No hay una fecha exacta para el origen de la barra en México, aunque existe una federación que intenta consolidarlo como una disciplina profesional. ¿De que se trata este deporte que prácticamente se encuentra al alcance de todos en los parques?
Por Javier Ibarra
Ciudad de México, 3 de enero (SinEmbargo/VICEmedia).- Hace 10 años mi abuela Tita falleció en el Hospital General No. 27 de Tlatelolco. Un paro cardiaco timbró en su pecho y colgó los tenis. Fueron seis meses los que vine al DF para apoyar a mi abuelo con la diabetes de Tita. Mi rutina consistía en llevarla al hospital a que fuera internada, la dializaran, visitarla y días después ir por ella para que otra vez intentara ser la abuela amorosa que siempre fue para mí.
Tlatelolco me parecía un extraordinario laberinto para despejarme, una excelente osadía al internarme entre los edificios y calles hasta sorprenderme con la historia que se percibe ahí. Fue así como distinguí a un grupo de jóvenes, subiendo y bajando parte de la estructura de unos aparatos para ejercitarse, cargando todo el peso de sus cuerpos únicamente con la fuerza de sus brazos. Quise saber más, sólo que tristemente me dejé llevar y mantuve la distancia. Además habría sido extraño que alguien llegara a preguntar cosas estúpidas.
Hace poco hubo una exhibición del deporte en barra que tanto se practica en los barrios populares del DF y algunos estados de la república, en reclusorios y en otros países como Rusia, donde supe que las barras fueron colocadas para que la juventud se mantuviera en forma ante la posibilidad de alguna guerra. Esto se llevó a cabo en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec, en un lugar conocido como El Valle de los Mamados. Ahí conocí a Mario Olascoaga alias El Superman, quien me contó que este lugar existe en su memoria desde los 17 años, cuando acompañaba a su jefe a tonificar los músculos. «El Superman» ya tiene 53 y hoy en día, él acompaña a su chavo. Ya es tradición.
Parece que no hay una fecha exacta para el origen de la barra en México, aunque existe la Federación Mexicana del Deporte en Barra que intenta consolidarlo como algo profesional, llevándolo poco a poco a otros aires en donde la clásica apuesta de billetes en el parque o algún deportivo de la colonia se pose en pódiums con becas, medallas, reconocimientos oficiales y viajes por diferentes partes del mundo. Raúl alias Pelón, de 28 años, lleva diez practicando este deporte y gracias a la gente que ha conocido, sabe que desde el 68 ya había personas dándole.
Para esto no hay edades y se practica desde bien mocoso, hasta andar rondando los 60 o 70 años. El Pelón se encargó de organizar la exhibición. Recuerda que a la primera sólo acudieron siete personas, a la segunda le cayeron unos 15 y en esta tercera había alrededor de 50, entre mujeres y hombres. Con el paso de algunas horas, comenzó a llegar más gente, contando a los niños que los imitaban haciendo lagartijas, los curiosos que pasaban y volteaban a ver qué era lo que ocurría, y alguna que otra novia de los presentes admirando la musculatura que las apapacha.
Las redes sociales han sido una excelente herramienta para que esto vaya creciendo. Ahora se nota la organización entre los practicantes y en sus colonias forman su equipo debido a que hay competencias. Hay algunas que ya son famosas, como de la que tanto se habla en El Valle de los Mamados, que se llevará a cabo el próximo mes de marzo en Las Arboledas y que tiene 22 años de historia. El Superman —quien es de ahí y forma parte la organización— me dijo que el año pasado se dejaron caer cerca de mil personas a presenciar el torneo y cuenta que hasta hubo presencia de alguna televisora local.
Mientras la mayoría se encontraba haciendo movimientos de calentamiento y preguntaban quiénes eran los que faltaban en llegar, conocí al equipo Lak’ech, quienes viajaron dos horas desde Texcoco, en el Estado de México.
También platiqué con Fabián, oficinista de una agencia de publicidad que antes o después del trabajo, se encarga de organizar a los Spartans Streetworkout, que entrenan entre Insurgentes y Chapultepec, en la delegación Cuauhtémoc. También el Pelón se encontraba representando a su equipo, Barras 18 de marzo, de la colonia San Diego Ocoyoacac. En total había gente de las colonias San Patricio en la Álvaro Obregón, la Territorial de Iztapalapa, Santa Cecilia en Tlalnepantla, Candelaria, otros desde el Desierto de los Leones, Copilco, Coyoacán, e incluso una húngara-canadiense de nombre Kat Vadlovo dejaba ver la fuerza que tiene cuando se balanceaba, subía y bajaba de la barra en compañía de otras chicas que se apoyaban mutuamente.
