¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de los objetos producidos por la mano, por la memoria y la fantasía? ¿De qué mundo dan testimonio? ¿Cuáles son su ética y su estética? Estas obras no podrían existir sin el vínculo sensual que se establece entre su materia y el cuerpo que las produjo, sin una relación marcada a un tiempo por la ternura y el deseo. No podrían existir sin la paciencia infinita, sin el rigor y el desvelo, sin la emulación, sin el entusiasmo que impulsa al artífice a no sentirse satisfecho hasta que la pieza misma deje de escuchar su propia voz de plenitud y de júbilo.
Por Alfonso Alfaro-Director del Instituto de Investigaciones de Artes de México
Ciudad de México, 4 de marzo (SinEmbargo).- Ésas son las características de una ética del lujo: el triunfo de la disciplina del empeño, un derroche de tiempo y de energía, un gasto sin medida en cuidados y en afecto al servicio de una causa: la belleza.
Los objetos fabricados en serie tienen sólo dos funciones: satisfacer un deseo o una necesidad específica y generar ganancias (el máximo de utilidades con el mínimo esfuerzo); son pues, desde el punto de vista antropológico, solamente bidimensionales.
El trabajo manual de alta calidad, por el contrario a causa del tipo de implicación afectiva y sensual que requiere para ser fabricado, posee una dimensión más que inscribe en cada pieza la memoria y la pasión de hacedor, la huella distintiva de su cuerpo y de sus sueños. En la cocina, esa marca se llama sazón; ella hace imposible la copia exacta de dos platillos pero también de dos platones.
Esas piezas no podrían ver la luz sin el aprecio, lleno de admiración, por la obra de esos antepasados casi siempre anónimos en que se inspiran, y que impulsa al artesano de nuestros días a preservar su legado, a hacerlo propio, a reinterpretarlo. (Un impulso semejante al que nos lleva a todos a amar una lengua y tratar de hacerla nuestra con la sola fuerza del cariño).
Tareas de esta naturaleza ni pueden ser llevadas a cabo por manos neófitas o por espíritus apresurados. Las destrezas que le son necesarias no pueden improvisarse. Los pueblos que poseen personas capaces de realizarlas lo han siempre logrado gracias a siglos de acumulación de saberes y destrezas transmitidos a través de las generaciones; porque las labores artesanales requieren de una mano de obra que no sólo sea rigurosa y precisa sino que también esté dispuesta al esfuerzo común, y a un respeto de la valía ajena que no rechace la competencia pero tampoco la endiose. Este respeto excluye el servilismo y la imitación mecánica y está impregnado de curiosidad, abierto a la búsqueda y a la experimentación, a la innovación, al redescubrimiento.
Ha habido en la historia países cuya grandeza y poderío y cuyo esplendor fueron logrados precisamente gracias al aprovechamiento de un capital humano excepcionalmente adiestrado a lo largo de siglos para esos menesteres de la dedicación exigente y de la paciencia creativa, países que convirtieron a la industria del lujo en una verdadera carta maestra de su fuerza y predominio: Francia, China, Japón… El lugar destacado que ocupan estas naciones en el imaginario universal, sus excepcionales aportaciones al arte y a la cultura descansan en última instancia en el trabajo de sus artífices.
Los grandes logros estéticos de esas potencias culturales no hubieran sido posibles sin contar en cada caso con un pueblo entero de artesanos cuya mirada afilada y cuyos dedos precisos eran capaces de impulsar a los artistas y a los filósofos –con el apoyo de su trabajo y presión de su exigencia– a obtener cada vez mayor rigor, mayor calidad.
Algunas de las publicaciones de Artes de México dedicadas al arte popular son: Taracea oaxaqueña, Sarape de Saltillo, Lacas mexicanas, Saberes enlazados. La obra de Irmgard Weitlaner Johnson, Tesoros del arte popular mexicano. Colección Nelson A. Rockefeller, La mano artesanal entre otras. Están disponibles en esta página