Todos habrán de recordar la construcción de la marca Peña Nieto en los años previos a la definición de la pasada candidatura presidencial priista: un joven apuesto, de finos modales y de promisorio porvenir para nuestro país, además de tener como pareja a una flamante actriz que había representado papeles de gran arrastre popular.
La pareja perfecta para un país que necesitaba, por todos los medios, no perder la esperanza de experimentar una gran transformación.
Pese a que a Peña Nieto lo seguía un pasado ligado a personajes oscuros de la política nacional (entre ellos el propio ex presidente Salinas de Gortari), la mayoría de los mexicanos estaban embelesados con la telenovela que una tarde sí y otra también nos presentaba Televisa, la casa televisora exclusiva de la que sería la próxima pareja presidencial.
Si a esto se agrega el impacto que tuvo esa campaña antilópezobradorista que presentaba al candidato perredista como la «amenaza de México», todas las condiciones estaban dadas para el regreso del PRI a los Pinos,
pese a la incredulidad de miles (o millones).
Ungido Presidente de nuestra República, Peña Nieto consiguió convocar a las diferentes fuerzas políticas para consumar lo que parecía ser el cambio que todos esperábamos en nuestro país: el llamado Pacto por México, bajo el cual se «moverían» todas las reformas estructurales, entre ellas las más importantes: la energética y la educativa.
Si bien, para su aprobación, ocuparon del consenso de todas las fracciones partidistas en el Congreso, los dividendos políticos mayores serían capitalizados por el propio presidente. Esa iba a ser una gloria que él disfrutaría solito en la comodidad de su habitación y que a su vez generaría las condiciones para que el PRI reafirmara su permanencia en el poder por, al menos, otros cincuenta años.
Desafortunadamente, la máscara peñanietista no devino en un rostro real y más temprano que tarde empezaron los escándalos presidenciales («la casa blanca», la fuga del Chapo y Ayotzinapa, el mayor de todos), lo que puso al presidente de rodillas frente a una sociedad crítica y harta de tanta corrupción, impunidad y violencia.
Para terminar de acabar una gestión que podría considerarse más bien mediocre, no hace mucho se empezó a resquebrajar (por inoperante e injusta) la Reforma Educativa y hace apenas unos días dio el cristalazo la Energética con el anuncio de los próximos e inminentes «gasolinazos».
La sociedad, ya con un poco más de memoria, no tardó en reprocharle al Presidente Peña Nieto aquella declaración que hizo en las redes sociales donde aseguraba que con dicha Reforma ya no habría más aumentos a la gasolina, diésel y gas LP.
No fue así. La gran mentira, apenas a mitad de la administración de Peña Nieto, quedó consumada y no habría estrategia mediática que pudiera revertirla, aún cuando parece ser que la consigna dada al nuevo presidente nacional del PRI, Ochoa Reza, sea precisamente la de hablar de las grandezas de su partido y de su líder máximo.
Con estos todos descalabros, ¿habrá todavía quien le augure al PRI una temporada electoral venturosa en los próximos dos años?
Rogelio Guedea
www.rogelioguedea.com
@rogelioguedea
www.facebook.com/rogelioguedea