En el estudio que Cezanne se hace construir en una colina afuera de Aix en Provence hacia el final de su vida, reina un jardín aparentemente descuidado, de senderos misteriosos y terrazas imperceptibles, bordeado de un riachuelo por el lado más bajo del terreno inclinado. En ese estudio luminoso, que se puede visitar, Cezanne deja testimonio de su lucha contra la nueva lentitud que le da la edad y que se va convirtiendo en su lucha contra la muerte. Y cuenta cómo cada vez que le era difícil continuar salía al jardín y en el aparente caos de su follaje, después de un momento de fundirse en él y en sus colores, encontraba el orden y el camino que le ayudaba a resolver el reto del cuadro interrumpido. Unos metros arriba de su estudio, en lo más alto de la colina de Lauves, está el punto de observación de la montaña llamada Santa Victoria, que Cezanne pinta hasta el final de su días con tenacidad asombrosa. Quería morir pintando pero se lo llevó una pleuresía adquirida pintando ahí bajo una lluvia tormentosa. Casi lo logra.
Por Alberto Ruy-Sánchez