Así en Los Pinos como en la tierra es un libro más que entretenido. No mirarás la serie de moda, no irás a ver una película con tu peor es nada, te pasarás la cena, porque de eso, de conseguir la atención del lector han vivido toda la vida Diana Penagos, Jessica Sáenz y Alberto Tavira. Quién daría miles y miles de dólares para conseguir que estos verdaderos animales de la información vuelvan a hacer revistas.
Ciudad de México, 3 de junio (SinEmbargo).- Hacer la revista Quién y no tener una realeza alrededor es tarea de detectives. Los responsables, Diana Penagos, Jessica Sáenz y Alberto Tavira encontraron en nuestra clase política su cuna de chismes y bodas kilométricas.
Mostrar la casa –el ego siempre obliga a abrir las puertas de tu morada-, el cumpleaños de 15, el divorcio anunciado, todo lo vieron en la revista que hoy ya no los tiene a su vera y que gracias a eso han podido sacar el libro Así en Los Pinos como en la tierra, las familias presidenciales desde su intimidad, que es algo así como ver a México en su costado más demencial, desde el poder mismo.
Las dinastías Díaz Ordaz, López Portillo, Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña, son descriptas a veces con ingenuidad, a veces con verdadera picaresca, muchas veces con miedo o asombro –como cuando a Alberto de Tavira le tocó asistir al pedido de empleo de Gerardo Díaz Ordaz- y vistas en “vintage” tienen la verdadera razón del sistema de castas y los terribles entuertos que a las clases ricas y poderosas de México les toca atravesar.
Por ejemplo, las sábanas sobre el rancho de Vicente Fox y Marta Sahagún, el cual obtuvo una mención especial del Premio Nacional de Periodismo en 2007, son historias que trazan un retrato agudo sobre la otra parte de las vidas de nuestros gobernantes, la relación que tienen con los medios de comunicación, y en ocasiones, la forma como se relacionaban con la ciudadanía.
O descubrir quién fue Sasha Montenegro, “una actriz y vedette que llamó mucho la atención en su tiempo. Con el único que se casó fue con José López Portillo y con él tuvo dos hijos, Nabila y Alejandro. Se dicen que andaban cuando él estaba casado, se volvieron a encontrar en España y ahí fue el flechazo”, cuenta Jessica Sáenz.
“El señor “Jolopo” era un hombre de los antes, tenía mucha plática, hacía ejercicios y tenía una personalidad avasalladora. Sasha tuvo muchas contras, pero lo cierto es que no se ha vuelto a casar desde que murió su marido, con el que por cierto estaba muy peleada en esos días”, añade.
“No es mi especialidad saber si ellos fueron la primera pareja entre una fichera y un hombre político, lo que sí te puedo decir es que cómo todos esos personajes, incluida Sasha Montenegro, bajan de ese pedestal por nuestro libro y en este nivel también tienen tragedias, asesinatos, mezcla de castas; eso es mucho de lo que va nuestro trabajo, bajando a estos tlatoanis al piso”, dice Alberto Tavira.
“Contar las historias, de sus herederos, con estas filias, fobias, funerales y demás circunstancias”, agrega.
Diana Penagós dice que contar la historia es contarlo por medio de la “prensa rosa”, “una oportunidad de hacer cosas distintas, como la primera portada del hijo de Carlos Salinas, que decía me duelen que critiquen a mi papá. Eso en México no se hacía y la verdad es que cuando nos dieron la mención por el Premio de Periodismo en virtud del reportaje que hicimos con el rancho de Fox, confirmamos muchas de nuestras expectativas”, dice.
La información que tiene Quién a lo largo de esos años ya quisieran tenerla muchos de los organismos más convencionales, así lo expresó Carlos Monsiváis: “La crónica visual de la sociedad que ostenta el poder en México”.
“Cada palabra que dijo Carlos es congruente, hay mucha información escrita, pero mucha información gráfica, de tal suerte que ahora que lo recuperamos en este libro, sabíamos que teníamos que estar informados para saber dónde poner tal o cual figura”, recuerda Alberto Tavira.
“Que íbamos a tener al cardenal Norberto Rivera, con el hombre más rico de México y con el candidato del PRI a la Presidencia de México, teníamos que saber muy bien a la hora de elegir imágenes para que esas fotografías hablen por sí solas”, añade.
