Jorge Alberto Gudiño Hernández
03/02/2018 - 12:00 am
Inmanencia o trascendencia
Lo explico con brevedad. Quienes optan por la inmanencia absoluta (recuérdese que parto de los extremos para abarcar el rango completo de posibilidades), sostienen que un texto basta por sí mismo para generar el sentido suficiente en el acto de lectura. En el extremo opuesto, los trascendentalistas afirman que, para entender a cabalidad dicho texto es necesario considerar el contexto en el que fue escrito.
A la hora de aproximarse a textos literarios (y de cualquier tipo) con el fin de hacer un análisis formal, se pueden crear muchas taxonomías. Lectores hay de todo tipo y, de una u otra forma, éstos siempre tienen cabida dentro de un abanico de posibilidades que abarca un par de extremos, cuando menos. Esto lo traigo a colación pues, hace unos días, tuve oportunidad de discutir con un par de académicos sobre las mejores estrategias de aproximación textual. Importante es decir que uno tenía instrucción histórico-filosófica mientras que el otro se ocupaba más de asuntos literarios.
La dicotomía que se puso sobre la mesa es la que titula a este texto. Convertida en pregunta, se volvía más interesante: a la hora de leer un texto, ¿conviene más una postura trascendentalista o una inmanentista?
Lo explico con brevedad. Quienes optan por la inmanencia absoluta (recuérdese que parto de los extremos para abarcar el rango completo de posibilidades), sostienen que un texto basta por sí mismo para generar el sentido suficiente en el acto de lectura. En el extremo opuesto, los trascendentalistas afirman que, para entender a cabalidad dicho texto es necesario considerar el contexto en el que fue escrito.
Los ataques llegaron por doquier. Algunos incluso distorsionaron las posturas. Fuimos del “no se puede ser inmanentista por completo pues el lenguaje antecede al texto y se requiere conocerlo para llegar a él”, al “tampoco se puede ser trascendentalista pleno pues un texto siempre lleva a referencias que son imposibles de ser ubicadas y eso haría infinita la lectura”.
Más allá de estas afirmaciones liminares, lo interesante fue la discusión más hacia el centro. Los inmanentistas siguen insistiendo que basta con el texto mientras los trascendentalistas prefieren conocer más cosas en torno a éste. En términos simples, algunos desean leer la biografía de un autor, por ejemplo, mientras que otros se niegan incluso a acceder a la información de la solapa por considerarla trivial.
Lo interesante de estas posturas es que en ambas se esconde algo de verdad. Es evidente que quienes poseen una formación histórica busquen asomarse un poco más lejos. También que otros se afirmen en el placer lato de la lectura, por ser ésa su intención originaria. Incluso se puede ir más allá. A la larga, ninguno de los dos bandos puede dejar de reconocer que la lectura del otro es válida. Tal vez porque, en algún momento, los inmanentistas también buscan entre otras obras de un autor que les gustó o los trascendentalistas esconden su tedio en una novela que se encontraron por ahí.
También hay formas teóricas de intentar un acuerdo. Como aquéllas que proponen alejarse de los extremos (sí, el lenguaje antecede al texto; sí, es imposible conocer todo lo que se relaciona con un libro) para, más tarde, asumir la posibilidad de que el texto, por fuerza, incluya a su contexto. Lo maravilloso de esta postura es que, más que proponer un punto en el centro donde se puede conciliar los dos puntos de vista, ofrece, también, un sinnúmero de gradaciones listas para su discusión.
Al final de la tarde todos nos fuimos por nuestro lado. Tal vez pensando en que nuestra postura era la válida o, mejor aún, considerando alguna de las cosas que dijo el otro. Abrir una puerta bien podría ser la razón última que valide una discusión. Sea o no, permítaseme el juego de palabras, trascendente.
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