¿Cuáles son los efectos de la tecnología en una sociedad controlada? Un artista explora esta relación con una curiosa mezcla de robótica, arte y religión.
Ciudad de México, 3 de octubre (SinEmbargo).- Hay combinaciones que, en el papel, se antojan imposibles o por lo menos inverosímiles. Sin embargo, una vez que son realizadas cambian la percepción de aquellos que son testigos de su materialización. La presencia de autómatas en un inmueble que tradicionalmente está consagrado a ceremonias religiosas como una iglesia pertenecen a este tipo de mezclas. sin embargo, van más allá de un simple choque conceptual cuando se unen para crear una pieza artística.
La Robotic Church (iglesia robótica) es una instalación de docenas de esculturas robóticas que están reunidas en el interior de la histórica iglesia Red Hook cuyo propósito principal es el de crear una sinfonía. De alguna manera, los gritos, sonidos metálicos y motorizados se unen para crear algo musical. Inquietantemente humanoide; pero, al mismo tiempo, extrañamente inhumano.
Chico MacMurtrie, el artista detrás de la instalación, construyó los robots en el transcurso de dos décadas, antes de llevarlas a Brooklyn en 2012 para la instalación en el templo que se ubica en este distintivo distrito de la ciudad de Nueva York, publicó The Huffington Post.
«Durante 13 años, he considerado este concepto de Robotic Church», dijo el artista nacido en Nuevo México. Amorphic Robot Works, un colectivo de artistas, científicos e ingenieros que el fundó, había utilizado el lugar como un estudio desde 2001 y la arquitectura eclesiástica le inspiró. «Originalmente, este edificio era una iglesia de marineros noruegos. Al igual que gran parte de Red Hook, este edificio sufrió de abandono».
Sin embargo, además de tardado, el proyecto también ha tenido otro tipo de inconvenientes. Hace tres años el Huracán Sandy inundó el estudio justo en la época en la que la instalación se estrenó. No obstante, los robots sobrevivieron y MacMurtrie ya ha organizado «misas robóticas» en el espacio.
Dispuestos alrededor del altar, en el lugar que antes ocupaban estatuas de santos, un sacerdote y los asistentes, las esculturas cinéticas llevan a cabo un antiguo ritual de espiritualidad, cada uno con un aspecto humano para imitar. Así, mientras uno de los robots sube lentamente por una cuerda, otro realiza obras abstractas y otros más golpean un gran tambor. Cada uno lleva a cabo un papel diferente.
«Cada una de estas máquinas es un estudio del movimiento humano, así como un estudio del sonido. Cada uno tiene su gesto único, cada uno tiene su propio sonido o múltiples sonidos y gestos», dice MacMurtrie. «En cierto sentido es una evolución de la condición humana. Cada máquina le da a la siguiente en términos de la técnica […], así como de evolución de carácter y de lo que son capaces de hacer.»
La yuxtaposición de la instalación, de adoración espiritual con humanoides totalmente mecanizados, lleva al espectador a realizarse preguntas sobre la relación entre el hombre y la máquina. Lo que nuestras almas pierden a medida que nuestras vidas son asumidas por la fría tecnología. «Fue mi miedo a los efectos de la tecnología en una sociedad controlada lo que me inspiró para crear esto», agrega MacMurtrie. Los robots, repitiendo sus gestos humanos básicos programados, lo que los hace parecer «controlados por una computadora al igual que nuestras vidas están controlados hoy por la tecnología», agrega.
Sin embargo, también hay una resonancia religiosa. «Hay una sensación increíble cuando se trabaja en algo muy intensamente durante un período de tiempo», dice. «Está el momento mágico cuando lo enciendes, en este caso darle vida, literalmente, con aire … Quiero decir, yo soy literalmente su creador». Para los artistas y técnicos que trabajan para crear arte robótico y entrenarlos para que realicen sus funciones, una sombra de una creación divina que está en juego se deja ver en sus acciones.