El Liverpool se estrenó en el casillero con un partidazo en Anfield en el que sufrió de lo lindo para superar al Salzburgo, que llegó a empatar un 3-0 en contra para desesperación del público de Anfield.
Madrid, 2 oct (EFE).- El Liverpool y el Red Bull Salzburgo ofrecieron una inolvidable velada futbolística en Anfield repleta de ritmo, adornada con una remontada tan impensable como infructuosa y sellada finalmente con siete goles, y victoria de los locales por 4-3.
Debutaba el vigente campeón de Europa ante su público después de caer en su visita a Nápoles la primera jornada. Hubo pues un recibimiento caluroso por parte de la grada que no pareció intimidar a los austriacos.
De hecho tuvieron la primera, un tiro de Minamino desde fuera del área que pasó cerca del palo tras recuperar los suyos el esférico aprovechando una mala salida de balón de Joe Gómez. El aviso despertó a los ‘reds’, desatándose un periodo de apoteósis local.
Mané ejerció de maestro de ceremonias, adelantando a los ingleses en el nueve tras una gran arrancada en banda a la que dio continuidad una pared al primer toque de Firmino. Ya dentro del área el senegalés superó al arquero en su salida para ajusticiar al que fuera su equipo.
Si bella fue la jugada del primero, no lo resultó menos la del 2-0. Robertson inició en campo propio desde su posición de lateral izquierdo y acabó finiquitando casi debajo del larguero el centro puesto desde la banda opuesta por el otro lateral, Alexander-Arnold. Henderson y Salah pusieron de su parte entre medias.
Hubo más ya que este último cerró el espectáculo tocando sin apenas oposición un rechace del arquero posterior a un cabezazo de Firmino. Duro golpe para el Salzburgo que, aún así, asomaba de vez en cuando y que consiguió recortar distancias cuando Hwang definió con un golpeo potente después de romper la cintura de Van Dijk.
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— Liverpool FC (@LFC) October 2, 2019
Parecía que era engordar para morir pero el tanto dio alas a los Jesse Marsch, quienes volvieron al césped tras el descanso con un saco de fe. Esas esperanzas, en apariencia infundadas, más cierta parsimonia del rival fueron la fórmula de una remontada memorable.
Un fallo de Adrián pudo costar el primer disgusto. Y también probó Hwang desde la frontal. No acertó ahí el surcoreano pero sí poco después al servir una gran asistencia que capturó Minamino según caía para poner el 3-2. Quedaba todavía un sorbo de inspiración ofensiva, apurado por Haaland cuando empujó un pase de la muerte de Minamino.
Sin que pareciera saber cómo al anfitrión le habían levantado una ventaja de tres goles, lo que le obligaba a remar de nuevo para evitar un sonoro fracaso. Apareció para rescatarle Salah, batiendo con un toque sutil al cancerbero después de recibir un balón de cabeza desde la media luna de Firmino. Fue la guinda a una de esas noches que ilustran la grandeza de la máxima competición europea.