Son personas como Manuel Aguirre, coordinador de camillería, que arriesgan su vida para mantener a flote el hospital aunque no sean destinatarios directos de aplausos y reconocimientos oficiales pese a ser coprotagonistas de la emergencia y afrontar la devastación que deja la enfermedad.
Por Pedro Pablo Cortés
México, 3 junio (EFE).- Entre los pasillos del Hospital Juárez de Ciudad de México, en el foco rojo de la COVID-19 del país, se esconden héroes invisibles, trabajadores que están junto a médicos y enfermeros en la primera línea de batalla, pero cuya labor pasa más desapercibida.
Son personas como Manuel Aguirre, coordinador de camillería, que arriesgan su vida para mantener a flote el hospital aunque no sean destinatarios directos de aplausos y reconocimientos oficiales pese a ser coprotagonistas de la emergencia y afrontar la devastación que deja la enfermedad.
Vives «experiencias aquí en el hospital como ver a cada persona que fallece, ver la situación de los familiares que no los ven porque al ingresar al hospital lo único que hacen es esperar afuera a que les den informes», comenta Aguirre.
Aunque esta semana arrancó el plan de reactivación hacia una «nueva normalidad», persiste la fase crítica del coronavirus en México, que acumula 97 mil 326 casos y 10 mil 637 muertos confirmados por la enfermedad.
Con 20 mil 217 contagios, el personal hospitalario representa más de uno de cada cinco casos en el último reporte de la Secretaría de Salud, con 23 por ciento de trabajadores de la salud contagiados que no son médicos, enfermeros o laboratoristas.
El Gobierno de México reconoce 271 defunciones del personal sanitario por COVID-19, con Ciudad de México a la cabeza con cerca de 80 fallecidos, seguido por el vecino Estado de México con alrededor de 30.
Esta es una situación que «nunca imaginó» Elsa Juana Díaz, la dietista encargada de la preparación diaria de entre 120 y 150 bolsas con suero para alimentar por sonda a cerca de 35 pacientes con el coronavirus.
«Yo no estaba acostumbrada a ver tantas personas fallecer y eso para mí ha sido un poquito complicado. Y también saber que compañeros míos y también familiares cercanos se han enfermado. Eso para mí ha sido lo más difícil», relata Díaz desde el área de maternidad reconvertida por la pandemia.
EXCESO DE TRABAJO
Con 80 por ciento de ocupación general y solo 34 por ciento de las camas de terapia intensiva disponibles, la capital mexicana se consolida como foco rojo a nivel nacional.
Esta saturación impacta a trabajadores como Víctor Hugo Rosas, quien cada día recoge con dos compañeros todas las prendas del área COVID para desinfectarla.
«Es un exceso más de trabajo. Hay que recolectar muchísima ropa, estamos lavando un promedio de tonelada y media en el turno de la mañana, un promedio de mil 500 a 2 mil uniformes quirúrgicos diarios», detalla.
Una experiencia similar vive Margarita Martínez, la jefa del comedor, que ahora prepara 600 colaciones especiales al día para los médicos que necesitan energía e hidratación tras jornadas enteras sin comida ni agua mientras atienden a enfermos de COVID-19.
La mujer supera cualquier temor a infectarse para coordinar también las 60 comidas diarias para estos pacientes.
«Ha sido difícil, de alguna manera con miedo, porque todos tenemos miedo, pero al final, si usamos las medidas que corresponden yo creo que no pasa nada», relata.
Así como en la lavandería y en la cocina, María de los Ángeles Sánchez trabaja con bajo perfil en un pequeño taller en el que repara ventiladores, desfibriladores y tanques de oxígeno.
La técnica y sus colegas lidian con el incremento de la carga laboral, pero coinciden en que lo más difícil es reparar un equipo en un área con pacientes graves por el coronavirus.
«En nuestro trabajo estamos muy relacionados con las enfermedades o ver a los pacientes. Pero así que lleguen en masa y que todos necesiten un equipo médico y atención médica, sí ha sido algo muy fuerte todo este cambio», manifiesta.
SACRIFICIO FAMILIAR
La adrenalina se percibe desde la entrada, donde el guardia Julio Bugarini preserva la seguridad cuando el país ha registrado al menos 53 agresiones contra personal médico y 94 afectados directos, según el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Aun así, el vigilante trabaja «con orgullo» y no teme por su persona, sino por el peligro de contagiar a sus hijos y nietos.
«Muy riesgoso. Como veo que está la situación, cada día como que está empeorando más, ya hasta viene uno con miedo», admite.
Otros optan por aislarse de su familia, como David Hernández, coordinador de limpieza, quien lleva dos meses sin ver a sus hijos.
«Ya no existen las rutinas, la rutina la hace realmente la necesidad del servicio, con base en las circunstancias diarias», declara.
Pero, pese a la crisis, estos héroes invisibles coinciden en la satisfacción de ayudar al país a hacer historia.
«Cada persona tiene que poner su granito de arena, y venir al trabajo día con día es poner un poco de ayuda a esta situación», opina Aguirre, el camillero.