Benito Taibo
02/02/2014 - 12:00 am
Inútil, corbata
Tal parece que es el más innecesario de los adminículos de la vestimenta; yo sencillamente lo confirmo. La corbata no tiene, como la bufanda, por ejemplo, el fin de proteger del frío al que la porta; no puede usarse como pañuelo a menos que usted quiera llevar a la vista sus evacuaciones nasales, o como […]
Tal parece que es el más innecesario de los adminículos de la vestimenta; yo sencillamente lo confirmo. La corbata no tiene, como la bufanda, por ejemplo, el fin de proteger del frío al que la porta; no puede usarse como pañuelo a menos que usted quiera llevar a la vista sus evacuaciones nasales, o como servilleta. En resumen apretado y simple: no sirve para nada.
Parece ser que su origen tiene como escenario la Francia de Luis XIII, en la tercera década del siglo XVII los mercenarios croatas, que servían a la monarquía, llevaban un largo pañuelo anudado alrededor del cuello y muy pronto se puso de moda en la corte. Corbata es pues una deformación de la palabra croata.
Pasaron los años y fue convirtiéndose en una suerte de mal necesario que representaba estatus. La que conocemos hoy en día, fue “inventada” por un tal Jesse Langsdorf en 1924. Y sigue siendo inútil.
Los obreros, los campesinos, los que trabajan con las manos, con maquinaria o herramientas, no necesitan corbata. Estorba por innecesaria y puede resultar incluso peligrosa. Y por supuesto, en la canasta básica o sus prioridades de subsistencia no se encuentra la ridícula prenda, y no lo estará nunca.
Es un símbolo que representa poder, pero también sumisión.
Les cuento,
Hace algunos años estuve en un restaurante pequeño del amigo de un amigo. Todo el local se encontraba decorado con pequeños marcos que contenían corbatas cortadas por la mitad. Estoy hablando de por lo menos cien. Muy pronto me aclararon el misterio.
El dueño del lugar, apasionado cocinero, trabajó durante muchos años para un banco, donde tenía que ir, obligatoriamente ataviado, de nueve de la mañana a siete de la tarde, con traje y corbata. Ahorró durante más de veinte años para poder abrir el restaurante. El día que renunció al banco, se pasó una tarde entera cortando todas las corbatas que tenía, a la mitad, con una sonrisa cruzándole el rostro. Para este curioso personaje, que por cierto cocina como los ángeles (si los ángeles cocinaran), la corbata representaba el yugo que lo mantenía atado a la apariencia, a la cotidianeidad, a una suerte de esclavitud moderna, a esa “carrera de ratas” en un laberinto, donde van los contendientes dándose dentelladas unos a otros, en pos de la acumulación de bienes, prestigio y dinero. Todos con corbata, por supuesto.
Pepe salió de su casa la semana pasada con una curiosa encomienda. Había que ir al centro de la ciudad a comprar una tapa para el inodoro que se había roto. Se subió a su “vocho azul”, acompañado tan sólo por su perra sin pedigrí y se encaminó hacia allá. Un hombre común, sencillo, de clase media, sin corbata.
Pepe Mújica es el presidente de Uruguay. Y para mí, es un ejemplo de dignidad y sobre todo, de sentido común frente a los excesos del poder.
Hace unos días, el gobierno mexicano le otorgó la orden del “Águila Azteca”, el máximo reconocimiento que se da a extranjeros. Y dio, al recibirla, un bello discurso donde recordó con agradecimiento, la actitud de México durante la dictadura uruguaya de 1973 a 1985, cuando las puertas de nuestra embajada en aquel país se abrieron de par en par para recibir asilados, a los que sin duda, les salvó la vida.
Luego, cuando le fue impuesta la condecoración, y al observar a todos los funcionarios que lo rodeaban, le dijo al presidente mexicano: “Y mire… Yo que no uso corbata”.
No era una disculpa. Fue una declaración de principios.
De un hombre sencillo, preso de la dictadura durante 15 largos años, con un espíritu inquebrantable.
Ese hombre sin corbata ha puesto a Uruguay en el mapa con una serie de reformas de carácter social que lo tienen en la mira constantemente. Así, se ha legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, ha recompuesto la frágil relación con su vecino, Argentina, dona todos los meses el 90% de su salario para obras de beneficio social y ha regulado el consumo de marihuana, dando así un primer paso legislativo importantísimo para acabar con la violenta guerra contra el narcotráfico. Y todo ello lo hace no por recomendación de su “asesor de imagen” y sí, por un elemental pero amplio sentido de justicia.
Si me preguntaran, yo diría que me gustaría tener un presidente como él. Incluso lo acompañaría a comprar el pan por las mañanas, cosa que hace sin guardaespaldas ni parafernalia; en contraste con por ejemplo, el presidente de Honduras, que según me cuentan, todos los días va de su casa al palacio presidencial en helicóptero.
No estoy seguro sí hay una relación directa y proporcional entre no usar corbata y tener sentido común.
Yo no uso corbata, simple y sencillamente, porque me resisto a tener dos nudos en la garganta…
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