Una diferencia básica

02/04/2016 - 12:01 am
El Peligro Reside En Esta Deslegitimación De La Defensa De Los Derechos Básicos De Las Mujeres Debido a Que El Sistema Ha Hecho Un Buen Trabajo Convenciéndonos De Que el Que Lo Dice Lo Es Foto Shutterstock
El Peligro Reside En Esta Deslegitimación De La Defensa De Los Derechos Básicos De Las Mujeres Debido a Que El Sistema Ha Hecho Un Buen Trabajo Convenciéndonos De Que el Que Lo Dice Lo Es Foto Shutterstock

“El que lo dice lo es, el que lo dice lo es”, repetía, sonriente, mi sobrina de cuatro años. Jugábamos a llamarnos distintas cosas. Eres un apio. Pues tú eres una zanahoria. Y tú un chabacano. “El que lo dice lo es” constituye una defensa aceptable para una niña de cuatro años, pero de una sociedad de siglos y siglos de edad se espera algo mejor. Sin embargo, es el argumento que como seres humanos utilizamos para desvirtuar cualquier ataque o, más bien, cualquier postura. Muy a pesar de los trolls machistas, el tema del feminismo vuelve a estar en los titulares, si bien es por la razón más lamentable: el intento de muchos y muchas analistas por comprender el recrudecimiento de la violencia en contra de las mujeres y, sobre todo, las reacciones de la sociedad ante esta violencia y su denuncia.

“El que lo dice lo es”: ¿Me acusas de machista? Tú eres una feminazi. ¿Me acusas de violento? Eso te vuelve igualmente violenta a ti. ¿Dices que soy intolerante? Tu incapacidad de tolerar mi intolerancia te pone a mi nivel. Eres igual que yo… No, eres todavía peor que yo, pues yo al menos no te juzgo desde un pedestal de santidad. El exceso de información, el creciente narcisismo, el activismo “light” y un concepto equivocado de lo que significa la tolerancia, hacen que cualquier persona que asuma una postura y la defienda sea automáticamente radicalizado por el grueso de la sociedad, desligitimizadas sus batallas por haber cometido el mayor pecado de esta época: ser “intenso”.

Como vegetariana, por ejemplo, he sido cuestionada por mis congéneres carnívoros a lo largo de toda mi vida, aun a pesar de que no soy en absoluto proselitista. El pedir una pasta en un restaurante argentino es suficiente para despertar la curiosidad y sí, a veces la ira de otros comensales aunque lo que yo coma o no coma no les afecte en lo más mínimo. Un argumento común es, justamente, que las plantas también tienen sentimientos y que yo soy igual de cruel por comérmelas. Ahí está: “el que lo dice lo es”. Pero no, el que lo dice no necesariamente lo es, y este inmaduro recurso de debate es muy peligroso estos días en que se espera que los temas de discusión se resignen a tener sus 15 minutos proverbiales de fama y después desaparecer.

El peligro reside en esta deslegitimación de la defensa de los derechos básicos de las mujeres, debido a que El Sistema ha hecho un buen trabajo convenciéndonos de que “el que lo dice lo es” y por lo tanto el machismo y el feminismo son la misma cosa y uno debería evitar ser uno o lo otro a toda costa. Esta deslegitimación tiene como base la idea, a todas luces errónea, de que hoy las mujeres y los hombres viven con las mismas libertades y derechos. Porque no es lo mismo que una minoría históricamente aplastada denuncie a que lo haga un género que ya fue “liberado”. Las mujeres hoy no pueden “hacerse las víctimas” porque ahora que ya “somos iguales” y “tenemos los mismos derechos”, cualquier denuncia o exigencia son vistas como un abuso por parte de estas mujeres a las que se les dio la mano y agarran el brazo. Les dimos derecho a trabajar, a leer, a existir y (a veces) a decidir sobres sus cuerpos, y ahora hacen eso y más. Ahora quieren lo mismo que nosotros. Quieren, ahora, hacernos a nosotros lo que nosotros les hacíamos a ellas. ¿Ya ven? No les hubiéramos dado derechos en primer lugar.

Al igual que la abolición de la esclavitud de los negros no es un acto generoso que los negros tengan que agradecerle al hombre blanco (como exigen los blancos supremacistas), ya que ese hombre blanco los esclavizó en primer lugar, a la mujer no “se le dio” el voto, más bien se le había quitado, y todo acercamiento a que hombres y mujeres tengan el mismo derecho a decidir sobre sus cuerpos y sus vidas, es simplemente la corrección de una aberración preexistente, una de tantas que están tan insertadas en el sistema, que dejan de ser la culpa de alguien en especial y son simplemente el pan de cada día.

El feminismo es un movimiento como tantos otros a lo largo de esta evolución supuesta de la Humanidad, que surgió para corregir, mientras que el machismo lo que busca es mantener el status quo, por lo tanto es un no-movimiento, la perpetuación de las razones por las que el feminismo surgió en primer lugar. Pero si la igualdad “ya existe”, ¿cómo volver a legitimar esta lucha que sigue siendo tan necesaria dado el número de feminicidios, la incapacidad de denunciar, la violencia y miedo con que viven las mujeres en México? ¿Cómo, si al igual que otros ismos denostados por intensos, “ya pasó de moda, ya chole, son unas hipócritas, son unas intensas, son unas nazis”? Quizá insistiendo en una diferencia básica que existe entre el machismo y el feminismo y que tiene que ver con el libre albedrío.

“Quieren igualdad pero igual esperan que las mantengamos”, es una queja común. Pues, si no quieres mantener a una feminazi, puedes elegir no hacerlo. Si no quieres leer o convivir con una mujer peleonera o frígida o furiosa (y además lesbiana, claro), pues hay para todos los gustos. No te busques una así. No leas sus artículos. Pero el mismo albedrío no existe para las mujeres, que no pueden elegir no ser violadas, se vistan como se vistan. Que no pueden elegir si las asesinan o no. Que no pueden denunciar porque les va peor. Que quieren vivir sin miedo. El tema tiene que seguir en los titulares para que no nos engañemos y creamos que ya pasó. Tiene que nombrarse y gritarse y relegitimizarse de algún modo, quizá partiendo de algo muy básico, anterior a una discusión de oportunidades o condiciones laborales, puestos en el congreso, o redefinición de los roles en las familias. Partiendo de lo más primordial: la vida y la muerte. El feminismo no mata. El machismo sí.

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Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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