“Una risa, / Como un aullido / Desde el fondo del tiempo / Desde el fondo del niño / Cada día / José Luis dibuja nuestra herida” escribió Octavio Paz. Este lunes de lluvia, al inicio de julio, se iba el gran artista mexicano.
Ciudad de México, 4 de julio (SinEmbargo).- “El artista crea sus propios mitos y el más importante de estos es el mito de sí mismo”, dijo alguna vez José Luis Cuevas, el hombre que acaba de morir a los 86 años, que rompió con el muralismo mexicano, a pesar de lo cual ha dicho en numerosas ocasiones que fue al mirar murales de Diego Rivera que se dedicó a pintar.
¿83 u 86?, su edad siempre fue objeto de discusión, hasta que el hermano mayor, el médico Alberto Cuevas, aseguró que la fecha exacta del nacimiento del artista fue el 26 de febrero 1931 y no de 1934, como afirmaba el propio José Luis.
“A todos nos cambia la edad. Hacía tiempo que no lo veía, supe que andaba mal del brazo, que se quejaba de la columna, creo que en los últimos años vivió una gran nostalgia, por todo lo que se fue”, dice la amiga entrañable y colega, Martha Chapa.
Los hijos de ella, las hijas de él, su esposa –fallecida en el 2000 de leucemia- pasaron navidades durante 20 años, poca gente lo conocía tanto como la pintora.
“Mmm…Cuevas me traicionó horrible. Mmm…él está muy mal ahora. Creo que tiene mucho miedo a la muerte, no quiere morir solo, depender de semejante mujer…creo que tiene Síndrome de Estocolmo. Un hombre de tanto talento, a lo que ha llegado. Aunque el músculo esté atrofiado, qué dibujante era Cuevas”, dijo hace no muy poco el pintor Arturo Rivera.
¿Miedo a la muerte? ¿Cómo será el día en que yo me muera? Esos pensamientos inundaban sus ojos verdes, su mirar en el horizonte. Esa vida que para vivirla larga fumó durante muchos años sin dejar que el tabaco entrara a sus pulmones. “Soy un maestro en el arte de tirar el humo para afuera”, dijo hace unos años provocando la hilaridad de los asistentes a una conferencia de prensa llevada a cabo en el museo que lleva su nombre.
LA GRANDEZA DE JOSÉ LUIS CUEVAS
La grandeza de José Luis Cuevas, dibujante grabador, escultor e ilustrador, de formación esencialmente autodidacta, se mide por su obra, por su intensidad rupturista, por su condición de pionero al rebelarse en su juventud al muralismo que ya nada tenía para decir, muertos Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.
Pero también el artista, uno de los más importantes en la historia de las artes visuales en nuestro país, cobra una dimensión extraordinaria por su personalidad de dandy provocador y galante, dispuesto a comerse el mundo con sus imágenes feroces y sus acciones siempre un paso adelante que el resto.
Como cuando Pablo Picasso compró obras de él cuando éste expuso en la Galería Edouar Loeb de París, Francia. Como ahora, que ante la sorpresa de su muerte –uno siempre cree que estos maestros vivirán por siempre- se levanta la muestra en el Centro Cultural Tijuana, Homenaje en sus 86 años, integrada por 160 obras.
O como cuando en febrero y él cumplía 80 años, se reinauguraba la Sala Erótica que había permanecido cerrada durante cinco años y que ahora se erige en la planta baja del museo, en un espacio más grande y más abierto.
EL AUTODIDACTISMO DE CUEVAS
Cuevas se formó casi de manera autodidacta y en su juventud fue parte del efervescente mundo cultural mexicano, rodeándose de figuras como Luis Buñuel, Carlos Fuentes, Leonora Carrington, Julio Cortázar, Juan Soriano, Gabriel García Márquez y Alberto Gironella.
El premio Nobel mexicano de Literatura Octavio Paz lo describió en Los privilegios de la vista. Arte de México como un «artista carnívoro, cuya atracción principal reside en su gracia flexible, sus movimientos sinuosos, la ferocidad elegante de su dibujo, la fantasía grotesca de sus figuras y los resultados con frecuencia mortíferos de sus trazos».
Cuevas es uno de los creadores mexicanos vivos más falsificados, pero también más vendidos en el mercado internacional, además del miembro más visible de la llamada «Generación de la ruptura», que creó un arte más abstracto y cosmopolita en contraste con la Escuela Mexicana de Pintura.
También se le conoce por sus controvertidas frases, en las que se describe como gran amante y como de creador insuperable.
En diversas ocasiones el llamado «enfant terrible» del arte mexicano ha dicho ser mejor que el muralista mexicano Diego Rivera y que su segunda esposa, Beatriz del Carmen Bazán, de 54 años, es «mucho más bonita que Frida Kahlo».
LOS CONFLICTOS CON SUS HIJAS, DRAMA DEL FINAL
Poco antes de volver a emitir esa declaración, a mediados de 2013, los conflictos familiares del autor de «La giganta» pasaron del ámbito privado al público.
En abril de 2013, las hijas del primer matrimonio del artista, Ximena, María José y Mariana, afirmaron que su padre era víctima de maltrato por parte de su actual esposa. Incluso solicitaron legalmente los derechos para cuidarlo y tomar decisiones médicas sobre la salud del artista, hospitalizado días antes.
Durante semanas los dimes y diretes entre su descendencia, su mujer, abogados y amigos saltaron a los medios. Aunque José Luis Cuevas negó públicamente que fuera maltratado, la situación reveló las resquebrajadas relaciones con sus más próximos.
Este ha sido uno de los capítulos oscuros de la vida pública reciente del pintor, quien con sólo diez años ingresó a estudiar artes plásticas en la escuela donde Frida Kahlo se formó.
