Lo ocurrido con Biles puso de nuevo sobre la mesa los problemas mentales que amenazan a los deportistas de élite, que soportan una enorme exigencia a edades muy tempranas.
Por Natalia Arriaga
Tokio, 3 ago (EFE).- Ni la irrupción de Rebeca Andrade en la elite mundial, ni la caída de Kohei Uchimura, ni el dominio de los equipos rusos. Todo lo que pasó bajo el imponente techo de madera de alerce del gimnasio Ariake durante los Juegos de Tokio quedó eclipsado por el puñetazo que dio Simone Biles, en plena competición, sobre el tablero del deporte mundial.
La estrella más esperada de los Juegos, llamada cuando menos a revalidar las cinco medallas que había ganado en Río, se retiró nada más comenzar su primera final, la de equipos, para lanzar un grito de socorro.
«No quería seguir. Tengo que centrarme en mi salud mental. Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpo y no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos. Ya no confío tanto en mí misma», aseguró tras abandonar la sala.
Se esperaba de ella cualquier pirueta menos esa.
La gimnasta estadounidense se refirió a un episodio de ‘twisties’, ese cortocircuito que hace que a la mente se le olviden los ejercicios que el cuerpo ha mecanizado. Eso fue lo que le ocurrió en su ejercicio de salto, en el que hizo un giro menos de los que pensaba.
«No quería salir, hacer algo estúpido y salir lesionada. Creo que el hecho de que muchos deportistas hablen ha sido de gran ayuda. Esto es tan grande, son los Juegos Olímpicos. Al fin y al cabo, no queremos que nos saquen de allí en camilla», dijo la texana.
La crisis de Biles no fue de las que duran un día. Evaluada permanentemente por los médicos de su equipo, se retiró de una final tras otras excepto de la de barra, el último día de competición.
Ella y la gimnasia suspiraron de alivio con una medalla de bronce que permiten soñar con su recuperación. Compitió entonces con su habitual excelencia y solo los ejercicios rayanos en la perfección de las chinas Guan Chenchen y Tang Xijing la desplazaron al tercer lugar del podio.
«Ha sido una semana muy larga, han sido cinco años muy largos», aseguró la gimnasta Simone Biles tras regresar hoy a la competición, una semana después de retirarse en los Juegos de Tokio por problemas de inestabilidad emocional.
«No esperaba conseguir una medalla», dijo sobre el bronce ganado en la barra de equilibrio. «Solo quería salir y hacerlo por mí, y eso es lo que he hecho».
«Este bronce», agregó, «es más especial que el de la barra de equilibrio en Río. Lo apreciaré durante mucho tiempo».
Lo ocurrido con Biles puso de nuevo sobre la mesa los problemas mentales que amenazan a los deportistas de élite, que soportan una enorme exigencia a edades muy tempranas. En el caso de la gimnasta, este capítulo se suma a una biografía colmada de sucesos dolorosos, desde el abandono materno hasta los abusos sexuales a los que la sometió el médico Larry Nassar.
El asunto de la salud mental estaba fresco en los foros deportivos gracias a otra participante en los Juegos, la tenista japonesa Naomi Osaka, que también confesó problemas antes de desaparecer del circuito durante casi dos meses. Biles levantó la mano en mitad de una competición olímpica y la repercusión fue fabulosa.
Pero mientras los focos la apuntaban solo a ella, otros 195 gimnastas intentaban centrarse en sus propios retos y luchar por las medallas olímpicas. Una competición con detalles muy interesantes recibió menos atención de la merecida y quedó a la sombra del caso Biles.
Rusia ganó las dos competiciones por equipos, un doblete que no había logrado nunca desde la desintegración de la Unión Soviética. La victoria del Equipo Unificado en hombres y mujeres en Barcelona’92 era el precedente más parecido.
Sin embargo, los rusos no lograron ningún oro individual.
Los títulos absolutos se los apuntaron sendos gimnastas llamados a heredar la hegemonía de Simone Biles y Kohei Uchimura, sus compañeros Sunisa Lee y Daiki Hashimoto. El japonés es el más joven ganador de la historia en el concurso completo, con solo 19 años.
Pero por los pasillos del gimnasio Ariake el nombre en boca de todos fue el de Rebeca Andrade. Ninguna mujer de su país, ninguna mujer de Latinoamérica había ganado antes una medalla olímpica en gimnasia. La brasileña se marchó de Tokio con dos medallas: un oro en salto y, aun más valiosa pese a ser de inferior metal, una plata en el concurso completo que confirma a Andrade como una gimnasta total.
Uno de los momentos más impactantes de los nueve días de competición fue la caída de Kohei Uchimura de la barra. El siete veces medallista olímpico (campeón en 2012 y 2016) y seis veces campeón mundial, que a los 32 años se sintió mayor para preparar de nuevo los seis aparatos, se centró en ganar el concurso de barra pero ni siquiera llegó a la final. Una caída en la ronda de clasificación, en un desplazamiento sobre el aparato sin excesivo riesgo, cortó sus aspiraciones. «Hoy sentí que ya no soy necesario», afirmó.
España regresó al medallero con la plata de Ray Zapata en suelo. Tras su decepcionante paso por los Juegos de Río, en los que se quedó fuera de la final, fue el mejor sobre los 12×12 metros. Sin embargo, empatado a puntos con el israelí Artem Dolgopyat, fue este quien subió al primer escalón del podio por el mayor grado de dificultad de su ejercicio; aunque se salió del tapiz, error que Zapata no cometió.
La primera medalla olímpica de la italiana Vanessa Ferrari, una plata en suelo, 15 años después de proclamarse campeona del mundo; la maestría en las asimétricas de la belga Nina Derwael, que sumó el oro olímpico a sus dos títulos mundiales; y el dominio de la barra por el nipón Hashimoto fueron otros resultados destacados.
Y, para la historia, la emocionante despedida de la uzbeka Oksana Chusovitina en sus octavos Juegos. Tras ser eliminada en la ronda clasificatoria de salto, la gimnasta que comenzó su andadura olímpica en Barcelona’92 fue ovacionada por jueves y rivales, puestos en pie para homenajear a una deportista única.