“En el momento que lo vivimos, cuando lo estábamos haciendo, lo que queríamos lograr era una cuestión de pasión. Queríamos tener exclusivas, como lo haría cualquier periodista serio y eso formó parte de una redacción integrada, muy divertida, muy comprometida, queríamos el personaje per se y cómo funciona la redacción de ese estilo”, precisa Diana Penagós.
“Hoy creo que lo valoramos mucho más, nos damos cuenta de la riqueza importante de esa información, es mucho más relevante de lo que pensábamos”, agrega.
“Hacíamos equipo en toda la extensión de la palabra y aunadas con lo que yo podría aportar se convertían en historias apasionantes”, dice Tavira.
“Hoy el periodismo de la prensa rosa se ha contaminado con las redes sociales y con lo que muestran los políticos de por sí, pero en nuestro tiempo todo reportaje tenía un sustento, una motivación”, concluye Jessica Sáenz.
Lee un fragmento de Así en Los Pinos como en la tierra, autorizado por Océano
PRÓLOGO
En México no existe la monarquía. Hacer una revista nacional del corte del llamado “periodismo del corazón” al estilo de sus antecesoras europeas, fundadoras del género, puede ser un gran reto si no hay realeza que dé a sus páginas esa dosis de poderío. ¿Cómo llenar ese hueco? Ése fue uno de los cuestionamientos que surgieron desde que la revista Quién, perteneciente a Grupo Expansión, se encontraba en plena etapa embrionaria, allá por el año 2000.
En ese entonces, los ánimos estaban volcados en el cambio de milenio y, específicamente en el país, la expectativa estaba puesta en la llegada a la Presidencia de la República de Vicente Fox Quesada, el primer mandatario que ocupó la Silla del Águila impulsado por el Partido Acción Nacional, interrumpiendo así la hegemonía de setenta años en la que un priista tras otro “heredaba el trono” y dando lugar a una etapa de doce años de la oposición en el poder.
Nuevo milenio, nueva revista, nuevo gobierno. Este panorama dio paso a que el equipo fundador de Quién encontrara el nicho que haría las veces de “monarquía”, así, con comillas. Toda proporción guardada, los políticos serían esa “monarquía” que detentaba el poder. Ninguna publicación en México los cubría desde el punto de vista de la prensa rosa. Quién se dio a la tarea de mostrar cómo eran ellos y sus familias en la intimidad: sus gustos, pasiones, costumbres… Era bajarlos de las alturas de Los Pinos a su esencia terrenal. Mostrarlos como hombres y mujeres con debilidades como el que más, con ambiciones, manías y vanidades. A falta de sangre azul, era lo más cercano y taquillero que había.
El tiro no estaba errado. El primer gran golpe periodístico y mediático de la publicación fue un reportaje a Cecilia Salinas Occelli en el que ella declaraba: “Me duele que critiquen a mi papá [Carlos Salinas de Gortari]”* Ésa fue la portada que puso en el reflector a la nueva revista del corazón mexicana. Nunca nadie antes había entrevistado en esos términos al hijo de un expresidente de México. La novel revista había encontrado su “monarquía”.
Así en Los Pinos como en la Tierra sirve de secuela a una colección de testimonios que se inició con el libro titulado Quién confiesa. Los secretos mejor guardados de la revista de sociales más importante de México (Planeta, 2015), donde Diana Penagos, Jessica Sáenz y Alberto Tavira pusieron en papel sus experiencias personales más relevantes con personajes públicos de distintos rubros cuando fueron parte de la redacción de la revista Quién (de 2003 a 2010).
Mientras daban forma a esas primeras historias, los tres autores cayeron en la cuenta de que a lo largo de sus años en Expansión habían cubierto prácticamente a todas las familias presidenciales a partir de la segunda mitad del siglo xx y dado seguimiento muy cercano a esa “monarquía”: desde los Díaz Ordaz hasta los Peña, con excepción de los Echeverría y los De la Madrid únicamente, con quienes habían tenido muy escaso contacto.
