Gustavo De la Rosa
02/07/2019 - 12:05 am
La dictadura de los jueces
En este país, de la corrupción sistémica no se escapaban ni los presidentes, ni los diputados o senadores, ni los jueces.
En México vamos rumbo a la transición; aunque nos alejamos del poder de los partidos que perciben el futuro del país a partir del desarrollo y consolidación de sus negocios, y que confían en una mano invisible y milagrosa para garantizarles que el desarrollo de las empresas se reflejará en la mejoría general de la población, también debemos recordar que nuestro Gobierno nació de una perversión republicana. Nuestra democracia se volcó hacia la oligarquía, deteriorando el Estado de derecho por su forma de hacer negocios, y finalmente tomó la forma de una cleptocracia, un Gobierno de ladrones.
La lucha contra los cleptócratas inició hace casi cien años, el primero de diciembre de 1920, cuando Álvaro Obregón tomó el mando de México; desde entonces se les ha combatido a brazo partido, intentando rescatar cada una de las áreas estructurales del Estado mexicano; en 1997 se rescató el Congreso de la Unión y, aunque en el 2000 vivimos la falsa ilusión de haber rescatado el Poder Ejecutivo, desde hace un año tenemos un presidente que no pertenece a esa sociedad de ladrones; pero cuando pensamos que ya podríamos empezar a construir otro modelo de Gobierno, ¡oh sorpresa! Aún quedaba un dinosaurio, el Poder Judicial.
En este país, de la corrupción sistémica no se escapaban ni los presidentes, ni los diputados o senadores, ni los jueces (y se los dice alguien que ha litigado durante 48 años, ¡sí hay corrupción en los tribunales!); y los corruptos no piensan entregar la plaza.
Los modelos de Gobierno planteados por los tres grandes socráticos señalaban como sus formas puras la democracia, la monarquía y la aristocracia, y como formas impuras o degradadas la demagogia, la tiranía y la oligarquía; con el transcurso de los siglos estas formas naturales de Gobierno han ido encaminándose rumbo a la democracia y la democracia, por su cuenta, rumbo a las diversas formas impuras que nos advirtieron los clásicos.
La transición de la democracia hacia las formas perversas de Gobierno, o desde estas formas degradadas de vuelta a una auténtica democracia, es la que se ha buscado, con mucha participación de los ciudadanos, desde el Siglo XIX, sin olvidar que las primeras repúblicas modernas se establecieron y consolidaron a partir de 1779, con Estados Unidos como pionero.
No fue un combate menor el desarrollado durante los 1800 por quienes buscaban sepultar para siempre la monarquía absoluta y sustituirla por el Estado de derecho, donde la Constitución y sus leyes derivadas representaban el verdadero poder que conduciría hacia el desarrollo generalizado de las naciones. Posteriormente, en la década de los 1900, las grandes movilizaciones ciudadanas fueron agrupadas en organizaciones, los partidos políticos, que representaban un común denominador de ideas y propuestas para el futuro de un país y cómo llegar con bien a él.
Aunque las ideas fundamentales del papel que deben jugar los partidos en la vida democrática de los países son sencillas y ahora indiscutidas, estos en ocasiones se han convertido en una simple pantalla para que las fuerzas reales de la sociedad ejerzan su poder de muy diferentes maneras, desde Hitler hasta Pepe Mujica; y cuando vemos cómo se ejerce el poder, y para quiénes se ejerce, encontramos que no estamos muy lejanos de las formas previas al establecimiento de la República, y es esta doble cara de la moneda lo que genera una gran incertidumbre en la población de cada país.
No sabemos a dónde vamos ni cómo vamos a llegar al futuro; es un lugar común decir “lo que me interesa es dejarles un mejor México a mis nietos”, pero ese lugar común representa la visión incierta de la ciudadanía, porque con tantos cambios y tantas interpretaciones que se hacen del poder y la democracia, es un milagro que la ciudadanía no se haya vuelto esquizofrénica.
La teoría estructural de la República moderna divide los poderes en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y dentro del juego de poderes y quién los ejerce también participan estos cotos del Gobierno, que hacen más compleja la transición; atrás de los espectaculares de los partidos están los ministros, magistrados y jueces, que también forman parte del poder a transformar. Ya les dimos el primer golpe, pero ellos se resistieron a la disminución de sus salarios.
Muchos jueces no pierden la oportunidad de resolver en contra de las acciones del Ejecutivo, y se proponen enfrentarlo en sus propios tribunales; así lo hicieron en Brasil y salieron victoriosos. Ellos han descubierto que tienen en su poder la interpretación de la ley y la interpretan a su favor no sólo por intereses particulares, sino por intereses gremiales; al actuar así se abrogan la facultad no constitucional de decidir qué es lo mejor para México.
Así empieza a consolidarse una dictadura de jueces, con sus conexiones, intereses y sus nexos a la cleptocracia de los 100 años.
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