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Así eran los castings porno en la casa del director «Torbe» en Madrid, España

03/09/2016 - 4:00 pm

Hay una casa en el centro de Madrid, España, donde cualquiera que sea mayor de edad y mande su Documento Nacional de Identidad (DNI) escaneado puede cumplir sus fantasías más oscuras.

Ciudad de México, 3 de septiembre (SinEmbargo/Vice).- En un intervalo de media hora, de esta puerta salen y entran corredores, vecinos con sus perros, señoras mayores y actrices porno. Lo cual explica el éxito de visitas. Un sábado, siete chicos de entre 20 y 35 años esperan frente al interfón. Los citaron para participar en el rodaje de un glory hole; la escena consiste en introducir el pene por la abertura de una cabina dentro de la cual hay una chica y de ahí lo que surja. Ninguno de ellos ha pagado nada y tampoco cobrarán por derechos de imagen. No son actores porno; la mayoría vienen por el morbo, aunque algunos reconocen que les gustaría dedicarse profesionalmente a esto. En Villacerda, como se conoce a ese departamento de 375 metros cuadrados, solo hay un requisito: que se te ponga dura. ¿Fácil? Tal vez no tanto.

Jaime llega nervioso. Es su primera escena y se le nota: es el único que no convive. El resto tampoco es que hable mucho, pero sí se percibe cierta camaradería entre ellos. La mirada cómplice de quien ha compartido alguna vez la misma experiencia. Aparte se han visto desnudos más veces. Como explica Santiago, uno de los asiduos: «Después de 17 bukkakes y cuatro glorys, ya no hay vergüenza». Lo dice, eso sí, muy bajito, pegado a la pared de la puerta. La cita es a las siete de la noche, pero este técnico de mantenimiento de aeronaves de 26 años —y con aspiraciones en el cine para adultos— llegó una hora antes. «Así no estoy esperando en casa», cuenta. Vive con sus padres y, según cuenta, decidió probar cosas nuevas después de terminar con su novia. Un año después de eso, asegura que prefiere los bukkakes: «Tienes más ángulo para ver y tocar».

En esta otra modalidad, la chica se arrodilla en el suelo, rodeada por hombres que hacen turnos para eyacular sobre ella. Jaime, el primerizo, observa al grupo, desconcertado y curioso. Llevaba cuatro meses pensando si venir o no. «Me ha costado decidirme. Ves los vídeos y te da morbo, pero luego ponerse en pelotas es otra cosa. Lo bueno es que el glory es a oscuras y se te ve menos», se convence este electricista de 31 años. Casi todos están solteros, pero todos ellos tienen, naturalmente, familia y amigos. «Si te da mucho rollo, te pones una máscara y listo. Ahí arriba tienen unas cuantas», tercia Santiago, más entendido.

El anfitrión es Nacho Allende, un vizcaíno de 45 años, mejor conocido como Torbe. El creador de PutaLocura, página donde pueden verse todos sus videos bajo pago, llega pasadas las siete. Por cosas como el rodaje de hoy se le conoce como el rey del porno freak. Torbe —de Torbellino— lleva 14 años abriendo su casa, y el porno, a jóvenes, parejas y otros aspirantes. Las paredes de Villacerda, cuyo alquiler le cuesta un poco más de dos mil euros, no están insonorizadas. Pero los vecinos nunca se han quejado, asegura. Ha tenido «un gatillazo» y por eso se retrasó: «Estaba grabando otra escena, me he agobiado y ¡pam! se me bajó la erección. Pero no pasa nada. Te relajas y piensas en cosas guarras que te ponen muy cachondo y ya está». ¿En qué pensó, si se puede saber? «En bukkakes. A mí me prenden mucho los bukkakes».

