La sinopsis de una novela espectacularmente escrita, con todos los rasgos de un origami que se convierte en algo espantoso, es la esencia de El nervio principal (Sexto Piso), la segunda novela de Daniel Saldaña Paris, uno de los narradores más virtuosos de la nueva camada mexicana.
Ciudad de México, 3 de noviembre (SinEmbargo).-La segunda novela de Daniel Saldaña Paris, El nervio principal (Sexto Piso) trae la historia de una familia disfuncional, algo en donde parece estar la cuna de la violencia mexicana y la raíz de todos los prejuicios.
“Un hombre de treinta y tres años lleva un largo tiempo postrado en cama, sin salir de su departamento. Desde allí intenta recomponer su vida al escribirla, atando los recuerdos en torno al nudo que marcaría para siempre su existencia: la partida de su madre, en el verano de 1994, cuando él era apenas un niño, para unirse al levantamiento zapatista que convulsionara al país. La entonces misteriosa huida se ve agravada por el hermetismo de un padre torpe, que no sabe cómo lidiar con la responsabilidad de quedarse a cargo del protagonista y su hermana adolescente, y por las erráticas pesquisas que el niño emprende para desvelar los motivos de la madre”. La sinopsis de una novela espectacularmente escrita, con todos los rasgos de un origami que se convierte en algo espantoso, es la esencia de El nervio principal.
–¿Por qué tener hijos, verdad?
–Es una buena pregunta, yo no los tengo. Creo que en el caso de mi novela, El nervio principal, tiene que ver con una convicción que parte del deseo principal de educar a sus hijos de una cierta manera. Cambiar el mundo también a través de los hijos, no sólo por su activismo ni por sus decisiones personales. Teresa está más inclinada hacia la hija, pero termina teniendo efecto sobre el hijo que es el protagonista.
–El padre se queda con ellos pero él lo desprecia
–Claramente la novela inicia con una idealización de la figura materna, es el propio protagonista el que cuenta su historia, su infancia, hay también una distancia con respecto al padre, una distancia crítica, que se entiende al final del libro, hay un verdadero motivo. El protagonista se identifica mucho con esa figura del padre. Es un hombre grisáceo.
–Las edades más marcadoras son la infancia y la adolescencia, el escritor siempre escribe sobre esos momentos
–Sí, creo que en mi caso la infancia es un territorio medio oscuro, tengo muy pocos recuerdos, soy desmemoriado, me inventé esta ficción como por tratar de llenar ese vacío. Volviendo a ese territorio y tratando de rasguñar los pocos recuerdos que me quedan.
–En esas edades se refleja de cómo seremos como adultos
–Una de las ideas que me persiguen o me obsesionan es cuando tomamos las decisiones que nos lleva a ser lo que somos. Son decisiones que tomamos a la ligera pero que luego terminan marcando un camino.
–Hablas de las drogas, las cosas que decían los mayores…
–Ese quizás es el único recuerdo más o menos autobiográfico de la novela. Esos guiños generacionales, de cómo se veía el mundo desde esa edad. Esos miedos clasemedieros, esas drogas que vienen con los chicles o el robachicos es esa figura ominosa que va por la ciudad raptando niños. Me divertí mucho recordando esos prejuicios.
–Naciste en plena época del zapatismo…
–Sí, yo tenía 10 y mis padres son muy de izquierdas, son profesores universitarios de sociología. Se emocionaron mucho con la figura de Marcos y del zapatismo. Recuerdo a las amigas de mi madre, como enamoradas del Subcomandante. Mis padres se han dedicado a estudiar comunidades parecidas que propongan comunidades alternativas al progreso neoliberal.
–Comparado con Nicaragua, con las dictaduras latinoamericanas, el zapatismo resultó ser un poco más liviano, ¿no lo crees?
–Sin irnos más lejos también en México hubo una historia de represión muy violenta en los ’70 y en los ’80. El zapatismo se creó una narrativa diferente, que no era exactamente igual a los movimientos latinoamericanos y creo que al final las lecciones que siguen dando van por otro lado. No tanto por el levantamiento armado, construir otro tipo de organización.
–Teresa decide irse, ¿por qué decide irse?
–En ese sentido el personaje de Teresa no pertenece a una organización, tiene una fascinación medio ingenua por el zapatismo. En agosto de 1994 el zapatismo convoca a una reunión democrática, que es cuando también invita a los académicos, a los profesores, a la gente en general, a que vean cómo están viviendo. No es que ella se vaya a sumarse a las filas rebeldes o que vaya a agarrar el fusil, sino que va un poco por curiosidad, a ver lo que pasa allí.
–También va por escaparse del padre
–Sí, desde luego. Las decisiones tienen que ver con su historia personal, de escaparse de una realidad que la está destrozando.
–También admira mucho a su hermana
–Yo no tuve hermanos mayores y envidio a quienes los hayan tenido. El niño la idealiza totalmente.
–¿Cómo te encuentras con esta novela?
–Me planteo con mucha inseguridad frente a mi obra. Quizás por eso esta novela es tan distinta a la primera. Tuve que cambiar estructuras estéticas, no hacer una novela para escritores. En la primera estaba experimentando, quería explorar el ritmo de la prosa, cierta gratuidad en el sentido del humor y ahora me planteé hacer algo distinto, un cierto homenaje a la novela juvenil.
–Cómo si la literatura fuera tu origami
–Sí, es cierto. No practico origami, soy muy impaciente, escribir es el único ejercicio de paciencia que soy capaz de llevar a cabo.