Jorge Alberto Gudiño Hernández
02/01/2016 - 12:02 am
Libros del año
Si un crítico, un reseñista o alguien a quien le paguen por hacer una lista de los mejores libros de 2015 incluye una decena de títulos (hay quien seleccionó 20) es porque, al menos, ha leído diez veces más. Eso me parece lógico y, sobre todo, decente. Tener la fortuna de leer una docena de libros en la que sólo dos no sean merecedores de integrarse a una lista me parece demasiada suerte.
Es bien sabido que en esta temporada se acumulan listas con los mejores libros del año. Yo mismo he participado de ese ejercicio en años anteriores, incluso en este medio. Ahora no quiero hacerlo. Las razones son simples: las listas que he consumido padecen de lo mismo de la industria editorial. Son largas, excesivas.
Si bien hay varias rescatables de personas a las que respeto mucho, hay otras que parecen ver en la acumulación de títulos la mejor de las recomendaciones. Disiento. Llevo más de la mitad de mi vida leyendo mucho. Con ello me refiero a más de un centenar de libros al año. Lo hago como parte de mi oficio y porque me encanta. Algunos años, incluso, he duplicado la cuota. Justo por eso me da trabajo entender un par de fenómenos.
Si un crítico, un reseñista o alguien a quien le paguen por hacer una lista de los mejores libros de 2015 incluye una decena de títulos (hay quien seleccionó 20) es porque, al menos, ha leído diez veces más. Eso me parece lógico y, sobre todo, decente. Tener la fortuna de leer una docena de libros en la que sólo dos no sean merecedores de integrarse a una lista me parece demasiada suerte. No dudo, por supuesto, que todos ellos lo hagan. También es parte de su trabajo. Lo que no me queda claro es la razón por la que, al final del año, si uno toma todas las listas, éstas se parezcan mucho entre sí. Sólo un argumento para confirmar la sospecha: de la veintena de listas que consumí, cerca del 70 por ciento de los libros que las integraban habían sido publicados en el segundo semestre del año.
No desconfío, pues, de mis colegas enlistadores. Descubro, en cambio, un vicio en el que yo mismo he caído en el pasado: uno se deja seducir por la inmediatez de las novedades y, en medio de la vorágine de entregas de fin de año, se termina eligiendo de entre lo más reciente, lo que mejor se recuerda, lo que está a la mano. Insisto, yo mismo he caído en la trampa. Insisto, también, no pasa con todos pero sí con la mayoría.
En lugar de hacer una lista este año, quiero compartir cuál fue el libro que más disfruté leer en 2015. Las restricciones son las mismas: publicado, en español, durante estos últimos doce meses. Excluyo relecturas, primeras lecturas de libros anteriores al periodo en cuestión, reediciones y demás. Es una mera cuestión metodológica.
El libro que más disfruté fue Gran cabaret de David Grossman. No haré una reseña, éstas se acumulan por doquier. Me parece, por mucho, el mejor libro que leí este año. Si bien al principio parece lento, poco a poco va generando una tensión dramática que hace que ocurran cosas. Al menos a mí me ocurrieron. Durante las últimas cien o ciento veinte páginas no pude suspender la lectura. Más aún, conforme me aproximaba al final, mi cuerpo sentía la necesidad de hacer algo. Terminé casi acuclillado, impulsado por algo ajeno a mí, algo que sucedía dentro del libro o, mejor, en la experiencia lectora. Acabé vapuleado, feliz.
Ignoro cuántos libros leeré en este año que empieza. Ya tengo una torre que acumula pendientes. Sé que encontraré muchos malos, algunos regulares y unos cuantos buenos. No importa cuál sea la relación entre ellos. Lo relevante es que, como desde que empecé a leer, seguiré haciéndolo con la esperanza de que alguno de esos libros, me haga eso que me hizo el libro de Grossman. Es un milagro que cada tanto sucede y es la razón por la que me sigo dedicando a esto.
¡Feliz año y felices lecturas!
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