Su prolífica obra se introduce en los negros senderos de la locura, el erotismo, la prostitución, la deformidad, la angustia o lo abstracto.
Con Cuevas nada era seguro, excepto su talento y su narcisismo. Él mismo declaró a finales de los años 90 que a diario se hacía fotografiar para registrar el paso del tiempo.
Pintaba prostitutas y dementes, personajes caros para él.
“Cuando yo era entonces un adolescente, empecé a recorrer los barrios bajos de México, y me volví una especie de cronista de estos submundos. Efectivamente yo iba a los hospitales y dibujaba en los hospitales. También dibujé cadáveres en los anfiteatros de medicina. Después también visitaría a los burdeles, los prostíbulos, o bien dibujaría a las callejeras, a las mujeres que ejercían la prostitución en las calles de México, en los barrios bajos. Después también empecé a ir a dibujar al manicomio, al de la ciudad de México. Y ahí iba yo a dibujar, pasaba horas y horas dibujando, observando los retardos mentales y en fin, era como si yo me estuviera preparando para un mayor conocimiento de los aspectos terribles de la existencia humana, la enfermedad, la locura, la prostitución, en fin”, declaró a una revista de arte en Nueva York.
Leía muchísimo a Fiodor Dostoievski y creía que había vivido mucho.
“Nunca pensé llegar a una edad tan avanzada. Cuando era adolescente me imaginaba que no llegaría a los 30 años. Pero he llegado a los 85 y me angustia la idea de cumplirlos. Pero también llego a más de 70 de estar activo y trabajando sin parar: el pulso lo tengo firme y mi línea de dibujante sigue siendo perfecta”, decía el 26 de febrero de 2016.
Al frente del museo que desde hace 25 años lleva su nombre, situado en un sitio privilegiado del Centro Histórico de la Ciudad de México, Cuevas ha mostrado permanentemente su obra y la de importantes artistas contemporáneos.
“Creo que el Museo José Luis Cuevas es, sin duda alguna, el más bello de la Ciudad de México. Desde que lo inauguramos, constantemente se han hecho exposiciones de artistas de diferentes países, aunque con preferencia a los mexicanos. Y desde sus inicios mis obras se han presentado de forma permanente y nuevas cada año”, declaró.
“Para el futuro inmediato no soy muy optimista porque, ya lo dije, más que proyectos de vida lo que quiero es que hasta el último momento de mi existencia no haya perdido mi vocación por el arte. Como dicen los actores que quisieran morir en el escenario, yo diría que lo que deseo es trabajar hasta el último momento de mi vida”, señalaba.
“¿Cuál será mi último dibujo? Es algo que me pregunto con frecuencia… Cuando llegue el final quiero ser mi última obra y hacerla sin poner fecha, porque será la última por lo que viene después, que es el silencio”, afirmaba.
LA TARDE SE HIZO NEGRA
Hoy, las noticias dieron su ultimátum y todo se ennegreció.
“En el nombre del padre.
(A la manera de Lacan).
Mi más profundo pésame para las hermanas Ximena, Mariana y María José Cuevas por su pérdida inmensa.
Ha sido durísimo para ellas.
Y no creo que hoy vaya a mejorar.
¿Quién tiene el derecho de decirle a una hija que ya no es la hija de su padre?
¿Quién tiene derecho a intentar arrebatarle a una hija su historia, sus memorias, sus herencias tangibles e intangibles?
Los momentos más cotidianos: tomar la mano de su padre.
Amarlo y saberse amada por él.
Conversar.
Saber que recibe los cuidados que necesita.
Que está seguro.
Que está bien.
Acompañarlo.
Qué niveles de narcisismo y perversión se necesitan, para arrancar a un hombre de su dignidad y de su historia.
¿Cómo podría lograrse semejante cosa?
¿Cómo?
Las hermanas Cuevas son las hijas de su padre.
Y su viuda, una miserable depredadora”, escribió la socióloga Maria Teresa Priego-Broca, poniendo en público el drama privado de un personaje tan público.
“Tan feliz que estaba hace unos momentos, pero la vida es así. Ha muerto el gran maestro José Luis Cuevas, uno de los artistas más lúcido, generoso, memorioso, ingenioso, lujurioso y visionario del México contemporáneo. Nacimos un 26 de febrero y varias veces me invitó a celebrar juntos. Los entrevisté en diversas ocasiones y estuve en su taller muchas otras hablando de «chiquitas». Lamentablemente dejé de verlo a partir de su segundo matrimonio (sé que muchos otros amigos también se retiraron por la misma razón). Desde hace días tenía la inquietud de buscarlo, no lo hice. Fuerte abrazo maestro, gracias por todo”, escribió en Facebook el escritor Carlos Martínez Rentería.
«La historia va así: no habían localizado al pintor José Luis Cuevas para notificarle del premio porque andaba recorriendo una exposición en lo que fue el Centro de Estudios del Tercer Mundo, en San Jerónimo. Llegué al lugar a cubrir el evento para Radio UNAM y que me topo con José Luis Cuevas y que saco mi «pequeña» grabadora de cassettes y que le pido su opinión. Lo primero que me dijo fue: «eres tú quien me da esta grata noticia, así que de ahora en lo adelante serás mi mascota de la buena suerte». Y así fue durante muchos años, siempre que nos veíamos me decía: «ven para acá mascotita», me abrazaba cariñosamente y conversábamos de los temas del día; nunca se negó a ser entrevistado por esta, entonces, joven reportera. Y pensándolo bien, a mí si me gusta ser mascota de la buena suerte y que me asocien con cariño a un buen recuerdo», recuerda Patricia Vega.
Muchos se sintieron hoy así.