-ría su nieta Ève Curie, resultaba sorprendente que Władysław consi-guiera mantenerse al día en los avances en física y química, sin dejar de atender al trabajo con sus alumnos y a la educación de sus hijos .Władysław no hacía más que seguir el ejemplo de su padre, Józef Skłodowski, quien también se había dedicado a la enseñanza tras ha-berse graduado en la Universidad de Varsovia, impartiendo las clases de física y química en el liceo que dirigió en Lublin, una de las prin-cipales ciudades del este de Polonia .
Además de lo que enseñó a sus hijos, Władysław les transmitió su pasión por la investigación, tarea a la que él no se había podido dedi-car por ser un padre de familia en un país invadido . La colección de instrumentos científicos que había usado durante su juventud o en el laboratorio con sus alumnos siempre ocupó un lugar privilegiado en la casa familiar, por lo que Mania creció rodeada de ellos . Años después recordaría observar embelesada a su padre cuando realizaba las lecturas de la presión atmosférica con uno de los aparatos más fascinantes de la colección: un barómetro de precisión . Mania tam-bién miraba con curiosidad los instrumentos guardados en una vitrina: tubos de ensayo, pequeñas balanzas, una colección de minerales, incluso un electroscopio de láminas de oro . El rótulo que había en esta vitrina fue una de las primeras cosas que la pequeña leyó: «a-pa-ra-tos fí-si-cos» .
Para los padres de Mania, la enseñanza era una vocación más que una profesión y sus hijos no solo eran sus discípulos más queridos, sino también los más brillantes . A pesar de que no era lo habitual en la Europa de la época, los Skłodowski cuidaron la educación de sus hijas con el mismo esmero que la de su hijo . Entre su brillante prole destacaba la hija mayor, Zofia, pero pronto la pequeña comenzó a hacer sombra a su inteligente hermana . Para satisfacer su insaciable curiosidad, Mania, sensible y callada, devoraba todo tipo de libros hasta tal punto que sus padres llegaron a pensar que tanta lectura podía hacerle daño, por lo que todos en la familia intentaban distraerla y que se dedicara a actividades más propias de su edad, como jugar y pasear
La vida de los Skłodowski, dedicada casi por entero al estudio y las lecturas a lo largo del curso escolar, tenía su contrapunto duran-te el verano, época que aprovechaban para visitar a las familias materna y paterna, que vivían en el campo . Entonces Mania disfrutaba del aire libre y de todo tipo de ejercicios físicos, como nadar y pescar en los grandes lagos, correr por los campos o montar a caballo . Uno de los si-tios a los que estuvo más vinculada fue la hacienda de Zwola, al sures-te de Varsovia, que la familia ocupaba durante el verano en la primera infancia de Mania . Aunque era propiedad de su tío Władysław Bogus-ki, el hermano mayor de su madre, Władysław Skłodowski compró parte de la casa . Esta hacienda fue uno de los primeros lugares en los que Mania sintió el amor por la naturaleza que la acompañaría hasta el fin de sus días . Además de disfrutar del aire libre, estrechaba las relacio-nes con sus primos y tíos, que hicieron que las raíces polacas ocuparan un lugar destacado a lo largo de su vida . Mania se sentía parte de esa gran familia y más adelante, por extensión, de su país, al que todos ellos amaban de forma apasionada y por el que muchos de sus miembros habían estado a punto de perder la vida .