Se percataron de que esas experiencias ameritaban ser recopiladas en su propio espacio. De esta manera nació Así en Los Pinos como en la Tierra, en donde narran exclusivamente sus vivencias con el poder político mexicano.
En su calidad de protagonistas de estas historias, Diana, Jessica y Beto no sólo consignan la dinámica de una redacción del llamado “periodismo rosa”, sino que desnudan a los políticos que no permitían ver más allá de su imagen pública, pero que los reporteros alcanzaron a percibir como Dios los trajo al mundo: sin poder.
En estas páginas, los tres que escriben dejan claro que, por muy rosa que fuera el periodismo que manufacturaron, no había ingenuidad en las solicitudes de entrevistas; no había casualidades en las coyunturas políticas; no había agenda con los partidos políticos.
Los capítulos correspondientes a las familias presidenciales que aquí aparecen (los Díaz Ordaz, los López Portillo, los Salinas, los Zedi- llo, los Fox, los Calderón y los Peña) están ordenados cronológicamente de acuerdo con los años en que sus patriarcas gobernaron el país. Como se menciona anteriormente, en el tiempo en el que los autores de este libro formaron parte de Quién, los Echeverría y los De la Madrid siempre se cuidaron de mantener un muy bajo perfil, limitando sus apariciones en la revista a algún evento social, un reportaje sin mayor relevancia, y nada más; por eso no hay aquí páginas dedicadas a ellos.
Éste no es un libro oficial; es un atrevimiento de los autores, porque finalmente son periodistas, y como tales, son contadores de historias.
LOS DÍAZ ORDAZ
El día en que un Díaz Ordaz pidió chamba en Expansión
“Cuando el teléfono suena es porque agua lleva.” Ésa era la adaptación que hacía Alberto Tavira Álvarez del refrán popular en cada una de las ocasiones que Patty García, la asistente de Rossana Fuentes Berain Villenave, lo comunicaba vía telefónica con su jefa. Aquella mañana de 2009, la vicepresidenta editorial de Grupo Editorial Expansión contactó al entonces editor adjunto de la revista Quién para pedirle que marcara en su agenda un desayuno al que tendría que acompañarla; sería “con el nieto de Díaz Ordaz, Gerardo”. Así lo presentó. No era opcional, así que Beto apuntó la cita para el miércoles 27 de mayo, a las 8:30 horas, en el restaurante Meridiem.
Una vez que colgó el teléfono, la curiosidad recorrió todas sus venas, de arriba hacia abajo, de ida y de venida, hasta sentir que le bombeaba el corazón con la misma fuerza que lo hacen las bocinas de los sonideros de los barrios populares. “¿Qué pitos toca el Díaz Ordaz en esto?”, le preguntó su alma de reportero a su sentido común sin más reacción que salir en busca de la respuesta.
Beto Tavira tomó el auricular de su extensión y marcó en el tecla- do el número de celular de Andrea de la Garza, hermana del entonces recién nombrado titular de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade), Bernardo de la Garza Herrera. La había conocido en 2006, poco después de haberse publicado la entrevista de su hermano en Quién a propósito de su campaña política como candidato del Partido Verde Ecologista de México (pvem) rumbo a las elecciones presidenciales de 2006.
Pero el círculo social de Andrea de la Garza y su esposo José Ariztia no sólo integraba a personajes de la función pública; de hecho, era lo suficientemente amplio como para que incluyera nada más ni nada menos que a Manuel Rivera Raba, ceo de Grupo Expansión y, por lo tanto, máximo patrón del joven Tavira.
En cuanto Andrea tomó la llamada, a preguntas expresas del representante de Quién, se fue dilucidando el panorama para Beto: la propia Andrea había sido quien había hablado con Manuel Rivera para pedirle que por favor recibiera a Gerardo Díaz Ordaz, quien a su vez le había solicitado a Andrea que lo ayudara a conseguir una buena chamba.
Ahora sí quedaba claro el numerito. La instrucción que había recibido Rossana Fuentes Berain tenía que ver con hacer una entrevista al heredero de los Díaz Ordaz para ver si se podía colocar en alguna de las áreas de Grupo Expansión. Pero el que ahora no sabía qué pitos tocaba ahí era el propio Beto Tavira.