El deporte ha evolucionado. Los estilos son de resistencia, que por lo general lo practican los más veteranos y se basa en realizar series. El estilo libre pareciera que se le da más fácilmente a los más jóvenes, la nueva escuela, y vaya que la fuerza que deben tener se basa también en ser ágil, hacer acrobacias y asimilar que recibirán unos cuantos golpes. El estilo libre, básicamente, es la gimnasia callejera. El boom parece haberse dado entre 2010 y 2013, cosa que varios mencionaron y que quizá es el periodo que causa confusión en nuestra sociedad.
Por lo que me contaron, es común que a quienes vemos en esos tubos se les tache de rateros o monosos sin ni siquiera haber cruzado una palabra con ellos. Pelón, Arturo y El Superman, saben que esas etiquetas nunca desaparecerán, ya que como ellos dicen, «en todos lados alguien se la vive cagando fuera del bote». La barra es el gimnasio del barrio, un deporte de cana, como lo llamó El Kerchak después de contarme que en Texcoco hizo lo posible para reparar su barra, hablando con el gobierno y tratando de que él y sus amigos no fueran mal vistos. Por otra parte, el Pelón mencionó que en su barra, una parte de quienes se ejercitan han estado en la cárcel y no pasa nada, no son los malos. El Superman, siendo el más veterano presente, dijo que si las competencias no se ponen calientes, no saben a nada, porque el barrio es el barrio y al final de cuentas, todo se queda ahí.
Pero la rivalidad también se vive en los reclusorios de la ciudad. Varios han ido a dar talleres o a competir con los internos, donde saben que la barra es tradición, al igual que un pasatiempo. Subir por los tubos —cuya altura los hace más difíciles de trepar—, seguramente es reconfortante y tal vez es una manera de echarle un ojo a la libertad.
«En cuanto a nivel, los reclusos están muy cabrones y bien pinches locos. ¿Qué más les queda por hacer ahí adentro?», me dijo Arturo, quien recuerda como los presos le contaban que se amarran las patas si las mueven al subir, te tiemblan las manos, o se deja ver que se ejecutó mal el ejercicio. La cábula no puede faltar: «¡Se está meando!», le gritaron a Arturo y aún así se quedó con el segundo lugar.
Al Pelón, como organizador, le gusta mantener mexicanizada dicha actividad, el estilo y la esencia de las series y repeticiones que los une, sin necesitar de instructores profesionales, un gimnasio o estar pagando —o cobrando— una mensualidad. A todos a los que les pregunté por qué elegían la barra como deporte —y aunque varios vienen de un gimnasio—, decían entre sonrisas que las ventajas van desde conocer personas de muchos lados, sentirse parte de algo, estar al aire libre, que no hay mejor ejercicio que cargar tu propio peso y darse cuenta quién sí entrena y quién no. Y por lo que me percaté, ahí se va de corazón.
En El Valle de los Mamados todos se saludaban alegremente mientras calentaban o dejaban sus cosas en algún árbol cercano, haciéndose bromas, intercambiando ejercicios, organizándose y dejando ver respeto entre cada uno de ellos. Los más pesados de cada barrio, mostrando disciplina, eran los encargados de poner las rutinas que cada quien debía realizar con su equipo. Una bolsa repleta de magnesia le pertenecía a todos, era el pase de abordar, el verdadero polvito blanco que los hacía tocar el cielo. El reproductor de música que alguien llevó dejaba oír música electrónica que, en los descansos, parecía hacer recordar los pasos de baile que quizá se realizaron la noche anterior; también se podía sentir en la nariz un leve olor a mota de un grupo que formaba parte de ellos y que se encontraba en una banquita tomando la chela dominguera.
El orgullo de representar a los tuyos seguirá en la clásica apuesta en el parque o deportivo, el reconocimiento y respeto se ganará en algún torneo de tradición, y ojalá eso deje próximos viajes internacionales para que El Valle de los Mamados siga con vida.