Gerardo Grande
03/09/2016 - 12:00 am
Aurora Zúñiga, la escritora que jugó con los colores
No sé por qué me puse a pensar en Aurora Zúñiga. Lo cierto es que me puse a pensar en ella. Recordé a mi amiga y pude verla proyectada en el cine de mi mente: estamos en la azotea de cualquier casa en el centro de Coyoacán. Hay también otros amigos que beben y ríen […]
No sé por qué me puse a pensar en Aurora Zúñiga. Lo cierto es que me puse a pensar en ella. Recordé a mi amiga y pude verla proyectada en el cine de mi mente: estamos en la azotea de cualquier casa en el centro de Coyoacán. Hay también otros amigos que beben y ríen y las voces se cruzan y hay música de fondo para cualquier fiesta animada. Aurora es una poeta incandescente que regaló un puñado de poemas visionarios, honestos y expansivos. Era la joven de ojos que lo devoraban todo y que estaba segura que “Bajo esta pequeña mitad del mundo será el alumbramiento de los suelos, cuando de sus minerales crezcan soles, hebras de dios, nombres y oídos”.
En 2008 y 2009 participó en algunas lecturas underground junto a otros poetas. Escribió la plaquette “Colores primarios” que Yaxkin Melchy acertó en publicar en La red de los poetas salvajes. Por suerte, ese documento lo tenemos a la mano para descargar de manera gratuita en la red. La poesía de Aurora abarca varias voces, viene de muchas influencias y nunca está demasiado tiempo en el mismo lugar, como los ovnis. En el breve texto crítico que acompaña el único libro publicado de Zúñiga, Eliud Delgado dice “Si bien a lo largo de Colores primarios se puede trazar —como al seguir los pasos de un fantasma— una travesía de lecturas previas a través de la poesía latinoamericana escrita por mujeres, también resultan evidentes los rastros de otros periplos y, en especial, una intención por desandar los lugares ya avistados. Así Aurora se aventura a explorar diversas voces sin limitaciones de género” y me parece muy acertado.
Recuerdo que la fiesta llegó hasta el amanecer, era mi cumpleaños 19 y ya quedaban pocas personas en aquel lugar. Aurora dijo que tenía que irse a la escuela y la acompañé hasta la calle. El resto da para crear un mito entorno a esta joven poeta de la que poco más se sabe. Ella escribió “Justo en la superficie de mi sombra comienzan a fundirse los colores del primer meridiano.” Y yo la vi así, andar entre las últimas sombras que desaparecen justo con el amanecer. Creo que hay que leer a Aurora porque si alguien escribe y publica un libro es porque quiere ser escuchado o busca conectar con alguien allá en la desembocadura del río. Publicó su única plaquette a los 22 años, quizá, y si bien es cierto que sus múltiples voces, todavía no maduraban, también es cierto que ya se podía avistar que algo contundente se venía con su poesía.
Fenómeno natural
A las seis de la tarde
el Sol se derritió por todo el cielo;
las huestes de mi niñez y yo mirábamos sus nubes desde la plaza grande,
acostados sobre un marchito
campo de estío.
Los rayos solares
fueron haciéndose mudos poco a poco,
parecía que la noche pronto
llegaría hasta nuestros cuerpos
(la misma noche de Morgana
que hace dormir a Europa).
En aquel momento no lo sabíamos,
pero nuestros vestidos y equipajes
iban desangrándose en el lento
agonizar del cielo.
Cuando al fin nos miramos
unos a otros,
nuestras sienes tenían el color del Sol,
y las pequeñas manos brillaron como
si desde dentro,
estuvieran ardiendo en llamas.
El miedo comenzó
a apoderarse del paisaje;
recuerdo mi corazón detenido
como veloz locomotora
salvada de perderse
al borde de un camino muerto.
Llegó el crepúsculo. Nuestra visión,
accidental e improbable,
nos abandonó absortos ante
el pastizal desaparecido,
sujetando con fuerza la locomotora herida.
El Sol cerró su enorme y cegador
ojo de cíclope,
así, nuestra pesadilla quedó a oscuras.
Intentamos mirarnos de nuevo
entre la noche,
más sin embargo no nos reconocimos.
Desde aquel día,
esa plaza grande a las ocho cuarenta
quedó vacía de amigos,
porque cada hombre que se levantó
de la superficie asfaltada
salió a buscar su juventud a otra parte.
Pienso en ti, Aurora, en tus labios de mercurio y en tus bailes. Festejo tu retorno al amanecer que se esconde bajo tierra. Otra vez eres la niña que hizo de su vida el poema más largo y sincero porque lo más importante para ti fue desbordar el libro y vivir; sin pretensión, sin delirios de grandeza. De esos poemas no hay más registro que el de la memoria, poco a poco desaparecerán conforme cada amigo tuyo vuelva a la infancia del sol. Me gusta pensar que la muerte nos regresa a la infancia y ahí nos quedamos para siempre y quizá eso es el paraíso. Mañana escucharé entre juegos la tiza con la que escribes desde las profundidades de este astro. Ahora recordarás que los árboles se comunican a través de sus raíces y forman el cielo de niños que viven bajo tierra. Que es el lenguaje de los muertos. Seguirás escribiendo. Los años te golpearon en ese instante en el que te supiste enferma y en ese instante la vejez te escaló hasta los hombros para martillarte al mundo; pero siempre creíste en la movilidad de los cuerpos y en la metamorfosis de lo que a simple vista parece inanimado y que avanza, como las piedras y las cenizas. Pequeño planeta, en lugar de quedarte a girar en tu propio eje decidiste ir en busca de un lenguaje que rompiera barreras planetarias para comunicarte con lo oculto; ¿pero oculto en dónde? En uno mismo. Una vez me dijiste: la muerte es lo único que los niños no buscan porque el universo todavía les queda chico, y ahí vas, navegando de raíz en raíz hasta brotar de nuevo.
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