“La mejor manera de querer a los amigos escritores es con la lectura de sus obras»: Benito Taibo

04/06/2017 - 10:37 pm

Taibo tuvo una relación familiar con el premio nobel colombiano, García Márquez, pero apenas habla de sus experiencias personales con el autor porque cree que la mejor manera de querer a los amigos escritores es con la lectura de sus obras, lo cual hace con Cien años de soledad como un acto de fidelidad y para alimentar al hedonista que lleva dentro.

Por Gustavo Borges

México, 4 de junio (EFE).- El escritor mexicano Benito Taibo protagonizó el desvarío más lujoso de su vida a los 17 años cuando leyó Cien años de soledad y sembró la novela en un parque, confiado en ver crecer un árbol con mariposas en vez de ramas.

«Éramos cinco amigos, decidimos que debíamos hacer algo tan mágico como lo relatado por el ‘Gabo’ y plantamos la primera edición de la obra en el parque México, convencidos de ver salir de la tierra un árbol colorido lleno de mariposas, con mujeres flotantes y hielo en la base», asegura a Efe Taibo, reconocido novelista y poeta que prefiere ser identificado como lector a tiempo completo.

Se trata de uno de los principales promotores en México del hábito de leer que a veces se aleja de la cordura, como cuando da conferencias a jóvenes y les asegura ser la encarnación de José Arcadio Buendía, patriarca de la novela más rica de García Márquez.

Taibo tuvo una relación familiar con el premio nobel colombiano, pero apenas habla de sus experiencias personales con el autor porque cree que la mejor manera de querer a los amigos escritores es con la lectura de sus obras, lo cual hace con Cien años de soledad como un acto de fidelidad y para alimentar al hedonista que lleva dentro.

«Me la leo cada tres años como un goce y siempre me encuentro con otro libro porque crece mientras más mayor me pongo», confiesa y deja entrever que volverá por enésima vez a la novela, quizás este mes en el 50 aniversario de su publicación.

De la primera edición, Taibo perdió tres ejemplares firmados por el autor y fue a última hora cuando logró guardar una copia de la edición conmemorativa de la Academia española, que García Márquez, ya mayor, le firmó con un plumón verde con el cual le pintó una flor.

Taibo se fuma un cigarro cada ocho minutos y en medio de uno de ellos repite el primer párrafo de la novela como si fuera una oración para la buena salud. Luego confiesa una especie de promiscuidad para la literatura y habla de otros inicios que lo persiguen, el del Quijote, el de Pedro Páramo y el de Mobby Dick.

«El ‘Gabo’ corregía todo el tiempo, muchas veces cenó en casa y al recordar eso pienso que alguien debería hacer el recetario de Cien años de soledad. La obra está llena de ajiacos y comidas memorables».

«Recuerdo haberlo visto comer y beber vino con placer, sobre todo platillos colombianos y mexicanos», añade.

Como director de la emisora mexicana Radio UNAM, Taibo cuida de que el contenido de los programas tengan una base cultural y todo el tiempo habla de la necesidad de leer para poder espantar adjetivos insulsos, queísmos, gerundios mal vestidos y otros vicios del periodismo, el oficio más hermoso del mundo, según García Márquez.

«Lo entrevisté en su casa el día antes de ganar el Nobel; me despedí y le prometí regresar a la mañana siguiente para tomarle unas declaraciones como ganador del premio de la Academia sueca. Al otro día a las ocho de la mañana estaba de vuelta para hacer un reportaje para la agencia Notimex, donde trabajé», cuenta.

Según Taibo, de 57 años, medio siglo después de publicada, Cien años de soledad sigue siendo el retrato de una América injusta, ignota, asombrosa, mágica y maravillosa, y Macondo un lugar tan posible como la ciudad mexicana de Veracruz, la dominicana de Santiago de los Caballeros o la peruana Cuzco.

«Somos los mismos y seguimos siendo hijos de esa estirpe maldita que empieza en Macondo», señala.

Muchos años después, Benito Taibo recordó su despiste de joven. Estaba en una fiesta con los mismos amigos ya adultos y decidieron irse en las primeras horas de la madrugada a ver qué tan crecido estaba el árbol de la soledad.

«Llegamos nerviosos apoyados con linternas. No había árbol, sino un baño público. Tiempo después le comenté aquella locura al ‘Gabo’ y cuando se recuperó del ataque de risa me dijo que tal vez sembré el libro al revés. Así funciona el realismo mágico, ese que en México vivimos todos los días», dice.

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