Honeyland ya hizo historia. Es la primera película nominada tanto a mejor documental como a mejor largometraje internacional, categoría antes conocida como mejor película en lengua extranjera. La doble candidatura hace de Honeyland una nominada al Oscar discretamente revolucionaria, lo cual habla tanto de la naturaleza cada vez más inagotable del cine documental como de la grandeza específica de Honeyland.
Por Jake Coyle
NUEVA YORK, 4 de febrero (AP).- Ljubomir Stefanov y Tamara Kotevska se encontraban en una zona de difícil acceso en el norte de Macedonia — lo más lejos posible de los premios Oscar — cuando se toparon con la apicultora que terminó protagonizando su aclamado documental, Honeyland.
Mientras trabajaban en un cortometraje encargado por un proyecto de conservación de la naturaleza, los cineastas conocieron a Hatidze Muratova, una mujer de mediana edad que subsiste a duras penas produciendo miel con métodos antiguos sostenibles a lo largo del escarpado paisaje de la antigua república yugoslava, mientras cuida de su madre medio ciega y confinada en cama en una modesta casa sin electricidad.
En Muratova, reconocieron no sólo a una figura noble y casi atemporal de simbolismo ambiental, sino a un personaje inspirador digno de atención. Muratova no pretendía vivir en casi total aislamiento; mientras su pueblo mermaba, ella se quedó atrás cuidando de su madre. Honeyland es, en cierto modo, su liberación.
“Esta mujer es una persona verdaderamente talentosa y una gran amante de los humanos”, dijo Kotevska en una entrevista telefónica junto a Stefanov. “Es extrovertida. Pero las condiciones de vida la llevaron a donde está. Está atrapada en esa vida. Cuando nosotros aparecimos, fue una forma de libertad para ella. Fue un modo de contarnos su vida y su historia”.
De todas las personalidades que llegarán a los Premios de la Academia el domingo, pocos estarán a la altura de Hatidze. Ella estará ahí, dicen los cineastas, en lo que promete ser tanto un choque cultural como un momento triunfal para una mujer humilde y heroica que nunca buscó ser foco de atención.
En Macedonia, dice Kotevska, está viviendo el papel de “héroe nacional”. “La gente obviamente está cansada de los héroes falsos que están por encima de todos”, dice Kotevska.
Honeyland ya hizo historia. Es la primera película nominada tanto a mejor documental como a mejor largometraje internacional, categoría antes conocida como mejor película en lengua extranjera. La doble candidatura hace de Honeyland una nominada al Oscar discretamente revolucionaria, lo cual habla tanto de la naturaleza cada vez más inagotable del cine documental como de la grandeza específica de Honeyland.
La película sigue la vida de Muratova, incluyendo en escenas impresionantemente íntimas con su madre, Nazife, y sus métodos sostenibles de apicultura silvestre. Muratova se lleva la mitad de la miel y deja la otra mitad para las abejas, un equilibrio que le permite a la colmena continuar y florecer. Pero cuando una familia caótica y revoltosa de nueve se muda a la casa contigua y trata de practicar la apicultura toscamente y con menos paciencia, Honeyland se convierte en una clara alegoría ambiental.
Stefanov cree que este conflicto elemental es la razón por la cual su filme, que ganó varios premios el año pasado en el Festival de Cine de Sundance, ha resonado tanto. Los vecinos — Hussein Sam, su esposa y sus siete hijos — no son exactamente villanos; están haciendo lo mejor que pueden para saldar deudas y alimentar a su familia.
“Muestra cómo la avaricia funciona a un nivel muy básico”, dice Stefanov. “Es una comunidad de tres personas. Sería lo mismo si tuvieras a miles con un sustento óptimo y alguien viniera y dijera, ‘epa, yo te voy a dar más’. Esa frase es la razón más fuerte por la cual enfrentamos lo que enfrentamos hoy”.
Capturar a esa comunidad requirió de una gran dedicación. Stefanov y Kotevska usaron un vehículo todo terreno para poder llegar hasta la casa de Muratova y durante lapsos de dos a tres días acamparon en carpas mientras rodaban. En el invierno, hacía demasiado frío como para pasar ahí la noche. En total, pasaron tres años filmando y acumulando más de 400 horas de película.
Muratova además hablaba a menudo en turco, una lengua que los cineastas macedonios no hablan, incluyendo en las escenas con su madre. Así que muchas veces rodaban puramente desde un punto de vista visual. Sólo después de montar una versión de la película obtuvieron traducciones de lo que habían filmado, pero sorprendentemente fueron pocos los ajustes necesarios.
Honeyland, actualmente disponible vía streaming en Hulu y para rentar en Amazon y otros servicios, ha tratado de canalizar parte de su éxito para sus protagonistas. El equipo está vendiendo frascos de miel cuyas ganancias irán a Muratova y la familia de Sam, ahora de 10 (tuvieron otro hijo el día que la cinta se estrenó en Sundance).
La vida moderna parece muy distante en Honeyland, pero hace apariciones ocasionales: Muratova viaja a pie a la capital de Macedonia, Skopje, para vender miel y comprar algunos productos, incluyendo tinte para el pelo. Pero los Oscar serán mucho más modernos para Muratova. Los cineastas, que arribaron a Los Ángeles la semana pasada, están ansiosos por verlo. “Será muy emocionante para todos”, dijo Kotevska.
También espera que el éxito de Honeyland sea un indicio de que las barreras se están desintegrando.
“Una buena historia es una buena historia sin importar de donde venga. Lo importante es que podemos verla”, dice Kotevska. “El que Honeyland haya sido nominada en estas dos categorías sólo muestra que con el tiempo la forma de cine cambiará. El género no será tan importante… La narrativa será más libre”.