No es lo único que tiene en común con sus seguidores: antes de meterse en el porno, Torbe lo meditó mucho. Le atraía la idea, pero le daba vergüenza que sus amigos le vieran el culo. «Ya ves tú», se carcajea ahora. Resta importancia a todo este mundo; es más, empieza a estar cansado. Y se le nota. No es solo las ojeras que arrastra. Hay algo más. Un mechón blanco que le cuelga del cogote y que delata el paso del tiempo. «Yo me metí en esto por placer y últimamente se ha convertido en un trabajo. Quiero cambiar. He visto y he hecho de todo. Ya no veo progresión a nivel creativo ni económico. Me paso el día pegado al teléfono, firmando contratos… Es un coñazo. Yo esto lo hice para divertirme», se sincera minutos antes de que su salón se llene de hombres desnudos. «Yo quería ser director de cine, pero el porno se cruzó en mi camino. Ha sido un paréntesis de 14 años y ahora me apetece hacer cine convencional. De hecho, estoy preparando mi primera película normal. Se va a llamar Putero».

Mientras eso llega, Nora, la encargada de la organización, pasa lista. Ese sábado el goteo de asistentes es constante: 29 personas mandaron sus datos. Es decir, nombre, teléfono y DNI escaneado. Pero al final acudieron 15. El doble de los que esperaban en el portal. Algunos entran a la sala con los calzones puestos y otros desnudos. «El que haya traído las pruebas del VIH puede follar sin condón. El resto, ya sabéis. Id cogiendo las gomitas», explica esta chica de 21 años. Al oírla, algunos se hacen los remolones. «Me sobran seis condones, a mí no me engañáis. ¡Venga!». Pese a su corta edad, demuestra una solvencia admirable. «A mis padres les digo que trabajo en una oficina y es cierto».

Lo que sigue es una sucesión de risas, gemidos y aullidos. La cabina tiembla por las embestidas. Poco a poco, la estancia se va llenando de toallitas húmedas arrugadas. La mezcla de sudor y semen hace irrespirable el ambiente. Aunque hay los que terminan y se quedan a mirar. Como Ernesto, diseñador gráfico de 28 años. «Tampoco es para tanto. Es como verlo en casa. Además la actriz es una máquina», nos dice, flácido.

«Llevamos más de media hora. El que no se corra en tres minutos que saque la polla». Torbe se impacienta. El rodaje se está alargando más de la cuenta. No parece fácil eyacular al grito de «¡venga, ahora, córrete, ya!». Pero Santiago, el especialista, terminó hace rato y observa el desenlace vestido. Jaime, en cambio, no consiguió excitarse al final. No es el único. De los que faltan, muchos meten el brazo por el agujero que queda libre para no irse de vacío. «Esto es más difícil de lo que creía. Uno no se concentra con tantos tíos», lamenta el electricista. «¿Si repetiría? Pues no lo sé».

Según explica el dueño de Villacerda, sólo uno de cada cuatro supera los castings para ser actor porno. «Basta con que se te ponga dura y te corras cuando te digan. Pero, o no empalman, o se les baja al rato o no se corren». ¿Y qué se hace en esos casos? «Pues, a veces, se falsea la corrida con gel Sánex». Los actores, eso sí, no cobran nada. «Las que generan tráfico son las actrices y se les paga por ello. Como webcamers entre 700 y 2 mil euros al mes y entre 500 y mil si sólo hacen escenas. Ahora lo que da dinero son las cam. El porno tradicional ya no vende», apostilla el ideólogo de Putalocura.

En su oficina, hay 100 chicas delante de la pantalla. Natalia es una de ellas, pero ese sábado ha cambiado la cam por la cabina. Su nombre de guerra es Blondie Fesser. Es argentina. Tiene 25 años y este año empezó a trabajar con Torbe y otras productoras. El de hoy era su segundo glory hole. Antes de dedicarse a esto, hacía cerraduras. Ganaba unos mil 200 euros. Pero estaba harta de que le dijeran: qué tetas, qué culo, qué todo. Así que un buen día —cuenta al acabar todo, envuelta en una toalla— decidió sacar partido a su cuerpo. Ahora no sabe cuánto puede ganar al mes. «Tal vez unos 4 mil», calcula. ¿En negro o después de impuestos? Nadie responde. Hay determinadas cuestiones del porno que siguen codificadas. Como la facturación total del sector. Torbe directamente tiró: «No se gana tanto y menos ahora».

 

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