Francisco Porras Sánchez
02/02/2020 - 12:02 am
Optimismo, pesimismo, Apocalipsis
Como probablemente el(la) amable lector(a) habrá leído o visto, El Foro Económico Mundial 2020 (World Economic Forum, WEF) -llevado a cabo en Davos, Suiza- tuvo en el centro al problema del desarrollo sostenible, en particular los retos de la reducción de los gases de invernadero y mantener el aumento de temperatura global por debajo de […]
Como probablemente el(la) amable lector(a) habrá leído o visto, El Foro Económico Mundial 2020 (World Economic Forum, WEF) -llevado a cabo en Davos, Suiza- tuvo en el centro al problema del desarrollo sostenible, en particular los retos de la reducción de los gases de invernadero y mantener el aumento de temperatura global por debajo de 1.5 grados Celsius.
En el primer día del evento, las intervenciones de Donald Trump y de Greta Thunberg llamaron mucho la atención y fueron muy comentadas. Como se recordará, Trump argumentó que las economías de Estados Unidos y del mundo necesitaban del “optimismo, no del pesimismo”, refiriéndose a los(as) activistas climáticos(as) como “los herederos de los tontos adivinos del pasado”. Según el presidente, “estos alarmistas siempre exigen lo mismo: poder absoluto para dominar, transformar y controlar cada aspecto de nuestras vidas”. Por su lado, la activista climática sueca de 17 años participó en una sesión cuyo tema era “Evitar un Apocalipsis climático”. En ella señaló que “nuestra casa todavía está en llamas […] Me pregunto, ¿qué les dirán a sus hijos sobre la razón por la que fracasaron y los dejaron enfrentando […] el caos climático que trajeron a sabiendas?” Y refiriéndose a los(as) políticos(as), dijo que ofrecen “palabras y promesas vacías […] Ustedes dicen: ‘No te defraudaremos. No seas tan pesimista’. Y luego, silencio”[1]. Para los(as) asistentes al WEF -y los(as) comentaristas- era evidente que Trump y Thunberg se estaban refiriendo mutuamente a sus respectivas posiciones: uno criticando la concientización sobre la gobernanza climática como un límite al bienestar de su país; ella denunciando la irresponsabilidad de los(as) tomadores(as) de decisiones.
Además del hecho soez de que el presidente de una democracia, que es además la principal economía industrializada, se atreviera a criticar a una actora de la sociedad civil organizada mundial, me llamaron la atención tres asuntos que menciono aquí brevemente:
a) Optimismo vs pesimismo. Aunque esto no es nada nuevo, el argumento de Trump es una exposición muy clara de las tensiones entre las exigencias objetivas para atenuar los problemas de la gobernanza climática, y las necesidades de los(as) políticos(as) por ganar apoyo de los(as) votantes. Trump plantea el problema como una tensión entre optimistas, que buscan el crecimiento de sus respectivas economías, y pesimistas, que tratan de limitar la inversión en industrias que contaminan. Si se hiciera caso a los(as) pesimistas, según Trump, el resultado sería un menor número de empleos y bajos niveles de calidad de vida. La posición del presidente supone que el principal factor del bienestar es el ingreso, y que otras condiciones no son relevantes. La caracterización de los(as) activistas climáticos(as) como personas retrógradas es particularmente alarmante, pues caricaturiza a los(as) preocupados(as) por la sostenibilidad y el bienestar mundial como miedosos(as) o conservadores(as) opuestos(as) al progreso. Aún más, Trump argumenta que en realidad son dictadores(as) que tratan de imponer cambios en los valores de cada quien. Vivimos en un tiempo terrible, en el que las palabras ya no tienen valor ni significado intrínseco; una época en la que las industrias contaminantes pueden ser defendidas como un asunto de tolerancia y respeto a los derechos fundamentales. El cambio climático es un problema científico, de política pública y de modificación de los modelos de producción y de consumo; no de si vemos el futuro con optimismo o pesimismo.
b) El bienestar de todos(as) va contra mi bienestar. Da miedo cómo un tomador de decisiones tan poderoso como Trump puede plantear una dicotomía tan descarada y errónea entre el bien del mundo y el bien de los países individuales. Para el presidente, cada país debe ver por sí mismo, invirtiendo en las industrias que produzcan empleos para sus habitantes -y votos para sus políticos(as)- independientemente de los efectos en lo(as) demás. Es una expresión del individualismo político que es común: lo importante soy yo, no los(as) demás; lo importante es el ahora, no el mañana. Debemos insistir en que nuestros(as) hijos(as) entiendan la importancia de la sostenibilidad. Para Thunberg el mundo pertenece más a ellos(as) que a los(as) políticos(as), por el solo hecho de que serán nuestros(as) hijos(as) y sus descendientes quienes tendrán que lidiar con los efectos catastróficos de nuestras democracias disfuncionales. Debemos hacer un esfuerzo constante por comprender que el bien de todos(as) está relacionado con mi propio bien. De hecho, los(as) más radicales podrían decir “el bien de los(as) demás es mi bien”. ¿De qué sirve vivir bien durante unas décadas si esto se logra al costo de la ruina planetaria? El planteamiento de Trump es una injusticia monumental, en la que se nos dice que los países ricos pueden hacer lo que quieran porque tienen dinero.
c) El Apocalipsis cocinándose. C. S.Lewis decía que el relato del Apocalipsis en realidad es una alegoría que propone cómo, conforme pase el tiempo, el bien crecerá hasta hacerse óptimo y el mal hasta hacerse pésimo, a tal grado que la confrontación final y universal será inevitable. El Fin de los Tiempos consiste en eso: en escoger (o ser colocados) a la izquierda o la derecha: en el campo del Bien o del Mal. Las opciones planteadas por Trump y Thunberg parecen ser mayor ingreso para que mis hijos(as) y yo tengamos mayor “calidad de vida”, por un lado, y la extinción de la humanidad -o la muy severa disminución en su verdadera calidad de vida-, por el otro. Esta opción es terrible (es decir, nos causa terror) porque implica tomar responsabilidad individual y social: cómo trato a los(as) demás; cómo interactúo en las redes sociales; cómo consumo; cómo desecho; cómo voto, son decisiones que tienen un impacto -quizá indeleble- en el mundo. Por eso escuchar el Dies Irae (En el día de la ira) de la Misa de Difuntos de Mozart, Verdi o Britten es tan impresionante. Nos recuerda que todos(as) y cada uno(a) seremos llamados a cuentas. ¿Qué escoge, amable lector(a)? Cuando suene la Trompeta del Juicio ¿dónde estará Usted?
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