Maradona, quien había llegado a Estados Unidos con 34 años para exhibir su nueva resurrección, dijo a un canal argentino entre lágrimas: «No quiero dramatizar pero créeme que me cortaron las piernas. No corrí por la droga, corrí por el corazón y la camiseta».
Por Hernán Bahos Ruiz
Sochi, 4 julio (EFE).- Y esa tarde abandonó la cancha de la mano de una rubia vestida de blanco sin saber que nunca más volvería a un estadio para jugar por la selección argentina.
Diego Maradona, el ídolo que dio gloria a su país en el Mundial de México 1986, el que cuatro años después fue decisivo para llegar a la final de Italia que terminó con el subtítulo, fue elegido aquél 25 de junio de 1994 para someterse a un control antidopaje tras el partido que la Albiceleste ganó por 2-1 a Nigeria en Boston.
«Algo pasa acá», pensó alarmado el entrenador Alfio ‘el Coco’ Basile cuando vio pasar a Maradona tomado de la mano con la rubia rumbo a la sala reservada para la colecta de las muestras de orina.
El diez argentino lanzaba besos a las tribunas con la mano izquierda. Ella, quien años después se supo que se llama Sue Carpenter, sonreía a la nube de fotógrafos.
El 21 de junio, los pupilos de Basile debutaron en el Mundial de 1994 con una paliza a Grecia por 4-0 con triplete de Gabriel Batistuta y un golazo de Maradona.
El día 25, en el mismo Foxboro Stadium, los argentinos ganaron de remontada con doblete de Claudio Caniggia, el delantero que había vuelto del ostracismo tras purgar una suspensión internacional de 13 meses por consumo de cocaína.
Solo había motivos para el optimismo. Argentina había anticipado una jornada su clasificación a los octavos de final, Basile estaba convencido de que tenía un equipo para ser campeón y Maradona, que se había sometido meses antes a un riguroso plan de preparación física, volvía a parecerse a su mejor versión.
Hasta bromeó con los dos nigerianos llamados a la ceremonia de la orina. A uno de ellos le dijo con ironía, mientras le mostraba una pierna maltratada: «¡Perro, mirá lo que me hiciste!». Su interlocutor reía, no entendía nada, apenas quería hacerse una foto.
El 26 de junio la delegación viajó a Dallas, donde cuatro días después jugaría su último partido del Grupo D frente a Bulgaria.
Pero la paz comenzó a hacerse pedazos en la escala técnica que el equipo cumplió en Baltimore.
«‘Coco’, hay un positivo», le dijo un dirigente al técnico, sin ofrecer más detalles. La duda recayó primero sobre el defensa Sergio Vázquez, que también había pasado por el control antidopaje.
Las horas fueron cada vez más tensas y los rumores comenzaron a llegar a oídos de los jugadores. «Vázquez, ¿vos tomaste algo?», le espetó sin anestesia Oscar Ruggeri a su compañero de habitación que, aturdido, respondió con cara de yo no fui.
Al atardecer del 29 de junio Basile entró en la habitación que Maradona compartía con Ariel Ortega. Le dijo que en su orina habían encontrado rastros de efedrina, seudoefedrina, norseudoefedrina, norefedrina y metaefedrina, cinco sustancias prohibidas por su poder estimulante para los reflejos, la oxigenación y la pérdida de peso.
La efedrina era muy común por entonces en los gimnasios de Buenos Aires y aceptada en algunos deportes practicados en Estados Unidos, pero estaba prohibida por la FIFA.
«Esa noche fue de terror, la peor de mi vida. Me llamó hasta el Presidente de la República. No dormí», recordó años después Basile.
A la mañana siguiente, la comisión técnica tenía que presentar la defensa del caso y creía tener un as en la manga.
En el Mundial de México’86, el español Ramón Calderé se libró de un escándalo de dopaje gracias a que el médico de esa selección asumió la responsabilidad por el consumo de un medicamento contra la diarrea que contenía un producto prohibido.
Al final, Calderé fue suspendido por un partido.
La mañana del 30 de junio el médico Ernesto Ugalde se alistaba para cargar públicamente el error que no había cometido cuando una llamada telefónica a Basile echó por tierra la estantería.
«No habrá defensa. Está ‘out’ y saldrá de la delegación», avisó a Basile Julio Grondona, el todopoderoso presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
La FIFA dejó sin margen a la AFA. Para evitar una sanción, debía rodar la cabeza del Diez y así se anunció poco antes de la llegada silenciosa de la Albiceleste al Cotton Bowl de Dallas.
Y Maradona, quien había llegado a Estados Unidos con 34 años para exhibir su nueva resurrección, dijo a un canal argentino entre lágrimas: «No quiero dramatizar pero créeme que me cortaron las piernas. No corrí por la droga, corrí por el corazón y la camiseta».
«Juro por mis hijas, que son la fuerza que me trajo a este Mundial, que yo no me drogué, que yo no tomé ninguna sustancia como para que la FIFA me deje afuera de este Mundial», insistió.
Al Mundial de 1994, Argentina se clasificó con dificultad en una repesca contra Australia. Maradona había regresado al rescate de la selección y en los meses siguientes se entregó a un plan de preparación física con el fisicoculturista Daniel Cerrini.
Bajó de 88 a 77 kilos de peso ayudado con suplementos dietarios; uno de ellos, el ‘Ripped Fuel’ en el que yace la efedrina.
Con la caída del ídolo se levantó un escenario para el desfile de conjeturas y teorías conspiratorias.
Los dedos apuntaron a la rubia vestida de blanco, a la cuenta de cobro pasada por la Casa Blanca por la simpatía pública del jugador por Fidel Castro, el Che Guevara y Cuba.
De nada le sirvió haber ayudado a la FIFA a promocionar el Mundial en un país sin tradición. Él se sintió traicionado.
Basile admitió que sin Maradona, la Albiceleste colapsó. Y, como si fuera poco, enfrentarse a Rumanía el mismo día le pareció que «fue también la cagada». Cayeron por 2-0.
Argentina tocó fondo el 3 de julio en el partido de octavos de final que ganó por 3-2 la Rumanía conducida con maestría por Georghe Hagi, irónicamente llamado ‘el Maradona de los Cárpatos’.
«No podíamos ganar a nadie. Estábamos crucificados», puntualizó.
Maradona, quien había marcado 8 goles en los cuatro mundiales que participó, se preparaba para batir una plusmarca, pues contra Bulgaria habría jugado su partido 22, cifra nunca antes registrada.
El Diez se despidió dejando a su paso marcas, casimarcas y antimarcas.