El día de la cita, Rossana y Beto fueron los primeros en llegar al restaurante, cuyas coordenadas eran de las más envidiadas de la Ciudad de México: a orillas del Lago Mayor del Bosque de Chapultepec. Coincidieron en la entrada, se dirigieron a la mesa que les había sido asigna- da con vista hacia el atractivo principal del sitio y aprovecharon la espera para hacer estatus de temas pendientes de la revista.
Alrededor de media hora después llegó Gerardo Díaz Ordaz apresurado, agitado, con el pelo mojado y ofreciendo disculpas por la tardanza. Saludó amabilísimo. Siempre sonriente. Como si se hubiera quedado de ver con un par de amigos de toda la vida. Sus ojos hinchados delataban que era otro su reloj biológico para despertar. No era la misma historia de los periodistas, quienes, desde que Grupo Expansión había cambia- do sus oficinas al número 956 de la avenida Constituyentes, en la colonia Lomas Altas, tenían como horario de entrada las ocho cero cero de la mañana.
Contrario a lo que dictan los tutoriales de YouTube sobre cómo ataviarse para una entrevista de trabajo, el joven Díaz Ordaz llegó en- fundado en jeans, mocasines sin calcetines y camisa azul cielo desfajada. Todo el outfit en diseños conservadores, hechos con buenas telas por prestigiadas marcas. A pesar de que había buen gusto en el vestir, a Beto le pareció que no era precisamente el más adecuado para presentarse en busca de empleo. El hecho de que no se hubiera esmerado en el arreglo, que hubiera llegado tarde y ni siquiera llevara su cv, para Beto sólo podía indicar dos cosas: o Gerardo no estaba tan interesado en la chamba o, por el contrario, había un exceso de confianza en que la conseguiría. Sin embargo, Beto guardó silencio.
Una vez que los tres estuvieron sentados frente a la mantelería blanca y el pequeño arreglo con flores naturales, el mesero se aproximó para ofrecerles café, té y jugo, y tomar la orden de cada uno. Conocedores de las reglas de urbanidad, los caballeros permitieron que la dama eligiera primero. Rossana sacó de su bolso un pequeño sobre, como los de avena instantánea de sabores. Pero la realidad estaba muy lejos de esa referencia. Rossana le indicó al camarero que pidiera en la cocina que vaciaran el contenido del sobre en aproximadamente medio litro de leche light y le hicieran un licuado, el cual solicitó que le fuera vertido en un plato hondo para sopa. Lo tomaría con cuchara grande, como ya se le había hecho costumbre.
—¿Gusta un pan de dulce para acompañar su licuado? —le ofreció el mesero inocentemente.
—¡No, no, no! ¡No, gracias! ¡Estoy en un régimen muy riguroso! —contestó Rossana con ese tono de Violette Morris, la colaboradora del ejército nazi de Hitler, que de pronto se apoderaba de ella.
Era muy temprano para hacer preguntas privadas. Tampoco es- taban contempladas en el orden del día, pero la curiosidad de Beto era como la letra de la canción “Caballo viejo”, interpretada por Simón Díaz: no tenía horario ni fecha en el calendario. Y sin más, pasó al interro- gatorio sobre el contenido del bendito sobre. Acostumbrada a contar cualquier simplicidad como si fuera una cátedra en Harvard Kennedy School, la directiva de Expansión explicó, tanto a su subordinado como al miembro de la familia Díaz Ordaz, que se encontraba en un trata- miento en el Centro de Nutrición, Obesidad y Alteraciones Metabólicas del Hospital abc de Observatorio, el cual consistía en consultas con médicos internistas, nutriólogos y psicólogos que, a través de una larga lista de estudios clínicos, determinaban el grado de obesidad de las personas y el régimen que debían llevar.
Hablar de obesidad mórbida puede ser un tema muy incómodo cuando alguno de los integrantes de la conversación es quien la padece, así que Beto se tragó con su concha de chocolate la solicitud de los deta- lles de la dieta del abc y abonó al silencio necesario que dio pie al asun- to por el que estaban reunidos.
Rossana tomó el mando de la conversación y comenzó con las preguntas de cajón que se le hacen a cualquier mortal que pide chamba: ¿Dónde estudiaste? ¿Qué sabes hacer? ¿Dónde trabajabas antes? ¿Cuánto pretendes ganar?
