Jorge Zepeda Patterson
03/10/2021 - 12:05 am
AMLO, entre la Chontalpa y Santander
«López Obrador podría haber tenido un pasaporte español, si su madre y él lo hubieran deseado, lo cual dice mucho; pero también es cierto que él nace a la política como activista social promotor de la causa indigenista, algo que nunca olvidaría».
Quizá sean las ceremonias con motivo de la Independencia o la reciente carta del Papa Francisco dirigida a los obispos mexicanos, reconociendo excesos en la cruzada de evangelización durante la Conquista y la Colonia, pero lo cierto es que el Presidente Andrés Manuel López Obrador insiste de nuevo en que España debe ofrecer una disculpa por la destrucción causada a los pueblos originarios de nuestro territorio.
El tema ha dado lugar a todo tipo de comentarios, aunque esencialmente históricos, por un lado, y políticos por otro. Los primeros debatiendo hasta que punto resultó un genocidio de razas y culturas prehispánicas o, por el contrario, un proceso de mestizaje, colonización y fundación que daría lugar al México que somos.
Y por lo que toca a lo político, la polémica va desde la pertinencia o no de hacer un reclamo a un Estado nacional moderno sobre lo que hicieron los ancestros de sus ciudadanos y regímenes de hace 500 años; pero también gira en torno a las implicaciones geopolíticas internacionales considerando que gobierna en España un partido de izquierda potencialmente aliado. Y por lo que toca a política interna, la iniciativa de AMLO para abrir un nuevo frente de debate ha dado lugar a todo tipo de reacciones, particularmente de los líderes de la oposición.
Lo cierto es que López Obrador está encantado. Interpreta la carta del Papa como una suerte de legitimación de su pedido y en términos políticos las respuestas de la derecha española (entre otros Aznar y la Presidenta de Madrid) o panista (Felipe Calderón a la cabeza), han sido música para sus oídos, porque con esos adversarios el tabasqueño tiene la sensación de que se encuentra en el lado correcto de la polémica.
No abundaré en la mucha tinta corrida sobre los argumentos vertidos respecto a todas estas aristas. Quisiera, más bien, compartir algunas reflexiones que la propia biografía de López Obrador me hace recordar sobre el tema.
De entrada, habría que decir que en la banda gradual de mestizaje en la que nos encontramos los mexicanos él está más cerca de un ADN de ascendencia española y criolla que indígena. Su abuelo, José Obrador Revuelta, es originario de Ampuero, Santander y ya en Veracruz se casó con Doña Úrsula González. También su padre es de origen veracruzano. Pero es el abuelo materno quien dejaría una mayor impronta; el español se dedicaba al comercio, pero fungía como doctor improvisado, las personas lo consultaban sobre temas de la comunidad y terminó siendo el mecenas del deporte en Tepetitán, el pueblo en el que Andrés Manuel nació y vivió su infancia. El pequeño parque de béisbol llevaba su nombre mucho antes de que su nieto se hiciera célebre. En ese sentido, en el ahora Presidente el Obrador parecería tener más peso que el López. Debe a su madre su batería inagotable y su don de gentes. Ella convenció a su esposo y padre de Andrés Manuel, originalmente un velador de Pemex, a fundar La Pasadita, una miscelánea de pueblo exitosa. Y, sin duda, era Manuelita el motor del negocio familiar; salía a las cuatro de la mañana acompañada de un peón en un pequeño bote de remos a navegar a los poblados río abajo para abastecerlos de mercancías.
Pero si en los genes biológicos y familiares de López Obrador hay manera de reconocer sus antecedentes españoles, su circunstancia política es totalmente distinta. Las elecciones de 1976 coincidieron justo con la terminación de su licenciatura, lo que le permitió integrarse al equipo de trabajo de Carlos Pellicer en su campaña para llegar al senado por Tabasco. A sus 23 años, Andrés Manuel fue el más entusiasta de sus colaboradores. En agradecimiento el poeta Pellicer consiguió que lo nombraran delegado en la entidad del Instituto Nacional Indigenista, INI. Allí comenzó la leyenda. El joven se instaló en el corazón de la Chontalpa y vivió como uno más entre ellos, trabajando de sol a sol. La casa que habitó el flamante delegado era poco más que una choza sin agua corriente, lo cual obligaba a bañarse con jícara. Al principio solo, y después con su esposa y su primer hijo. Andrés Manuel salía desde las seis de la mañana y recorría los pueblos hasta el anochecer. Al caer la tarde había que encerrarse en las casas porque las nubes de mosquitos devoraban a todo ser viviente, relata Jesús Falcón, quien sería su brazo derecho y chofer en períodos posteriores.
Fueron solo cinco años, pero absolutamente “fundantes” para el político en el que se convertiría López Obrador. Aquí nació su necesidad, casi adictiva, de recorrer poblados y hablar (y hablarle) directamente a la gente. De esta época data su inclinación a organizar consultas y a intentar programas diferentes e ingeniosos, no siempre en respuesta a la recomendación de los expertos, pero sí a la realidad inmediata. Fueron célebres “los camellones chontales”, largos terraplenes ganados a las aguas pantanosas en los que se cultivaban los productos de la región.
No es que sus orígenes criollos o su experiencia como funcionario indigenista constituyan una explicación o no de las exigencias que hace ahora López Obrador a la Corona española. Quise recuperar estos datos porque permiten ilustrar, con el caso del propio presidente, la manera en que muchos mexicanos somos una amalgama biológica y cultural que responde a una fusión de dos realidades históricas. López Obrador podría haber tenido un pasaporte español, si su madre y él lo hubieran deseado, lo cual dice mucho; pero también es cierto que él nace a la política como activista social promotor de la causa indigenista, algo que nunca olvidaría.
El hecho es que, como Presidente, decidió ignorar el peso y los méritos de una cultura para privilegiar a la otra. Y esto obedece no a la ignorancia, sino a una decisión política personal y deliberada. @jorgezepedap
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