Gerardo le habló de sus estudios en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, de su trabajo como secretario de Comunicación Social en el pvem, del breve tiempo en el que fue diputado en la Asam- blea Legislativa del Distrito Federal (entre 2005 y 2006)… Conforme iba enumerando sus habilidades, más se alejaban —al menos en los pensamientos de Beto— las posibilidades laborales que pudiera ofrecerle una empresa generadora de contenidos impresos y digitales que, en estricto sentido, no tenía ningún producto especializado en política. No obstante, Gerardo siguió mostrando a sus interlocutores de lo que estaba hecho. Mientras hablaba, Beto no podía alejar de su mente su árbol genealógico: hijo de Eugenia Castañón Ríos Zertuche y Gustavo Díaz Ordaz Borja, quien a su vez fue el primogénito de Gustavo Díaz Ordaz Bolaños, presidente de México de 1964 a 1970, y su esposa Guadalupe Borja Osorno. No daba crédito a que uno de los herederos de un exhabitante de Los Pinos estuviera candidateándose para una vacante inexistente en Expansión. La única razón con suficiente fuerza que se le ocurría para explicarse la decisión de Gerardo de buscar trabajo era que fueran ciertos los rumores de su próxima boda con Leonora Tovar y López Portillo, hija de Rafael Tovar y de Teresa y Carmen Beatriz López Portillo Romano, ésta a su vez hija del presidente de México José López Portillo y su esposa Car- men Romano.*
Lo no dicho por Gerardo durante la entrevista con Rossana sin lugar a dudas era más relevante que lo dicho. A Gerardo Díaz Ordaz se le avecinaba un matrimonio para el que, probablemente, tenía que capitalizarse con los recursos equivalentes al producto interno bruto de Brasil, si quería darle a su mujer el nivel de vida al que ella estaba acostumbrada. Y como oficialmente estaba desempleado, hizo algunas llamadas a sus amigos esperando encontrar el pase automático a una nómina segura. Pero esa hipótesis sólo se gestó en los pensamientos de Beto como un supuesto. Lo cierto es que la idea original de Gerardo para emplearse en Expansión se fue distorsionando como teléfono descompuesto de Gerardo a Andrea, de Andrea a Manuel y de Manuel a Rossana, quien, pretendiendo darle seguimiento a la instrucción de su jefe y con las formas políticamente correctas, le comentó a Gerardo que por lo pronto no había vacantes en los cargos relacionados con su perfil.
La verdad es que no había ningún puesto en todo Grupo Expansión con el perfil político del descendiente de los Díaz Ordaz. Mucho menos había un lugar en el organigrama que satisficiera sus aspiraciones económicas. No obstante, se abrió paso a los acuerdos. Rossana se ofreció a ayudar al heredero del expresidente de la República. Le pidió a Gerardo que le mandara por correo electrónico a Beto una lista de propuestas de temas editoriales con los que podría colaborar de manera externa para Quién, sobre todo en la cobertura de eventos sociales. Fue ahí cuando Beto cayó en la cuenta del por qué había sido requerido para esa reunión: sería testigo y el encargado de darle seguimiento a las conclusiones a las que ahí se llegaran.
El nieto de Díaz Ordaz se mostró amable ante la proposición. Se comprometió a enviar el material solicitado a la persona indicada. En el fondo, tanto Gerardo como Beto sabían que eso no iba a pasar. Y no era una cuestión personal, incluso simpatizaban el uno con el otro, simplemente que a ambos les había quedado claro que el trabajo al que hubiera aspirado Gerardo no existía en la empresa.
Luego de un desayuno que no duró más de hora y media, los tres asistentes se levantaron de la mesa, se dirigieron a la puerta de salida y se despidieron cordiales. Beto pasó al baño antes de pedir su coche al valet parking del Meridiem. Cuando salió, Rossana ya se había ido; Gerardo apenas subía a un vehículo de lujo, conducido por un chofer perfecta- mente trajeado que le abría la puerta. La estampa que observó al final le permitió a Beto confirmar su hipótesis: los acuerdos se harían polvo, como el contenido de los licuados de Rossana Fuentes Berain.